El colombiano Oswaldo Ruiz Marín y su media naranja, el español José Manuel Gutiérrez Ruiz, se conocieron en la web y, ahora, se sacuden el arroz que les tiraron por ser la primera pareja gay de extranjeros en venir a casarse a Buenos Aires.
› Por Federico Sierra
“Yo soy fuego y él es el agua calma, somos polos opuestos totalmente. Yo soy un león y él es el abrazo que me tranquiliza. Yo soy el viento, el huracán volátil y él es sólido y estable.” Oswaldo mueve las manos y hace chocar sus anillos enormes. Llegó a Buenos Aires con el único propósito de concretar lo que la legislación colombiana no le permite: casarse con su flamante marido José. A su lado, macizo y callado, José asiente con la cabeza y sonríe.
En Medellín habían alcanzado ese límite tan precario que la ley impone: la unión civil. Premio consuelo que no sólo les niega derechos a ambos, sino que tampoco resuelve el problema más urgente que tienen: poder viajar a Sevilla juntos, la tierra natal de José. Cualquier ciudadano colombiano requiere de una visa para poder ingresar a España. Así sea por unos pocos días. Oswaldo ya lo había intentado y fue rechazado. “Está muy complicado ahora, no lo he querido volver a intentar tampoco. Yo creía que por haber estado ya allá hace algunos años no iba a haber problema, pero cuando la solicité me la negaron.”
Discriminado muchas veces dentro de la comunidad gay colombiana, Oswaldo encontró su Romeo entre los miles y miles de perfiles de contactos que flotan en Internet. “No me gustaba mucho contactarme en la web, no me gusta ver a la gente tan concentrada en esas páginas de contactos, tan compenetradas con esas relaciones virtuales, pero mis amigos me incentivaban a hacerlo. Entonces decidí entrar a esta GayRomeo.”
–No, allí me pasaba las horas con la gente burlándose de mí, agrediéndome todo el tiempo, mintiéndome. “Que te quiero, que te adoro”, y de repente salen con que te piden que les mandes dinero. Muchos otros me insultaban, me decían que yo era muy gay, que parecía una mujer, que era un espanto. Es terrible. Yo les respondía, no me callaba: “¿Y tú qué te consideras al estar en una página gay? ¿Te crees muy hombre, muy macho, muy heterosexual?”. Es una propia homofobia dentro del ambiente gay: me agredían por la forma en que yo lucía, con mis alhajas y mi cabello largo.
A José también le costaba mucho. Lo padecía. Y lo explica de modo pausado, soltando palabras con cuentagotas: “Yo también estaba en esa página, pero no llegaba a nada concreto, si tenía una cita después no avanzaba. Hasta que encontré su perfil. Lo miraba, lo miraba mucho, pero no animaba a dejarle mensaje alguno por vergüenza. Hasta que empezamos con los primeros mensajes, y en julio del año pasado pasamos al Messenger. Y ya con la cámara pude creer en las fotos que me había mandado. Yo no podía creer que tenía 45 años viendo las fotos que él me había mandado. Pensaba que eran fotos de hacía muchos años. Cuando lo vi por cámara supe que era verdad que no me mentía, que era cierto que se mantenía así de joven y bello”.
–En octubre del año pasado yo viajé a Colombia, muy ansioso. Fui con mi hermana, que me acompañó en todo momento. Hasta que pude verlo, detrás del cristal que separa en el aeropuerto. Yo no podía pensar en las maletas ni nada, sólo buscarlo con la mirada.
Oswaldo, a su lado, irradia una energía fresca, afable. Un cristal de cuarzo enorme le cuelga del cuello. Se lo toma con suavidad y cuenta: “Este cuarzo me lo regaló cuando fuimos de luna de miel, a las playas de Santa Marta, cuando fuimos después de hacer la unión civil. Esa unión civil le da la residencia a José por tres años en Colombia. Pero es poco, muy poco para nosotros”.
En mayo de este año, siguiendo el ejemplo de Rosario y Tierra del Fuego, una resolución del gobierno porteño habilitó a los extranjeros a celebrar su boda en los registros civiles de la Ciudad de Buenos Aires con sólo precisar un domicilio real precario de referencia. La noticia se multiplicó por medios de comunicación de todo el mundo y abrió una luz de esperanza para miles de parejas de países cuyas leyes aún los discriminan como ciudadanos.
“Cuando salió la noticia de que se podían venir a casar los extranjeros a la Argentina nos emocionamos mucho, empezamos a averiguar, a llamar a Argentina a la Federación LGTB, no podíamos creer, teníamos miedo de hacer el viaje en vano, muchas inseguridades y miedos. Pero la verdad es que Argentina está a la vanguardia en temas de diversidad sexual, es una cosa fabulosa.”
–Un día nos decidimos y ya. Queríamos que fuera un 17 o un 23, que son nuestras fechas de nacimiento y números de la suerte. Nosotros sacamos por Internet el viaje, los turnos en el registro, nos ayudó la Federación. Ellos nos acompañaron todo el tiempo y se portaron de mil amores.
–La ceremonia fue algo apoteósico. Nos sentíamos un poco solos, desamparados por momentos aquí en Buenos Aires. Pero ese día apareció todo el mundo, la diputada María Rachid, militantes de la Federación Argentina LGBT, fotógrafos, la prensa. Todos nos tiraban arroz, salimos a la vereda y todos esperaban aplaudiendo y a los gritos “¡Qué vivan los novios!”.
–Claro, ahora no nos dejaron registrar el matrimonio en el consulado español en Buenos Aires, nos dijeron que teníamos que ser residentes. Ya pusieron otro pero. Así que lo hicimos apostillar e iremos al consulado español en Colombia para que el Estado español reconozca este matrimonio. Pero para eso ya requieren la partida de nacimiento de José y otros papeles. Ese rollo nos espera cuando lleguemos a Colombia. España debería reconocerlo, no tendría que haber problemas, pero no sé por qué ponen tantas trabas. Esto no está ganado ya. Porque quizá no podamos hacer ese trámite en Medellín, tal vez tengamos que ir a Bogotá. Y eso ya es otro viaje, más tiempo, más gastos.
José: Yo a España no vuelvo sin Oswaldo. Eso lo tengo en claro.
–Cada pareja tiene que ir a sus países a exigir que el matrimonio sea reconocido. Ocurre que, cuando llamo a la embajada de Colombia, estando aquí en Argentina, para averiguar todo esto ellos no saben o no quieren orientarte. No queda claro si se tragan o no se tragan el tema del matrimonio igualitario. El documento principal ya está, que es nuestra acta de matrimonio. Falta la partida de nacimiento de José y una “Fe de vida”. A veces no sé hasta qué punto la quieren complicar.
José hace un gesto y repite tajante: “Yo no me quiero separar de él, es muy duro para mí, no quiero volver sin él. Yo estaba en el closet, mi familia ya lo intuía pero se enteraron de las tres noticias juntas: que soy gay, que estaba con un hombre y que me iba para Colombia. Por eso viajó mi hermana conmigo. Y ya no volveré sin Oswaldo.
–Supuestamente el año que viene habrá definiciones sobre el matrimonio igualitario. Pero yo ya sospecho que acercándonos a la fecha de definición de ese asunto explotará alguna bomba, empezarán acusaciones políticas, enredos, la Iglesia se meterá, y quedará postergado. Eso ocurre a menudo con los debates en Colombia. Por eso, hay que esperar, tener paciencia y bueno, si lo aprueban, seremos los primeros en Medellín en salir corriendo al registro civil. Medellín es muy especial, es muy fashion por un lado, pero es tremendamente machista. Y hay homofobia dentro de la misma sociedad gay. Porque claro, con mi estilo, es muy diferente del estilo de otros gays.
“El estilo” al que se refiere Oswaldo no es un detalle superficial: es la diferencia entre pasar desapercibido o recibir gritos y burlas por la calle. O eventualmente empujones por parte de la policía, como los que recibieron durante su luna de miel en las playas de Santa Marta. “La policía se metió con nosotros, nos rompieron la cámara de fotos cuando estábamos en la playa. A ellos les molestaba mucho que yo me bronceara en hilo dental. Algo que no está prohibido, claro; muchas chicas estaban tomando sol así. Pero se metieron con nosotros, con mucha violencia, a los gritos, hubo un forcejeo y tumbaron la cámara a la arena y la pisotearon. Ya está hecha la denuncia y hay un sumario disciplinario interno en la policía de Santa Marta. Pero yo soy así, me gusta broncearme usando hilo dental cuando voy al Caribe, no tengo por qué dejar de hacerlo.” Entre alhajas y piedras, resalta un anillo de plata con alas talladas en las manos de ambos. Es la alianza de compromiso. Entonces los ojos de Oswaldo se mojan de emoción. “El anillo es éste, lo mandamos a hacer en Medellín: es un pisargolla: dos piezas que se encastran a la perfección: una letra jota en cuya comba se encastra la O de Oswaldo. A los costados, dos alas emplumadas: alas de ángel, porque él siempre me ha dicho que yo soy su ángel.”
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