Viernes, 5 de septiembre de 2008 | Hoy
SALIO
Por Liliana Viola
Roberto Piazza
Corte y confesión
Editorial Planeta
¿Qué se espera de un libro que empieza con una broma autorreferencial desde el título (Corte y confesión) y que tiene en la tapa al mismísimo autor con la boca cocida como un matambre? Dicho más directamente: ¿qué espera usted de las confesiones autobiográficas de Roberto Piazza? Bueno, no importa tanto su respuesta como el hecho contundente de que todo eso está. Y hay más. Luego de que una voraz lectura se atraganta con chismes importantes de nombre y apellido, luego del retrato de una infancia ultrajada por familiares y falsos amigos, aparece una radiografía implacable, maldita y detallada de un sector de la sociedad: la crème de la crème. Como nunca en las pasarelas, aquí desfila una troupe de personajes que hasta el momento supo eludir la prensa fácil, la difícil, el ojo de los estudios académicos y todo aquello que no transcurra en una fiesta exclusiva. El tráfico de “lo bien” aparece descripto con candor y alevosía por este personaje que, cual Rosa de lejos, miró, escuchó, guardó y escupió llegado el momento. Cumple 50 y se casa en lo que promete ser la fiesta del año, oportunidad ideal para recordar cada peldaño de su ascenso. Y darse algunos gustos: rendir homenaje a su gran mentora, la señora Mirtha Legrand, cuyo nombre aparece en un centenar de ocasiones a lo largo de las 200 páginas, la mitad para rendirle tributo y la otra para deslizar pavaditas. Por ejemplo, cómo es que llegó a quedarse (gratis) con cien vestidos en un mes y revenderlos luego, con una sola puesta. “Yo también lo haría”, remata siempre Roberto, demostrando que no da puntada sin hilo.
Desde el trémulo corazón de un niño violado por su hermano mayor, rechazado por un padre que amenazaba con cagarlo a tiros, pasando por el miembro erecto del recién llegado a la ciudad que no deja ni al Obelisco en pie, hasta éste, el modisto que se presenta como heredero de los grandes, tanto de Jaumandreu (que jamás se dignó a recibirlo) como de Gino Bogani (que una vez lo llamó por teléfono y le dijo: “Puta loca y bruta, te llamo para agradecerte lo bien que hablás de mí en los medios”). Quien compre el libro esperando más de lo mismo, se sorprenderá; y quien no lo compre pensando que nada valen las confesiones de una loca costurera que dio el gran paso, se equivoca. Una vez más, qué vamos a hacer.
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