Vie 08.03.2013
soy

A LA VISTA GORDA

Los pocos somos muchos

Walesa y el secreto encanto de las minorías

› Por Adrián Melo

“¡Qué maravilloso país era Italia durante el período del fascismo e inmediatamente después!”, dijo una vez Pier Paolo Pasolini. “Un mundo represivo es más justo, más bueno, que un mundo tolerante: porque en la represión se viven las tragedias, surgen la santidad y el heroísmo. En la tolerancia se definen las diversidades y se analizan y aíslan las anomalías, se crean los guetos. Yo prefiero ser condenado injustamente a ser tolerado.”

Como suele suceder, las reflexiones del poeta y cineasta visionario sobre el espíritu nefasto y los fascismos que muchas veces encubren las democracias neocapitalistas cobran particular vigencia, ahora ante las declaraciones del líder sindicalista polaco también ex presidente y premio Nobel de la Paz, Lech Walesa, quien el pasado viernes 1º de marzo, en una entrevista con la televisión polaca TVN 24, expresó que “los diputados homosexuales deberían sentarse en la última fila de los escaños parlamentarios, e incluso fuera del Parlamento”, justificando este segundo plano “porque sólo representan a una minoría”. Y remató sus dichos afirmando: “Sí, cerca del muro e incluso detrás del muro”.

“Nosotros respetamos a la mayoría, respetamos la democracia”, continuó Walesa, aparentemente ignorando a Tocqueville, que ya había advertido en el siglo XVIII que uno de los principales riesgos de la democracia era la tiranía de las mayorías. “La mayoría ha construido la democracia y ésta pertenece a la mayoría. Y tenemos una minoría que camina sobre la cabeza de la mayoría.” Cualquiera que escuchara a Walesa no podría prever que la peligrosidad del avance de las minorías de la que habla se reduce a dos escaños que pertenecen a una transexual y a un gay sobre 460 escaños que tiene el Parlamento de Polonia.

Lo curioso es que lo que Walesa llama minoría es lo que la mayoría hegemónica instituyó como minoría. Generalmente, las minorías suelen surgir desde una instancia estatal moderna o instituciones que identifican o clasifican a cierto sector desde una perspectiva social, étnica, racial o sexual, entre otras, al que perciben como un problema o una cuestión peligrosa al proyecto nacional (y al de las mayorías dominantes). Por lo tanto, desde la lógica estatal, este sector debe ser identificado, controlado, vigilado, medicado, reprimido o eliminado, según el grado de peligrosidad que se perciba en el mismo. Al mismo tiempo, las políticas dirigidas contra ese sector algunas veces lo constituyen, lo vuelven identificable a la sociedad y lo instituyen como cuestión pública. Eso produce lazos de solidaridad y protección en el interior del grupo y articula las luchas de esas minorías contra políticas discriminatorias y a favor de la igualdad y la expansión de derechos. Las palabras de Walesa devuelven ese costado o halo peligroso que suele otorgarse a las denominadas minorías y debieran obligar a la comunidad lgtbi a replegarse sobre sí misma, a generar nuevos debates y a propiciar otras luchas porque evidentemente no se trata de hechos aislados sin ningún sostén en la sociedad y en los imaginarios sociales. Hechos como éstos tornan obsoletas ciertas posiciones (incluso desde miembros de la misma comunidad) que reclaman a la comunidad lgtbi el integracionismo, que lo acusan de autodiscriminarse, o que insisten en señalar que la elección sexual es una cuestión íntima que no precisa de manifestaciones públicas o de que no debiera existir cine, literatura o arte gay.

Un muro de silencio

Por un lado, el hecho de que el portador de estas palabras sea un combativo sindicalista polaco, hacedor de heroicas huelgas y épicas luchas obreras durante la década del ochenta no hace más que escribir un nuevo capítulo en el desencuentro de larga data en la articulación entre luchas de clase y las luchas de la diversidad sexual. No olvidemos que el propio Pasolini fue echado del Partido Comunista en 1948, acusado de actos indecentes. Y que en versión local tenemos el famoso cántico “No somos putos / No somos faloperos / somos del FAR y Montoneros”. Sólo en las ficciones generalmente de autores que admiran los folletines rosa pudo darse el encuentro erótico o sentimental entre un guerrillero y una marica. Sólo en las ficciones literarias y cinematográficas parece que pueden articularse luchas políticas de diferente índole.

Por otro lado, uno de los costados más dramáticos es que las palabras de Walesa (que repito parecen expresar prejuicios y sentidos comunes instalados de larga data en las sociedades modernas y que ya está recibiendo palabras de apoyo) no se limitan al prestigio de su portador sino que develan un problema mayor: pareciera que las largas y cruentas luchas sociales que encararon las llamadas diversidades sexuales (minorías en boca de las mayorías dominantes) para adquirir y ampliar sus derechos civiles y políticos sirvieron mayormente para que se incorporaran a las democracias occidentales sólo mediante el signo de la tolerancia o en calidad de consumidores en tanto blancos y de clase media. Si eso es así, más serviría barajar y dar de nuevo. Es decir, hacerle caso a Walesa: situarse en los márgenes del Parlamento y de la sociedad, entablar nuevas y creadoras luchas desde el lugar que históricamente fue más propicio para la comunidad lgtbi: el de los malditos, de los estigmatizados, de los condenados, de los enfermos y de los pervertidos.

El espacio que se ocupa o se asigna en el Parlamento nunca fue un tema menor. El lugar de los girondinos y los jacobinos en la Asamblea Nacional Francesa legó al pensamiento del mundo occidental los términos derecha e izquierda, que signaron los lenguajes políticos desde el siglo XVIII. Con su gesto, Walesa pretende que el lugar asignado a las diversidades sexuales en la historia sea siempre el de la minoría dominada y tolerada por la amplitud generosa de las mayorías.

Para Walesa, situarse en las orillas, en las vanguardias, detrás del muro, en cierta forma por fuera del sistema, posibilita tomar posiciones más radicales, subvertir el campo político de manera más absoluta. Si la idea de democracia con la que sueña Walesa (y otros tantos) es una en la cual cuando pasea con sus nietos no desea tener que “volver la vista” al paso de una pareja homosexual o de una manifestación del orgullo, una democracia en la cual “lo hagan entre ellos y que nos dejen en paz a mí y a mis nietos” me parece incluso una bella metáfora poética poder situarse “cerca del muro, incluso detrás del muro”.

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