LUX VA A LA MUESTRA AQUí EL VACíO SE COME, EN LA ALIANZA FRANCESA
Entre el francés y la Alemann, Lux, expertx en lenguas, fue a cubrir una muestra fotográfica y se encontró con una muestra de los celos más incontrolables.
Después del 5D se acabó la elegancia cosmopolita en la esquizolengua de Lux. Ya no pacto más con el buen gusto, ni con el buen decir. A la mierda con los eufemismos, con el savoir faire, con la Rue Saint-Germain y el paté de foie. Hablemos a calzón quitado, a lo bruto: Monsieur Nicolas Bohler, filósofo fotógrafo K huido de La Sorbonne en 2001 a esta, mi patria de la tira de asado y el vacío, me calienta como a una albóndiga en la sartén. Corto mármol con los pezones cada vez que él me habla al oído con sonido gutural canyengue; ese lunfardo rioplatense que pronuncia con petit acent parisino provocó un cataclismo en mi vida, del que no me repongo. Acabo de suspender la cena de Nochebuena, los fuegos artificiales en la terraza de mi amiga, la Trigli Sérida, y todavía no sé qué pasará con Año Nuevo. Además, las celebraciones sacras me parecen sólo martirios si no se acredita con anticipación que terminarán en orgía. Chau Noel.
Todo este desquicio mental me empezó un 5D. Al término de la inauguración de la muestra de fotos de Bohler en la Alianza Francesa, cuando el servicio de catering menguaba y los invitados más conchetos e institucionales decían au revoir y sólo quedábamos los que iluminamos las galas de bohemia, yo venía con mucho vol-au-vent y champagne encima, pasando revista a las caripelas conocidas. Ester Goris, sin el clásico casco brillante, reía poseída por el espíritu de Eva Perón la noche del 17 de octubre junto a mi ex amiga Katja Alemann, que no dejaba de fichar de reojo a Nicolas, y eso que tuve la precaución de confesarle que el tipo me licuaba las hormonas. Bastó mi confidencia para que se encaprichase con el francesito. Pero sepa el lector que pocas veces Lux dejó de ser generosx con el producto de su caza y no hubo presa que no compartiese con los amigos, si se lo pedían. En mi vocabulario la palabra celos no suele tener otro significado que querer comer antes que los otros, y una vez consumado el asunto, hasta puedo servirte el plato. Pero esta vez no. Nicolas tenía que ser sólo mío.
Me tomé el trabajo de interesarme en cada una de sus fotografías geniales: “Experiencia sensible bajo un encuadre exquisito de su bella y voraz residencia en Buenos Aires. Fiesta de carne y achuras, de la mezcla de sensualidad y melancolía del Sur”. Cuando llegué a la última obra, embriagadx por el talento de Bohler (me quedé pensando en comentarios inteligentes para seducirlo, pero no se me ocurría ninguno) busqué con la mirada al artista. La Goris dormía en una silla de ruedas que le había quitado no sé a quién, la gente seguía devorando las migas de las bandejas, pero Nicolas estaba fuera de la escena. “Creo que bajó al toilette”, aseguró el agregado cultural de Francia, y el dato me disparó escaleras abajo, si es necesario mato por la presa. Lo que sigue hubiese querido callarlo. Pero ya lo dije: después del 5D, soy pura abyección. Síntesis: me metí en el baño para devorarme las achuras en vivo del francés, pero Katja Alemann me había ganado de mano. Como Didó loca por Eneas, me enceguecí de celos —yo, que los desconocía— y me trepé a la maraña roja de pelo de mi rival, que resultó ser una peluca de canecalón. Desde esa noche, querido lector, esta Lux experimenta el vacío de carne. No puedo olvidar. Yo, mujer-chongo-trava-queer in extremis, emergencia de un hechizo hecho en los años ’60 a mi madre, pobrecita, que me arrojó al mundo en parto múltiple, grito a la luna con voz de arrabal en la terraza de un piso 13 frente a la Aduana, en medio de muchos humos (¿humo cannábico, hidrocarburo quemado de un container de puerto, concentración de pedos de Papá Noel que está viajando ya en el trineo hacia la Casa Rosada en busca de subsidios para la Navidad?). Mon chérie Nicolas, volvé a mí.
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