Ultimamente se nos han ido cumpliendo varios deseos (¿o deberíamos decir derechos?) que parecían inalcanzables. Pero siempre hay más. Aquí va entonces una selección de pedidos realistas y delirantes para el año que empieza. Lohana quiere ser presidenta; Wenceslao, que lo amen; Elian, gotitas para los ojos; Marlene, no dar tantas explicaciones; Mónica y Vanesa, que la Iglesia no discrimine, Valeria quiere ser mutante; José María pide igualdad para tomar en vaso. Cuando los dioses nos quieren castigar, escuchan nuestras plegarias, ya decía eso Oscar Wilde, así que, para todxs, ¡feliz 2013!
› Por Wenceslao Maldonado, Marlene Wayar, Lohana Berkins, José María Muscari, Mónica Rolón y Vanesa Salías, Elian Faiman, Valeria Cini
* Escritor, autor de Eros y otros deseos (Simposio) y La Proctomaquia o el Cantar de los Culos (Simposio), entre otros.
El gran deseo de deseos es que se pueda seguir trabajando hacia más y más diversidad. Sin embargo, hablar de comprometerse con la diversidad me parece propio de un delirante porque sabemos que la diversidad no es respetada y es violada en el mundo entero. Hablo de una diversidad general que va más allá del tema de género. Me refiero al sentido amplio de la palabra, el de respetar lo que cada uno siente, piensa y es. Ir a hablarles de diversidad en Israel y Medio Oriente sería tan interesante como delirante. Desear la paz, la justicia y la fraternidad, hoy, es una quimera total. A mi edad (tengo 72 años) ya casi todas las cosas que deseo son muy poco probables. Un deseo muy personal y muy loco a esta altura sería encontrar un gran amor. Si me preguntan si hay alguien dando vueltas por ahí, tengo que decir que la verdad que no pero que está bueno que a mi edad todavía se me ocurran esas fantasías, esos sueños medio adolescentes. Mi gran debilidad, toda la vida, fueron los negros. Y he tenido un par de novietes negros por allí. Ahora lo veo más difícil porque a medida que pasan los años se me siguen sumando achaques, viejitudes y cosas prostáticas, pero la esperanza es lo último que pierdo.
Directora de la revista trans El Teje, coordinadora general de Futuro Transgenérico.
Estoy acostumbrada a pedir cosas imposibles, porque todos mis deseos son grandilocuentes, así que este año no va a ser la excepción. Yendo desde lo más macro hasta lo más pequeño, te pediría primero algo que no tiene que ver específicamente con nuestra comunidad lgbti sino con todos. Desearía que podamos volver a la cultura oral, es decir, a algo tan olvidado como el diálogo. A medida que pasan los años voy viendo cómo cada vez se vuelve más difícil que nos escuchemos, que intercambiemos, que charlemos. Si no le planteo al otro lo que me molesta, ¿cómo le voy a dar lugar a que retruque, se defienda o se repiense? En nuestra comunidad también hay que hablar de soliloquios. Los soliloquios de los que hacemos arte por la diversidad, teatro por la diversidad o lo que sea. Estamos encerrados en este vicio ególatra de mirarnos el ombligo. Si pudiera pedirte más, pediría que la Academia abandonara su rol de autista, que los artistas bajen su ego a fuerza de diálogo y de las críticas constructivas y serias, que los intelectuales miren un poco más por fuera de sus nichos. Terminar con el monólogo del creador, del que escribe solo y del que lee o escucha solo. Y del espectador que se vuelve a su casa quejándose en el camino de regreso en vez de quedarse y criticar en el sentido más positivo de la palabra. Desearía no tener que escuchar más mezquindades como las de los derechos de autor. Eso se va a acabar el día que en que entendamos que, más allá del reconocimiento de las genialidades (que no niego que existan), el artista, el escritor, el académico no producen en el vacío, sino en ciertas condiciones sociales de las que se nutren. El genio de Charly García no podría haber escrito ese tema que tanto nos conmueve a todos que es “Los dinosaurios” si no hubiese existido ese contexto tan terrible que fue el del proceso militar. Crear es crear entre todos, en el intercambio. Si tuviera que ir cerrando el espectro y pedir algo para mí y para las travas, pediría seguridad laboral y paz económica. Quisiera que cuando alguien me alquila una casa no tener enseguida que explicarle que no la voy a convertir en un prostíbulo. Quisiera que cualquier trava pudiese aspirar a cualquier trabajo, me gustaría que pudiéramos evitar todas las explicaciones denigrantes, quisiera que los tacheros no le tiraran a una el auto encima. Y en lo más chiquito y lo más personal, tengo un último deseo de fin de año, que es que el hombre que me ama tampoco tuviera la necesidad de andar dando explicaciones de por qué me ama. Que no tuviera miedo a cada paso de algo así como que se le caiga la masculinidad por estar conmigo. Que no tuviera que estar aclarándole al mundo que no está con una travesti en situación de prostitución y que trabaja aquí y allá. Que no tuviera que hacer ninguna aclaración sobre lo que nos pasa, que se enamoró de mí y nada más que eso.
Directora de la cooperativa de Trabajo Nadia Echazú, fundadora y presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (Alitt).
En mi arbolito quiera pedirte, Viejito Pascuero, una cajita para poner todos mis deseos. En los deseos de fin de año, a mí, como lo personal es político, esas dos cosas se me mezclan. Desearía que mi cuerpo sea amado en toda su potencia, como es. Ser amada tal cual soy. Y si vamos a desear, hay que desear bien: pediría ser presidenta de la Nación. Si yo llegará a ser presidenta, quedaría demostrado cuánto hemos evolucionado como sociedad. Si llegara a ser presidenta, me sentiría divina, espléndida. No sería sectaria, no tendría (como ya me han dicho) solamente ojos para mi comunidad. La violencia, pobreza, la distribución de la riqueza, la batalla cultural son cuestiones que a nosotras nos atraviesan la vida. Yo, que creo en el gran poder transformador de la política, profundizaría este modelo con las banderas de las y los excluidxs. ¿Qué mejor que alguien que viene desde abajo para hacerlo? Me encantaría que la ciudadanía se pusiera a discutir qué pasaría si llega a la presidencia una compañera travesti, ¿qué priorizarían: mi condición trava o mi capacidad de gestionar? ¿Cómo cambiaría la subjetividad de los jóvenes en un país así? Eso es algo que solamente podemos desear en esta coyuntura tan especial. Ahora es el momento de pensar cómo enaltecer y profundizar el modelo y cómo discutir los mitos fundantes de la sociedad. Mi otro deseo de fin de año es el ingreso masivo de las travestis a la educación y al empleo, dos núcleos duros de lo que está faltando. La educación como herramienta de formación en la vida de cualquier persona es lo que nos va a poner en otro plano. Nos va a permitir acceder al empleo público y privado. Da la impresión de que los privados son los que más se nutren de nuestro avance, alcanza con ver cómo la tv se traviste, hace un uso abusivo de la imagen travesti. Es como si el capitalismo estuviera descubriendo la “plusvalía travesti”. Pero, si están tan interesados en nosotras, ¿por qué no nos contratan directamente? La educación y el empleo van a ser lo único que nos va a permitir planificar nuestras vidas. Desearía también que nos dejaran de situar en el lugar del testimonio y de la víctima pasiva, para poder entrar al mercado del deseo. Que nuestros cuerpos, nuestras subjetividades, nuestras particularidades, nuestra belleza, puedan ser deseados como los de cualquiera, y podamos ser las amantes, las esposas, las novias, los y las queridas de cualquiera.
Conduce Muscari Vivo, una producción del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas en el espacio Noches Rojas, en RadioUBA 87.9. Los lunes de 22 a 24.
Tengo un deseo imposible, que es el de la igualdad total y real. Me encantaría que la igualdad pueda ser mucho más que una ley. Hablo de una igualdad espontánea y no con la idea de estar buscando y luchando por algo, insistiendo. Hablo de la igualdad como algo tan natural como lo es el agua, el fuego, el aire. Me causa gracia pensarlo porque es algo que me parece patéticamente improbable. Hay algo del orden de la condición humana que tiende a dispersar, a disgregar, a categorizar, a buscar y señalar lo diferente.
En lo personal, otro deseo improbable sería refrenar mi continua necesidad de superponer mis trabajos o de enganchar unos trabajos con otros sin que me quede en el medio tiempo de respirar. Quisiera no tener que hacer las cosas con tiempos imposibles. Pero esa dinámica tiene que ver con mi energía, con mi forma de ser, como mi necesidad de superponerlo todo. El 2012 termina con un evento desafortunado, pero que ocurrió dentro de un año muy genial para mí en lo profesional y en lo personal: el robo que sufrí hace poco por parte del hombre con el que estaba saliendo. En estos momentos trato de poner mi inteligencia emocional para enfocarme en todo lo lindo que me pasó y no quedarme con el sabor amargo de este último evento. Prefiero tomarlo con humor, pensar que me pasa por ser demasiado confiado, un poco inconsciente. Pensar que lo conocía hacía sólo un mes y pico. Y me gusta pensar que esto que me pasó me tenía que pasar para otra cosa: para aprender a reconstruir esa parte mía que es un poco débil, que se entrega y se fía enseguida. Yo nunca fui muy aferrado a la plata, pero lo que me da bronca es que no estaba guardando esa plata para algo egoísta, sino para algo noble que era comprarle una casa a mi mamá, que se quedó viuda hace poco. Confío en que la ley de la vida y las buenas vibras van a hacer que aparezca de nuevo el dinero o un trabajo importante o una casa genial para mi mamá.
Las mamás de Violeta y Ambar, las dos primeras niñas nacidas antes del matrimonio igualitario en recibir las partidas en las que figuran como hijas de dos madres.
Ya cumplimos algunos de nuestros deseos, pero todavía nos quedan otros que pedir. El que tenemos es ambicioso pero tal vez no sea imposible. Hace poquito cumplimos el sueño de bautizar a Victoria pero, por lo mal que nos trataron, se pareció, en algunos puntos, mucho más a una pesadilla. Somos creyentes y siempre supimos que queríamos bautizar a nuestras hijas. Entonces empezamos los trámites con todo lo necesario y a llenar papeles. Para completar el último papel, fuimos a la iglesia. Esa planilla nos pedía el nombre de la mamá y el del papá. Entonces le explicamos al cura que padre no había, que éramos dos mamás. Puso una cara irreproducible y dijo que tendríamos que haberle avisado eso antes de empezar. Le dijimos que teníamos derecho a hacer esto como cualquier familia y nos contestó: “Vayan con esas explicaciones a la Curia” y después dijo: “Toda esta porquería empezó en el 2010”. Y al final: “Bueno, como ya estamos acá...”. Fue una de las peores situaciones de discriminación que vivimos jamás. Nuestro miedo es que las nenas tengan, en un futuro, que vivir situaciones parecidas a las que vivimos en la iglesia, que nos dolió en el alma y el corazón. No sabemos si es un sueño imposible o no, pero nuestro deseo es que dentro de poco las nuestras puedan ser vistas como cualquier otra familia. Que no sólo nos acepten sino que sientan orgullo al nombrarnos, así como nosotras sentimos orgullo por esto que armamos. Que nuestras nenas se puedan bautizar y hacer todo lo que puede hacer cualquier chico o chica. Quisiéramos no tener miedo de lo que puede pasarles fuera de casa o en la escuela. Nuestro deseo para el 2013 es que podamos vivir en paz y que todas las familias tengamos los mismos derechos no sólo en lo legislativo sino también, todos los días, en lo social.
Militante trans, recientemente contratado por el Ministerio de Trabajo y hacktivista.
Fin de año, las Fiestas, Papá Noel, los Reyes Magos, el Fin del Mundo. Los últimos días de diciembre desatan un tsunami emocional que proyecta al infinito deseos de colores como pirotecnia. Epoca de balances, también. Y aquí muevo los codos para empujar la realidad de modo que se corra hacia los márgenes y se haga cuerpo en estas líneas. Me pongo cursi llegando a las Fiestas. Porque, claro, cómo no ponerse así, si es la fecha en la que el año termina, la gente se toma vacaciones, descansa y junta energías para el año siguiente, en un ciclo que sus cuerpos ya reconocen. A esta altura del año, los cuerpos están cansados. Suponiendo que yo pudiera reconocer los mensajes de mi cuerpo, diría hace años que este año no termina más.
Los fines de año, las fiestas y todo el conjunto son una patada estomacal para mí, aunque no coma nada extraordinario. Hace años que las paso llorando. Siempre busco excusas para festejar, durante todos los días que se suceden noche tras noche y día tras día, desde hace décadas. No todos los cuerpos descansan a fin de año. No todos los cuerpos descansan. Pero si tuviera que proyectar en este cuerpo, en estas líneas, proyectaría esta vez este cuerpo, como otros cuerpos que tan poco aparecemos en las líneas de los festejos.
Yo, que hablo bajito, deseo profundamente que estos cuerpos seamos voces audibles, propias, escuchadas. Voces que no necesiten de ningún dispositivo que las represente, ningún aparato.
Entrando cada vez más en el mundo de los sueños, realmente prefiero festejar el Carnaval, con sus ruidos y sus luces, con una multitud de fauna y flora autóctonas. Un carnaval que entienda lo que piden los cuerpos tan acalorados, con o sin plumas, con o sin clasificaciones. Y yo, que soy un tipo trans, quiero que quienes insisten en no vernos vayan a algún servicio oftalmológico y les recomienden algún remedio genérico, porque la verdad es que acá estamos, aunque no todos usemos lentejuelas, venimos bailando —¡y cantando!— en la misma comparsa. Aquí me despierto un poco, salgo del terreno onírico, bajo al territorio. A mí, que me gusta la liturgia de lo popular, las multitudes, el Carnaval, me encantaría ver cómo la justicia social se desparrama entre nosotros, nosotras y nosotres, nosotrxs. Salud, trabajo, educación, nunca menos. La inclusión no se trata de homogeneizarnos o normalizarnos dentro de un —o algún— sistema, como much*s denuncian. Seguiremos dando muchas discusiones y todavía nos quedan muchas batallas que no se cerrarán en la agenda del nuevo año, desde ya, pero realmente creo que hay un Estado que sabe leer las necesidades de sectores que la pelean desde hace años en los márgenes. Seguimos dando la batalla social y cultural, pero también estamos pendientes del cumplimiento de nuestras conquistas, porque participamos del debate democrático que supimos construir. Y por eso, que no es poco, esta vez sí brindaré a fin de año.
Nuestros cuerpos están cansados, seguro. Pero en medio de ensoñaciones lúcidas, nuestros sentidos están despiertos, nuestras conciencias, alertas. Vamos construyendo también, nuestras propias líneas de tiempo, que tienen sus propias voces, sus cuerpos propios. Y sus nombres y pronombres, también.
Cantante, guitarrista y compositora
Para este fin de año, desearía que fuésemos seres hermafroditas, que seamos trans, más que trans. Quisiera que comenzaran las nuevas generaciones a nacer con ambos sexos. Que los niñxs lleguen al mundo con algo así como sexos mutantes. Si no me falla la memoria, creo que algo parecido sucedía en un libro de Ursula Le Guin: que los sexos de los seres mutaban en base a cómo se iban encontrando y en base a su propio deseo. Me imagino algo así como poder explorar e ir más allá de la dualidad. O las dualidades. Quiero decir: la dualidad de hombre/mujer, de negro/blanco, etc. En fin, mi deseo más profundo e imposible es que podamos vivir sin ese chip de los celos. Que lo cambiemos, lo pisoteemos y que en su lugar pongamos el chip del poliamor, el de la grandeza de la libertad. Que podamos virar hacia el chip de la sabiduría y de la elasticidad inmensa del corazón. Que terminemos el año sabiendo que nos llevaremos sólo lo que dimos y, sobre todo, que la mayor cualidad del amor es que es libre. ¿Mi deseo es acaso una humanidad feliz?
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