ARTE II
La pareja de bordadores formada por Leo Chiachio & Daniel Giannone ya no sólo borda, sino que “porcelanea”. Habrá que ir a la muestra que acaban de inaugurar para encontrarse con este neologismo y otras novedades.
› Por María Moreno
El neologismo bordatón indica que el dúo Chiachio & Giannone ha llevado su arte a un extremo al que, para describirlo, a la lengua española –aun contando con Góngora y Quevedo– le faltan palabras. El bordatón es un tsunami cromático, la tarea de una araña que ha sufrido una metamorfosis en donde la naturaleza ha provocado un accidente del instinto que la lleva a pretender una tela sin límites, una pulsión de dominio ejercida por una aguja que se escapa por las paredes desobedeciendo toda curaduría de orden y disposición. Bordatón evoca, con su homofonía con reggaeton, un exceso popular durante una fiesta que no para y donde el sol no sale nunca. Chiachio & Giannone se han ido de mambo. Las telas chillan fauvismo a la latina en donde los loros son más grandes que los humanos y las flores tienen el tamaño de una cabeza, y cuyos diseños expropian tanto las toallas vendidas en la recova del Once como una trama de Sonia Delaunay o un jeroglífico de Pajita García Bes. Es que Chiachio & Giannone ya no borda un tela, la rehace. Si las obras fueran cortinas derrumbarían la casa entera, si fueran colchas matarían a los amantes asfixiándolos bajo su peso. Los dos artistas en uno sólo se contienen en las paredes del cuarto infantil, contentándose con infiltrar polleritas hawaianas, palazos liberty y sungas labradas en un catálogo de chongos proletarios de Alexander Henry con la estética de las figuritas del Billiken que venían en cristiana ropa interior y a la que se aplicaban modelitos ajustables con aletas blancas.
El español es pobre para contener la palabra bordatón, pero sabe hacer chistes: Bordar en exceso es des-bordar.
“Bordados y porcelanas” de Chiachio & Giannone hasta el 10 de agosto en Galería Ruth Benzacar. Florida 1000
La cobertura de barbotina en los peluches de estación de servicio exige el sacrificio del modelo que —podría decirse— sucumbe a su propia estatua para tramitarse una eternidad frágil pero no imposible. Pero cada uno muere en el horno inventando con el error: una oreja que se cae, un ojo de topo tapado por una flor, una pata que queda pegada al cuerpo, es decir, muere como artista. Con ellos como porcelaneros, el tiempo de los Chiachio & Giannone ha cambiado: ya no es el de cumplir puntada a puntada con las entregas para una muestra, manteniendo la restricción ética de no simplificar, sino al revés: llamándose a más sobrebordados, puntos experimentales, mayores territorios de tela a ocupar, si no el de esperar un secado, reciclar restos, aprovechar el error, haciéndolo rendir. Insaciable, Chiachio & Giannone amenaza con porcelanizar un panda gigante, nuestra bolsa de dormir, a nosotros. ¡Porcelatón!
Después de la alcancía de yeso con la imagen de Evita, el ekeko Chiachio & Giannone merecería integrar la iconografía peruca: por algo tiene la cara del General, su sonrisa de piano y los brazos abiertos como cuando el original salía al balcón de la Rosada. Qué gorila imaginar que este ekeko es el símbolo de la escasez porque no lleva ninguna posesión, ni siquiera un pucho en la boca. Al contrario, es el don en potencia que lo abarca todo y a todos y todas. Del barro a la porcelana, condecorado de manijas y asas, el ekeko puede hacer pensar a algún crítico de la izquierda Cary Grant (término del poeta Néstor Perlongher) que representa al colonizado a quien cualquier potencia extranjera puede manipular, pero muchas manijas ocupadas es ninguna porque todas mantienen esa tensión que nunca deja el poder en una sola mano (entre paréntesis, este ekeko le devuelve las manos al General). Entre personaje de altar rutero o de rancho comedor adonde la esperanza humilde acerca un vaso de cerveza o un billete de un peso y bibelot plebeyo vestido con los diseños del catálogo vencido de la casa Verbano, Ekeko cita a la cultura alta del té en vajilla de porcelana de la mesa burguesa: como buen cartonero artístico Chiachio & Giannone ha abandonado el huevo monocigótico —el hogar de la calle Bartolomé Mitre— para proletarizarse en la famosa fábrica de porcelanas de Rosario adonde se hicieron aprendices de maestros del horneado y la decoración y reciclaron diseños olvidados que han decorado durante generaciones la vajilla para las visitas y la de regalo de casamiento: “romántico”, “floral”, “chino”.
El ekeko volvió y, si no fue millones, se multiplica para entrar a la sala de exposiciones con ademán pop y vacío entre sus brazos, invocando una abundancia que no necesita citarse con bienes en miniatura.
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