Mi primera vez no fue mi primer amor. Eran los ’90, década de la música tecno en los boliches (ahora discos). Yo había descubierto Av. Santa Fe una noche que el destino selló mi camino, cuando con una amiga nos perdimos yendo a comprar entradas para el recital de Erasure en Argentina. Esa noche había podido observar el alegre deambular de personas de sexo masculino por las veredas de la avenida, lo cual despertó mi curiosidad sobre aquellos hombres, curiosidad que obviamente venía innata. Vi ese lugar como una rica fuente de variedades en las cuales podría sumergir mi cuerpito desgarbado de principiante. Entonces volví de visita a la zona dos o tres veces más el mismo mes y repetí sin suerte la experiencia. Recién en mi cuarta salida fui perfeccionando la técnica. Una tarde, más relajado y a plena luz del día caminaba hacia el Pumper Nic de Av. Pueyrredon y Santa Fe; y descubro que soy observado desde un auto. Era una oportunidad única para deshacerme de mi pesada y añeja virginidad. Sólo me acerqué, dijimos ¡Hola!, ¡Hola!. Y nos dirigimos hacia su departamento que se encontraba a pocas cuadras, charla informal de por medio. Charla en la cual se dice cualquier tipo de pelotudeces a causa de los nervios. Al llegar, lo hicimos a escondidas en el estacionamiento del edificio, de parados, con preservativo y sólo duró unos 15 minutos. Nada importante para recordar. Pero a pesar de las comparaciones que hoy puedo hacer, en ese momento fui feliz, ya me sentía otra persona, salí de ese lugar sin recordar el nombre de mi casual amante pero con una alegría que me desbordaba. Volví a mi casa corriendo, mis pies parecían no tocar el piso, sabía que todo lo mejor estaba por venir. Al llegar me encontré con Camila, mi mejor amiga en aquellas duras épocas de crisis y transformaciones. Me esperaba contenta, mirándome como si supiese todo lo que había pasado. No podía defraudarla, no tuvo que insistir mucho, como era costumbre: salimos a pasear con su correa y le fui contando todo camino al parque.