Vie 18.04.2008
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ENTREVISTA > LUIS ANTONIO DE VILLENA

El tamaño de la perversión

Poeta español, también narrador, ensayista y traductor, Luis Antonio de Villena realizó la primera antología en lengua castellana de poesía gay-lésbica: Amores iguales. Anteojos verdes, pelo amarillo rojizo y chaqueta a rayas, de paso por Buenos Aires, en la Casa de la Poesía concedió entrevista a SOY aunque advirtió que esta vez ya no interpretaría el típico rol del “poeta gay”. “Es que uno se harta.”

› Por Ada Melandri

Hímnica, publicado en 1979, lo ubicó como uno de los cruzados de la poesía gay en lengua hispana.

—Pero no lo escribí con esa intención, aún no había muerto Franco mientras lo escribía y no sabía si iba a ser editado. En los últimos años del franquismo, si bien la dureza continuaba en lo político, ya no tanto en la moral, que además el turismo había ayudado a aflojar trayendo otras costumbres. Aunque en los setenta yo llevaba una vida homosexual no declarada, tampoco padecí situaciones que sí se hubieran dado en décadas anteriores. Ya había algunos barcitos gay, si bien tenían que estar disimulados y no se podía hablar de eso. Si llegaba la policía te podían tener demorado dos horas, hacerte una ficha que aunque no era prontuario judicial quedaba como información de tu sexualidad que el Estado no tendría por qué tener, y no te humillaban físicamente pero sí verbalmente. Pagabas tus impuestos como todos y aportabas con tu trabajo, pero no tenías los mismos derechos.

¿La recepción tan abierta y ferviente que tuvo el libro tiene alguna relación con el destape español?

—Cuando se publicó Hímnica, ya sin Franco, comenzaba esa primavera que ustedes generalizan como destape, aunque destape se refiere más al desnudo gráfico que invadió los kioscos. De pronto mi libro fue abiertamente celebrado y hasta se generó un villenismo y aparecieron los “escritores villenianos”. Yo simplemente había necesitado volcar mi vida verdadera, si bien en forma poética. De todos modos, no es que la homosexualidad inmediatamente se vivió en público, la sociedad necesitó un tiempo, ir de a poco aceptando que no muerde, que no se produce una catástrofe si se le deja existir libremente.

¿Se puede decir que la suya es una poesía gay?

—Cuando Neruda escribió los Cien sonetos de amor o Salinas La voz a ti debida nunca les hubieran preguntado si estaban obsesionados con la heterosexualidad, por qué sus libros tratan siempre sobre la heterosexualidad, hubiera parecido absurdo; en ese sentido, yo no trato sobre la homosexualidad sino que tengo un objeto de deseo distinto en poemas que pueden tratar los mismos temas que Neruda o Salinas: el daño, el deseo, la belleza, la muerte, un autor, el sufrimiento. Al mismo tiempo, no niego que mis libros están llenos de homosexualidad.

¿Entonces existe o no una poesía gay?

—Esa es una discusión que ya lleva años y no se ha llegado a ningún acuerdo. Hay quienes piensan que hay estilemas propios y particulares, pero no se ha demostrado. Sí diría que muchos son poemas de una gran intimidad por la clandestinidad de esos amores. Como el poema tan bello de Cocteau viendo dormir a su amigo. Pero mayormente en la antología se ve que lo que une a los autores es el tema, el ejemplo del tema, no una forma. Además, como figuran algunos autores que no se declaran homosexuales, aclaré que la inclusión en la antología no presupone una sexualidad determinada. Hasta tuvo lugar la Canción de Bilitis de Pierre Louÿs, a pesar de que él rompió su amistad con Wilde por homofóbico.

Un gran catalizador de homofobia, Oscar Wilde.

—Se podría decir el primer mártir gay, no es que sea el primer hombre que sufrió por su homosexualidad pero sí en el sentido de que era una figura pública, con un prestigio que se derrumbó públicamente por admitir su pasión por Douglas, al que además se cuidó de proteger durante los juicios. Pero igual que Kavafis, Wilde me interesa en su totalidad, también como sintetizador de un momento cultural, él une el decadentismo francés y el prerrafaelismo inglés en algo novedoso. En su literatura, sólo en De profundis aparece su sexualidad explícitamente.

La clandestinidad, la tematización de una elección sexual distinta de la norma hétero, ¿no dejan su marca en el lenguaje?

—Una marca podría ser el homenaje que intenta mi poesía hacia la antigua Grecia. Cuando en la Alemania de 1860 se comenzó a construir otro discurso sobre la homosexualidad moderna, para sacarla del infierno en que la habían colocado tantos curas que por detrás pecaban, lo primero fue remitirse a la antigüedad grecolatina para apoyarse en el prestigio de grandes autores como Virgilio, Safo, Cátulo, Platón. Nos legitimaban porque no se podía desautorizar a los clásicos fácilmente; en todo caso se los tergiversó muchas veces en los textos escolares, en lugar de: “el hermoso Coridón ardía por el hermoso Alexis”, según dice Virgilio, se corrige un tanto y se dice que “ardía por Galatea”. Pero de todos modos no podemos llamar a estos autores como homosexuales en el sentido moderno. Son personas que se movían de otro modo dentro de una sexualidad sin compartimentos.

Así como no veían un tabú entre dos hombres, tampoco se cuestionaba la diferencia de edad entre los hombres. La figura del discípulo es una constante.

—El arquetipo de maestro-discípulo se remonta a las arcaicas tribus espartanas que tenían una curiosa lógica militar: la virtud del guerrero se transmitía por relación amorosa. Yo, personalmente, no escapo a la atracción por el efebo, el doloroso estoque de la belleza y el espejismo del amor-pasión.

La literatura griega, el amor por los muchachos... no en vano uno de sus ensayos lo ha dedicado a Constantino Kavafis.

—El fue el gran renovador de la literatura neogriega, me interesaba reconstruir su universo y obviamente que allí aparece su homosexualidad, que en él también toma esa forma del deseo por los jóvenes. Por razones históricas y sociales, las relaciones de Kavafis eran con chichifos, chaperos, ¿cómo les dicen ustedes? (¿chongos será?), marineros en aquella Alejandría que ya no existe, chicos griegos que buscaban un sobresueldo, así como alquilaban sus brazos durante el día y en el mar, por la noche alquilaban su sexo en las tabernas.

Una compulsión algo trágica...

—Como un rey que luego de sentir la estocada de la belleza sube a lo más alto, al sublime solárium, para suicidarse poética y trágicamente... Claro, el amor-ágape, ese que no es imposible ni obstaculizado, el que no lleva a la muerte sino a compartir, es menos brillante; pero también menos oscuro, es un amor más humano, mientras que la pasión es casi de dioses. Y quién no quiere ser un poco dios.

¿Usted lo ha querido?

—La contemplación de la belleza sublime y terrible, carnal y filosófica, hace pensar tanto como desear, ahí es posible acercarse a lo divino. Claro que el bello tiene un gran privilegio pero también un padecimiento enorme cuando envejece y pierde lo que da sentido a su existencia. También en el modelo de belleza lo griego ha llegado hasta nuestros días, esos muchachos en slip de las publicidades son idénticos al Doríforo de Policleto.

Usted habla de propagandas de calzoncillos y Sublime Solárium —uno de sus poemarios, que acaba de mencionar— suena a marca de bronceador.

—Me lo han ofrecido y he dicho que no en un gesto purista que no sé si hoy repetiría.

Hoy estaría más dispuesto a esa perversión de su título.

—En grados pequeños las perversiones se dan en casi todo el mundo y son asumibles por una sociedad tolerante. Unos pequeños elementos de sadomasoquismo existen en casi todas las relaciones, el problema es similar al de cualquier sustancia que puede ser veneno: la cantidad. El mal social se produce por el exceso, no por el hecho en sí.

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