LUX VA AL CUMPLEAñOS DEL MAL (MOVIMIENTO ANTIDISCRIMINATORIO DE LIBERACION)
La organización que agrupa a travestis y transexuales de La Matanza cumplió 10 años de lucha y compromiso y lo festejó con fiesta y laureles. Lux vio la luz MALa y subió.
Cuando yo era chiquititx, mi madre me drogaba con diez gotas de Piptal y me escondía en su maxitapado Sargento Pepper para colarnos en los recitales que daba Paco Ibáñez en el Gran Rex. Bien abrigadx en mi closet de franela marrón, las manitas prendidas a las medias caladas de mi madre, la cabeza sumergida entre sus rodillas pero no tanto como para que mis orejas no escucharan eso de “maldigo la poesía del que no toma partido / partido hasta mancharse” (mi madre solía tomar ginebra Mariposa y vino patero) y como para que mis ojitos no vieran a ese macho de voz rasposa que de tan macho me parecía que olía a sobaco (yo estaba vestidx como miniputo de jopo abrillantado y corbata pajarita). Y otra vez mi madre me llevó a un recital de Daniel Viglietti, pero ahí me pudo pagar la entrada porque ya trabajaba vendiendo velas perfumadas en Plaza Francia: me hizo cantar “a desalambrar, a desalambrar”, entonces le pregunté por qué habían puesto alambres de púa en la quintita de la comuna hippie en que vivíamos y ella me dijo que no fuera boludx que era una canción de protesta porque ella tenía ideología, y a mí me pareció que me estaba confesando que era torta. Y cuando Viglietti cantó: “Al fin de la batalla / y muerto el combatiente”, vino hacia él un hombre / y le dijo: “¡No mueras; te amo tanto!”, entendí que era una canción trola porque lo que no se puede decir se transforma en idea fija. Pero el viernes pasado, en el cumpleaños número diez del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación en el Centro de Panaderos de La Matanza, cuando Susy Shock, idéntica a Lynn Readgrave en La soltera retozona, cantó su vidalita, me pareció que todo era diferente. Que a las canciones de protesta ahora las cantaban los meros protestadores y no los simpatizantes VIP: mi madre los llamaba pequebuses (pequeño burgueses), los con techo por los sin techo, los eximidos de la colimba por la guerra de guerrillas, los gay-friendly por los putos, los diabéticos por los cañeros. La vidalita decía: “Vidalita, vidalita, contra machitos cabrones. / Esos que hacen las guerras, capitalismo y dan golpes. / Vidalita, vidalita, contra obispo y patrones” (la Susy Shock tiene una caja intervenida de bijouterie nada autóctona y le da al palo como si fuera un falo (se me contagió la rima). La Diana Sacayán estaba contenta como en su propio cumpleaños y lo bien que hacía: ella que es la Gran Mala del todo el MAL o su Pachamamatrava.
—Yo ya no soy la piquetera que come el guiso blanco de la Ruta 3 —dijo mostrando orgullosa sus sandalias blancas, pero con ganas anticapitalistas de chancletearlas.
—¡Ahora alto guiso! —gritó desde la primera mesa Lohana Berkins, que esperaba su premio con la boca llena de papas a la wancaina.
¡Cincuenta líneas y todavía no contaste quién se ligó los premios!, me taladra el oído la voz de la conciencia periodística. ¡Dejá de irte por las ramas y subite a los laureles!
Es que me revienta la información; la información es que se te decolore la cabeza como al profesor en Muerte en Venecia, como Tennessee Williams muriéndose atragantado con la tapa del frasco de somníferos: ¡cero glam! Por eso lo escupo mejor de golpe, como salir del taxi en la City vestida de Lady Gaga. El MAL dio el laurel de los derechos humanos a un montón de gente de bien: a Hebe de Bonafini (no vino, pero vinieron las Madres Mercedes de Meroño —Porota—, Evel de Petrini, Ana de Kiersnowicz, Elsa de Manzotti y Hebe de Mascia); al secretario del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social Nacional, Enrique Deibe (que tampoco vino, estaba en la Vendimia gay); a la activista travesti-feminista Lohana Berkins; a la diputada provincial por el FpV Karina Nazabal; a la antropóloga y feminista Josefina Fernández; al referente del Inadi, Pedro Mouratian; y a la revista El Teje, primer periódico travesti latinoamericano dirigido por Marlene Wayar. Ya está. ¿Se enteraron? ¿Puedo seguir con sociales queer?
“La reflexión sobre la identidad, la construcción que pudimos hacer de éstas que somos hoy se la debemos a las Madres”, dijo Diana, y eso me lo anoté. Como al dato de que Marlene, Diana y Lohana fueron estudiantes de la Upmpm, donde cursaron con sus nombres elegidos, y de esa época a Marlene le quedó un look estudiante secundaria pop que combina anteojos de plástico rojos, zoquetes plateados y caminar de Lolita lunga (tengo una libretita roja de Swarovski y una lapicera en forma de bala enchapada en oro con que anoto un poco). De los discursos no me acuerdo más. Sé que Miss Bolivia, ya cuando las Madres se habían puesto los saquitos para subirse a su ómnibus, las persiguió por todo el escenario como un tapón de speed con rastas para improvisarles un tema que a mí me sonó parecido a “Ovarios no tengo dos, tengo varios. Por mi madre, mis hermanas y por todas las pibitas de mi barrio”, pero pudo no haber sido así, que Sentime Dominga sonaba bárbaro pero el equipo no, que Joshua dijo “haceme lo que quieras y lo cuidé”, que todxs gritamos “¡Madres de la Plaza / las travas las abrazan”, pero yo ya estaba perreando con un chongo maestro panadero con cara perogrullesca de manos en la masa: al principio nuestras pelvis eran puro descontrol de denim hasta que alcanzamos un ritmo de siameses pegados por lo que más gusta y así fuimos hasta la cumbia final. El viaje en remís me hizo acordar a mi madre, que siempre me mandaba en remís a la casa de mi abuela cuando tenía una noche de sexo grupal. Diosa.
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