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Viernes, 7 de septiembre de 2012

LOS SUBIDOS DE TONO

El chico que bailaba en la Luna

Nostalgia y recuerdo de infancia: dos regalos ideales para sumar a las ofrendas que en el mundo le estuvieron haciendo a Michael Jackson por su cumpleaños.

 Por John Better

Desde Colombia

¡Qué felicidad! Es 1984 otra vez. Mi cuarto permanece intacto. Mis zapatos de charol siguen en su sitio. El poster de Michael que mi hermana Kelly me envió de Nueva Jersey sigue colgando de la pared, pero ya no me da miedo como hace un año, cuando llegó enrollado con un lazo negro, junto al disco de Thriller; ya no me asusta, tengo diez años, soy grande.

Tengo diez años nuevamente y soy el chico más afortunado de mi cuadra. Somos la única familia en kilómetros a la redonda que tiene un tocadiscos que suena como una estampida de búfalos salvajes.

Qué bellos son los domingos en mi casa; mi abuela se va a misa temprano y mi mamá se levanta siempre de buen humor, cantando baladas desde el patio.

Soy el mejor bailarín de todos los chicos por aquí cerca, el único que me hace la competencia firme es el Donovan; se ha aprendido casi todos los pasos de baile de Michael, su “moonwalk” es realmente bueno, además de que Donovan es negro y le luce. Pero él no tiene el disco y le toca esperar que lo pongan en la radio o venir a mi casa los domingos para ensayar los pasos. Hoy vamos a ensayar duro, porque la otra semana hay acto cívico en el colegio y nos queremos lucir con la presentación del grupo; nos conocen como “los maicols”; es que no hay fans como nosotros. Ya llegó ahí el Donovan.

–Mira este pase.

No he puesto el LP todavía, pero estoy seguro de que ese pase que hace el negro es para “Billie Jean”, lo sé por el movimiento de sus caderas y las muecas que hace en la boca.

–Ahora mira este giro.

¡Un triple giro! Este Donovan es la verga.

–Vamos a poner el disco a ver qué sale.

Saco el LP con todo cuidado de su caja, en la carátula Michael lleva puesto un traje blanco entero con una camisa negra bajo la chaqueta, su pelo ensortijado le cae levemente en pequeños rizos sobre la frente, tiene una mirada como diciéndote “soy el mejor de todos, ni siquiera lo intentes”.

–Ajá con cuál empezamos –pregunta Donovan.

–De una con “Billie Jean” –le respondo.

Saco el acetato con mucho cuidado y lo coloco en el tornamesas, empieza a girar lentamente, el beat de “Billie Jean” aparece golpeando duro, haciendo temblar las persianas de la ventana. Esta canción tiene poderes sobrenaturales, nuestros hombros empiezan a moverse involuntariamente, el piso se vuelve un tablero de ajedrez luminoso donde empezamos a bailar poseídos por el mismísimo Diablo. El cuerpo de Donovan es un resorte que se tensa y vibra, yo trato de seguirlo, pero el negro tiene la música en la sangre. Ahí viene el coro, uno, dos, tres: giro. Uno, dos, tres y ¡a caminar en la Luna! Dios, el piso se mueve, se está moviendo, no, no, es la música en nuestros pies. Donovan saca un guante de su bolsillo y se lo ciñe a la mano, se acerca a mí desafiante, yo le sigo el juego, somos dos pandilleros del Brooklyn despuntándose navaja en mano el amor de Billie Jean.

–Ella es mía –dice el negro.

–Ni lo pienses, men –le contesto con un triple giro y remato agarrándome las bolas.

–¡Uhh! Esto sí es música.

–Bailemos, Donovan, sigamos girando, que esta hermosa canción no termine, vamos que apenas es 1984, nada va a evitar que el disco termine de girar esta mañana de domingo.

–¿De dónde sacaste ese sombrero?

–¿Y tú esas gafas negras?

–No sé, es la música, sólo eso.

Un filoso scratch nos perfora los oídos de golpe.

–Hijueputa se partió la aguja –dijo Donovan.

–(...)

–Ey, que se partió la aguja, mariquita, pero no importa, yo puedo seguir bailando sin música.

–(...)

–¿Me oyes? Ey, mírame, sigo bailando, mírame, no llores mariquita, mírame, puedo hacerlo sin música. ¡Mírame! Podemos seguir bailando, seguro que podemos.

Michael Joseph Jackson también podía seguir bailando sin música. Esa tarde hace más de veinte años el disco se detuvo, pero el chico de Indiana siguió bailando durante años, mientras nosotros íbamos paulatinamente olvidando cómo hacerlo, envejecíamos sin remedio y Michael cada día era más joven, más niño. Donovan también dejó de bailar, un par de balas detuvieron sus mágicos pies: “You know I am bad, I am bad, you know it”, estaba escrito. Cierro los ojos y los abro. Qué felicidad, es 1984 nuevamente.

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