Viernes, 21 de diciembre de 2012 | Hoy
Aquí, un adelanto de Háblame de amores (Ed. Seix Barral), el libro de relatos que Pedro Lemebel presentará en la Feria del Libro del año 2013.
No fue hace tanto que el museo Malva de Buenos Aires me invitó a dar una conferencia. Y partimos con mi agente amiga, Jovana Skármera, que por entonces no tomaba ni agua, pero yo iba con la furia etílica viva. Y llegando a la gran metrópolis, los encargados del Malva nos recibieron como reinas alojándonos en el hotel Design, muy de moda por esto del diseño feng shui, a toda estética japonesa, con unas cañas de bambú por aquí, unas piedras de río por acá, todo minimal, todo simplificado por murallas de vidrio y cemento crudo. Así era aquel moderno hall donde una niña flaca como tallo de papiro instalaba unas ramas de una piscina. Mientras le damos su ubicación, esperen aquí, nos dijo amable el bombón recepcionista, indicándonos unos sillones de acrílico y aluminio, pero no quisimos sentarnos, aterrados de que esas cosas se desarmaran y nos fuéramos de hocico a la pileta.
La decoración debe tener cierta seguridad de uso, le dije a Jovana mientras subíamos por el ascensor hasta el piso entero que nos había reservado el museo frente a la avenida Santa Fe. Afuera llovía leve, con una humedad de 40 grados; por lo tanto, nos quedamos fresquitas gozando del aire acondicionado de la regia suite. Estamos a todo rock star, nena. Y cómo no, suspiré, Jovana, si nos invita el museo de los Costantini, una fortuna importante en Argentina, nena. Entonces, les pediré que me contraten un amante para matar en chuncho y no seguirme quejando de que aquí no te pican ni los zancudos. Así lo hice, y pedí un acompañante para todo servicio. El nene se llamaba Gastón y era de Tucumán, con un cantito adorable cuando nos contaba su vida de taxi boy provinciano llegado a la urbe. Y estábamos en esa conversa con Jovana y el chico, cuando apareció el tornado fulgurante de Fernando Noy, la poetisa performera de las cloacas porteñas, la reina under de los ochenta, la amiga de todas, como ella se dice con dorado pudor: íntima de la Sosa, de la Cantilo, la Bemberg, la Monica Vitti, que me regaló esta campera, y también de la Pizarnik, que vivía frente a esta plaza, dijo Noy con sus ojos verdosos nublados por la nostalgia. Me conseguí su teléfono y ella me recibió con unos jeans de cuero azul igual a Brian Jones, el más bello de los Rolling, que también se mató, tú sabes, Pedro, mi amapola real, mi lujuria plumosa, qué felicidad tenerla por aquí. Mirá dónde aparecí hoy, dijo indiferente, pasándome una revista en la que salía retratado como un ave del paraíso junto a Fito Páez y todas sus mujeres. Traje algo para el espíritu, agregó con malicia sacando un pedazo de chocolate paraguayo. Y comenzó a fabricar pitillos y a repartirlos con su mano de calamar generoso. Tú eres igual a Shelley Winters treinta años atrás, le gritó a Jovana con el humo en la comisura. Sabes que al encontrarme con ella en Río... la Noy hablaba sin parar mientras sacaba joyas y abalorios que los iba ensartando en mis dedos y muñecas. Es maravillosa mi amiga Noy, le comenté a Gastón, que la miraba con asombro. Sí, lo conozco, lo he visto en los diarios, dijo el chico con respeto. Al segundo fumo yo estaba tan volada que traté de sentarme en el sillón futurista que se cerró bruscamente y quedé atrapada como un sánguche de jamón y queso. Todos se reían tratando de sacarme del emplasto. La decoración debe ser práctica más que estética, concluí, hablando en esa media lengua al borde de la pálida. Pero, Pedro, tienes que dar la conferencia, ordenó Jovana preocupada. Ahí voy a estar, aseguré mirando al chico cafiolo. Y tú también estás invitado, Gastón, dije con mariguaneado desparpajo.
Y luego, como siempre, algún cristal me levanta y alguna nieve se encarga de borrarme las ojeras del whisky, y partimos en taxi al Malva. La lluvia seguía zigzagueando en el parabrisas y Buenos Aires se reconciliaba conmigo de un viejo rencor. La maravillosa Noy les cantaba algún cuplé de arrabal a los obreros en la ruta, y el chofer lo reconocía de algún artículo trolo que habían publicado las revistas. Ir con Noy por Buenos Aires chispeando era una película, los parques se prolongaban en su mirar de tigresa eslovena. Jovana, a mi lado, sólo fumaba nerviosa. Y el chico había desaparecido en los trámites del traslado. Y bueno, exclamé, nada es perfecto, ya estamos aquí, vamos con el show. De entrada, los hermanos Costantini me recibieron con rosas lacre. No me mires así, le dije al Costantini menor, porque te puedo robar la Frida Kahlo de la colección. Es encantador Pedro, escuché que el guapo heredero le decía a Jovana mientras yo entraba al salón de la performance literaria. Un whisky fue lo primero que pedí antes. El nene Costantini corrió con el vaso entre sus pálidas manos. Qué diferentes son estos chicos a los ordinarios platudos chilenos, le comenté a Jovi, tiritona de neura. En el público, la Noy repartía saludos a diestra y siniestra. La Noy es la estrella referencial del instante urbano. La ciudad es generosa con la diva y siempre la lluvia porteña le maquilla de acrílico rubor. Y entonces vino la presentación, las crónicas, la música, los llantos, las emociones. Al final yo conté el pedido del taxi boy que le había hecho al Malva y todos rieron aplaudiendo, festejando el circo pobre de mi lunático cronicar. De ahí al camarín, donde me esperaba el resto del whisky; entonces veo al chico tucumano con sus ojos rasgados de ternura. Pedro, casi levanto la mano para decir que era yo, me dice el lindo, y nos fundimos en un abrazo que me soltó media lágrima, lo juro. Bueno, vamos al hotel Design dice Noy con un arrebato de impaciencia. Y cuando subimos al taxi, la lluvia seguía espejando el asfalto vidriado de las calles. ¿Te sientes bien?, me dijo Gastón al oído. Y yo, como respuesta, anudé su cintura con mi brazo. De ahí, poco recuerdo con los tragos y fumos que Noy repartía cual Jesucrista hasta quedar borrada en el inmenso lecho de la recámara. A mi lado, Gastón, pilucho, desnudo, algo murmuraba: Pedro, tengo que cogerte, Malva me está pagando. Abrí un ojo y lo vi tan polluelo tratando de excitarse. No importa, mi niño, murmuré al vacío. Cómo te vas a coger a esta vieja fea y calva. No hables así de ti. Tú vales mucho, me repetía mordiendo mi oreja. Y eso fue todo, ahí morí acunado por su tibio aliento, susurrando palabras de alquilar amor. Más lejos, en la sala, la Noy reía contándole a Jovana su elección de Miss Bahía en el Carnaval de Brasil. La voz relampagueante de Noy leyendo sus poesías eran ecos luminosos de la tormenta eléctrica que vaciaba el cielo de la gran capital.
En la mañana, la lluvia seguía inmutable cuando abrí los ojos y el chico ya no estaba. Jovana dormía como una nena en la sala y sobre la mesa, una carta de Noy junto a la pulsera de strass que la diosa me dejó en la despedida. A esa hora, Gastón estaría con otro cliente, otro viejo marica roncando cerdamente a su lado. Pude imaginar su mirada soñadora en el cristal llovido de la ventana, pude verlo aspirar lento un cigarrillo. Tal vez sumando los dólares del Malva para volver a su lejano Tucumán.
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