Dani Umpi presenta nuevo libro. Un padre abandónico y abducido por una secta, una abuela muerta que da consejos, que más que abuela es un fantasma, y una chica un tanto lela en plan de viaje. Ingredientes bien Umpi para empezar el año.
› Por Federico Sierra
“Nos causamos gracia. Todo nos causa gracia. El odio, el amor, el tiempo, el rencor, el charque, estar comiendo quién sabe qué en un pueblo de Bolivia, los petardos que suenan, la tele captando canales mexicanos, la gente que está loca en todas partes porque nada tiene sentido y el mundo es cualquier cosa. Todo nos causa gracia. Todas nuestras vidas de mierda. No podemos parar.” Del sinsentido de Umpi brotan climas y reflexiones que se suceden unos tras otros. Conjeturas que “no pueden parar” y enseguida se descartan para dar paso a algo nuevo. Tal como en las novelas de César Aira, donde las cosas se suceden de modo a veces atropellado y sin más explicaciones. En ese mismo tono avanza Un poquito tarada, con la fuerza inmanente de la taradez de su protagonista. Nada exagerado, un poquito nomás, como todos. Formulando a cada momento hipótesis inútiles sobre lo que ocurre y que de inmediato se olvidan.
En la última novela de Dani Umpi, la tarada en cuestión sale a buscar a su padre, líder de una secta que la abandonó hace ya muchos años. En su pesquisa recorre Brasil, Uruguay, Argentina y Bolivia con la ayuda del fantasma de su abuela, que se materializa para darle consejos y, eventualmente, tirarle el tarot para aclarar el camino cuando las cosas se compliquen. Así, las ciudades se suceden unas tras otras para mostrar la modernidad periférica en sus distintos escenarios: el Centro Cultural SESC en San Pablo, los casinos de Punta del Este o la Fiesta Plop en el barrio de Colegiales. En cada ciudad espera una mujer que alimenta la trama: hermana, amiga o pariente lejana que se aparece para empujar la narración. Otras taradas. Como su amiga Mica, con quien va a la Fiesta Plop todos los fines de semana. Y juntas se vuelven a Villa Ballester al amanecer en el tren. “Sentía que teníamos que aprovechar ese momento. Estábamos en una cumbre, el después decaería. Lo llamaban ‘juventud’ o ‘locura’. Había que besarlos a todos antes del futuro, las caries y la grasa.” Las jóvenes de Umpi que deambulan en esos amaneceres después de la fiesta, ya pasadas, caminando por el conurbano mientras los vecinos cuchichean y las miran pasar. El despertar sexual, el fotolog, la adolescencia gay que se alarga más de lo esperado, el tren al conurbano: todos los rituales de una nueva generación de adolescentes gays en Buenos Aires que, imaginados o no, son retratados por una mirada cándida y dislocada. Y una dosis de estupidez en sus personajes siempre acompañada de la suficiente lucidez como para reírse de uno mismo y saber tomar distancia.
Sectas, espíritus, tarot y telepatía. Umpi podrá decir que se trata de su novela más delirante y metafísica. Pero no se engañen, el tono es más sobrio, menos deforme que otras veces. Es que ya son cuatro novelas, dos libros de cuentos, varias plaquetas de poesía y muchos años de Umpi circulando por las editoriales. Entrando y saliendo de una maquinaria cultural que lo ayudó no sólo a difundir sino también a darle forma y estructura a su estilo, que es ya una voz y una marca registradas.
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