Viernes, 21 de junio de 2013 | Hoy
ENTREVISTA
Abogada y mendocina, Carolina Jacky, cuando ni siquiera se soñaba con las posibilidades que hoy brinda la Ley de Identidad de Género, peleó y consiguió las primeras rectificaciones de los DNI y reasignaciones sexuales para mujeres y hombres trans en su provincia, incluida ella misma. A los 61 años sigue su destino de pionera: en algunos meses podría convertirse en la primera mujer trans que llega a ser jueza federal de la Nación.
Por Dolores Curia
Carolina Jacky es la abogada trans que podría llegar a convertirse en jueza federal y, de lograrlo, con excepción de la estadounidense Victoria Kolakowski, su caso sería único en la historia. El 17 de agosto del año pasado rindió el examen escrito para concursar por un cargo en la Cámara Federal de Apelaciones de Mendoza. Ahora, espera los resultados para pasar al oral. Mientras, continúa trabajando en el estudio que fundó hace 36 años. La posibilidad de ser camarista le llega después de décadas de patear Tribunales y sacar adelante –con una celeridad inédita– las causas de las primeras travestis de su provincia que consiguieron la autorización para reasignación sexual y la rectificación del DNI, mucho antes de que fuera posible fantasear con algo parecido a la Ley de Identidad de Género. Jacky probó con una estrategia alternativa, una vía regia por la que eludió el embotellamiento de los amparos. Así ayudó a su amiga Adriana Mascheroni Garzón, que hoy trabaja con ella en Carolina Jacky & Asociados, cuyo caso sentó precedente: “Ella llevaba en Buenos Aires tres años con el bendito amparo, yendo y viniendo del Cuerpo Médico Forense. Iba a estar toda la vida. Entonces, le prepuse hacerlo en Mendoza. Hice una información sumaria pidiendo la cirugía y el DNI, que es un trámite similar al que hacés cuando, por ejemplo, necesitás autorización para salir del país con un menor. En tres meses tuvimos la sentencia”. La bola corrió y chicas y chicos trans de todos los puntos del país le empezaron a golpear la puerta; y a todos los casos Jacky, que por ese entonces vestía traje y corbata, los resolvió con éxito.
Hace cinco años que Carolina vive con Adriana –amiga, compañera de trabajo, ex representada y leading case– y el marido de ésta en una suerte de ménage en un casa de Mendoza capital. Pero “que no haya confusión, no somos un trío, sino una familia ‘muy normal’. Ella, que me bancó en todas, es como mi hermana. Y para Ricardo, bueno, soy como una suegra”. En esta etapa de la hormonización, Jacky está radiante, cuenta que nunca se sintió más segura y se le nota en el tono que le da a cada remate y en cada chiste autoparódico. Charla sobre historia y derecho en tono de entrecasa, y entre frase y frase hay un sorbo de mate. En estos siete años que lleva profundizando su transformación, no ha querido dar notas para que su historia no traspasara las frontera de Mendoza. “No quería hablar de cosas que también tienen que ver con mi familia. Recién ahora estoy aceptando hacerlo público, justamente, porque di un paso a algo que es de interés público.”
–Mi historia contradice todo lo que se puede imaginar sobre ese tema, porque no tuve ningún problema en el Poder Judicial de Mendoza, donde trabajé toda la vida. Obvio que hubo impacto, pero no fue el drama que me imaginaba. Cuando decidí cambiar, empecé a explicar primero a los más cercanos. Primero nadie entiende. Después empiezan a atar cabos y te dicen cosas como “bueno, yo veía que tirabas para otro lado” o “pero dale, entonces, ¿la posta es que sos gay?”. Lo fui resolviendo con humor. A mí me tocaron los tiempos sin la ley. Hice el juicio medio en secreto y salió la orden para la operación y documento. Cambié el título para que empezaran a llamarme Dra. Jacky. Recién ahí hice el cambio de look.
–Con el paso del pantalón a la pollera, ¡empecé a tener más clientes! Algunos me invitaban a comer a sus casas, ¡querían chusmear! O me decían: “Mientras me ganes los casos, ponete lo que quieras”. Una clienta de un barrio del Instituto Social de la Vivienda me dijo: “Estamos recontentas. Ahora nos vas a defender porque sabés lo que siente una mujer”. En los tribunales (donde me conocían desde hace treinta años), el juez o la jueza llamaba a los empleados y: “Ahora Jacky es la doctora Jacky, y ojo con los comentarios porque les hago un sumario”. Es más, consigo algunas cosas que antes no conseguía. Ojo, no es que esté diciendo “Muchachos, pónganse tacos que les van a llover los clientes”, pero ésa fue mi experiencia. Acá hay muchísimo closet. Muchos vienen a “confesarse” conmigo.
–Desde los 5 años sabía que me correspondía vivir de otra manera. Nací en 1952, y acá no había tele, ni radio. Internet tuvo mucho que ver. Me di cuenta de que lo que me pasaba a mí le pasa a un montón de gente. Tratar de encajar en un rol que no era el mío me trajo problemas de salud, cólicos. A la larga, todo estalla por algún lado. Pasé por psicólogos hasta que terminé de asumirme al ciento por ciento. Luché para ser hombre, pero me superó, me iba a morir. Ninguno de los dos caminos es fácil. ¿Cómo le explicás a tu mejor amigo que no es que lo hubieras estado engañando toda la vida?
–Trato de controlar la ansiedad por ese asunto. Después de tantos años tengo muchas ideas sobre lo que habría que corregir en la Justicia para que adquiera otra velocidad a la hora de resolver temas de la vida cotidiana. Si bien somos un país pionero, con leyes de avanzada, la gente aún no sabe que estas leyes están para protegerlos. Muchos trabajadores de la Justicia no asesoran bien. No se informan o no quieren informarse. Para mí el derecho es mucho más que trabajo. A la noche y los fines de semana me gusta leer y estudiar jurisprudencia, de aquí, de afuera, compararla.
El oscuro día de marzo de 1976 en el que empezó la última dictadura a Jacky le habría correspondido recibirse de abogada. Ese 24 se levantaron las mesas de examen, y el título pudo ser suyo recién cuando se reabrió la Universidad Nacional del Litoral (por esos años vivía en Santa Fe), meses después. “Esa mañana me desperté con el golpe encima, me quería morir. Rajé de la facultad en el mejor momento para rajar. La cosa ya venía mal: para mí, que por esos días era una loca bien tapada, pero también más anárquica que ahora, una facultad tomada por la Triple A no era ninguna gloria.” Mucho antes de su transformación Carolina se especializó en discriminación y violencia de género. Después del caso de Paola Legay (la oficial de Bomberos que en 2011 demandó por discriminación al Cuerpo de Bomberos y al Ministerio de Seguridad de Mendoza y ganó), se empezaron a multiplicar las denuncias y muchas eran derivadas a su estudio. “Paola había conseguido un dictamen del Inadi y andaba deambulando de abogado en abogado. Yo le saqué la cautelar y logré que volviera a trabajar. A partir de ahí, me dejaron de traer demandas de alquileres y me llegaron historias más interesantes.” Yendo todavía más atrás, hay un elemento en la biografía de Jacky que parece no cuajar con su presente: en 1991, fue candidata a gobernadora por la UCD. Esa es una historia que, según ella, parece haber ocurrido en otra vida. “Mi incursión en la política fue un máster, aprendí mucho. Todo es experiencia. Mis ideas liberales se combinaban con discusiones con todo el arco político. En la UCD se extrañaban de que tuviera excelente relación con el Partido Humanista, el PC, que tuviera amigos en Montoneros, que fuera abogada de un gremio. En mis veinte años en el justicialismo aprendí a ser pragmática. Soy una rara avis en más de un sentido.”
–Se terminó mientras trabajaba en el Ministerio del Interior, durante el gobierno de Menem. Me alejé con la privatización de los puertos. Preferí eso, antes de estar después buscando abogado penalista. “Muchachos, van a pasar todos por tribunales”, les dije cuando me fui, a los funcionarios, entre ellos, a María Julia. Con mi pasado como hombre no estoy peleada. A veces voy a hacer un trámite donde no se actualizaron los datos y veo que el empleado se vuelven loco peleando con la computadora, entonces, me río: “No se cayó el sistema, el problema es mi sistema”. Soy Carolina hace sólo 6 años. No es mucho y, no obstante, parece otra era.
–Tal vez las trans, de grandes, vamos pensando cada vez menos en el sexo. Tal vez esté en otra, tal vez sea por el ciclo de reemplazo hormonal, pero estoy bastante asexuada. No estoy buscando. Los tipos pasan la noche y después “Perdón, pero no es lo mío”. No te creas que sólo ando en Tribunales, me encanta ir a ver bandas. Voy con botas y falda de cuero, muy Maiden. Pero ahí se te acercan pibes muy chicos y me sale la vieja de adentro: “¡Si podría ser tu abuela!”. A lo de volver a enamorarme lo veo imposible. Cada vez que digo esto, Adriana me muestra su anillo, como diciendo “si yo pude...”. Pero Ricardo, su marido, es artista, luthier, budista; tiene una sensibilidad especial. Yo ya di mi pelea, no me escondo de nadie. Para que alguien pueda estar conmigo se tiene que pelear contra toda la sociedad y no es tan fácil romper con todo.
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