Vie 12.07.2013
soy

Por AMAR al Tango

Esta noche la gala de cumpleaños tiene entre sus artistas invitados al ballet Tango y Expresión, bailarines formados en la Escuela de Tango de la Asociación AMAR. Oportunidad de cruzar experiencias diversas y sentir la inclusión en escenario propio.

› Por María Moreno

Si en la milonga gay se trata de salir del closet, para ellos el closet es un lugar donde dejar el síndrome de Down para brillar en la coreografía sexy y nocturnal del tango escenario.

Vienen a la entrevista Lucrecia Mazzara (minidiva con toda la gestalt de la primera bailarina y es imposible imaginarla sin chignon), Eduardo Spasaro (tiene en el cabello y las cejas la cosmética del tanguero viejo), Virginia Palottini (rubia dulce y autorreflexiva) y Damián Sostnik (un buen mozo de ojos azules, firme en sus sentencias). El profesor Carlos Rodríguez Robert, de la Universidad Nacional del Tango, ha reemplazado el lengue por la escharpe.

¿Saben qué es La Marshall?

Lucrecia: Hombres con hombres y mujeres con mujeres, a eso del casamiento lo vi en los noticieros porque hay muchas clases de diarios, pero ahora no los veo tanto porque tengo muchas actividades afuera y no tengo tiempo.

Graciela Mazzara (madre de Lucrecia): Me parece que es una milonga más y que refleja lo que está pasando en la vida diaria y que no tendría que llamarnos la atención.

Andrea (profesora): Yo voy a La Marshall hace muchísimos años, me parecía un lugar muy apropiado para la integración y el progreso de las ideas. Que los chicos fueran a bailar a un espacio que propone otra cosa. El comentario que yo me llevé cuando salimos del Festival Queer del año pasado fue que había sido lo mejor del programa.

¿Qué mayor no discriminación que no advertir en un espacio algo que sobresalta o pone en alerta?

Escolástica tanguera I

En el romance “La cava Florinda” se cuenta el romance de una cava seducida por un rey que provocó la caída de España y, a la hora de repartir culpas, los versos finales deshacen toda imparcialidad entre los sexos: “Si dicen quién de los dos /la mayor culpa ha tenido/digan los hombres: la cava/ y las mujeres Rodrigo”. El tango es “la danza que más triste debajo el cono azul”, como recitaba Floreal, pero también la más difícil.

Carlos: Para el hombre es mucho más dificil que para la mujer. Tiene que conducir el baile, pensar los pasos, ella se tiene que dejar llevar.

Pero Virginia sabe que la diferencia de género no es la fundamental.

Virginia: Lo que a mí me pasa es otra cosa. No es lo mismo bailar con los chicos. Con los chicos me siento más cómoda. El problema del tango es que la gente grande baila tango en una forma que no podemos bailar nosotros. Nosotros sabemos bailar tango como nos sale a nosotros.

Carlos: No es el mismo aprendizaje el que puede tener una persona especial que una convencional. Hay que multiplicar el tiempo por veinte, por treinta, por cuarenta. Eduardo tiene de tango trece años. Damián tiene ocho, Virginia es la más nuevita. Tiene tres años. La niña que es la benjamina del grupo, Lucrecia, tiene 18 años y empezó a los 13.

Lucrecia: ¡19!

Carlos: Perdón. O sea que hace seis años que estás con nosotros.

Lucrecia: No me quites años.

Carlos: ¿Qué más querés?

Lucrecia: ¿Sabés qué pasa? Que no sos el único que me quita los años. A mí todo el mundo me dice lo mismo. Pero no tengo 18, tengo 19.

Damián: Carlos me enseñó un paso: un pie para atrás, el otro para atrás y hacer seis, siete, ocho. No hay que hacer muchos ochos. Con uno solo está bien.

Lucrecia: Antes de hacer tengo que pensar. Escuchá la música. No hay que apurarse siempre nos dice a nosotros Carlos. No correr.

Virginia: Lo que dice Lucrecia es verdad. Carlos me está mirando a cada rato y cuando me mira me dice: “Virginia, caminá más despacio”.

Lucrecia: Te lo dice por el cariño de él. Puede bailar ella con él, él con ella, pero lo importante es que escuche la música y pueda pensar sobre la música.

Eduardo: Estuvimos de gira con León Gieco. Eso es importante porque se conforma a toda gente de público. El ve lo que nosotros hacemos para mostrar como positivación. León nos lleva a todas partes. Y usa todo tipo de músicos. Ellos tocaron. Nosotros bailamos.

Virginia: Mi hermana me enseñó un montón de cosas. Un día en casa estaba en la pieza de mi mamá y me enseñó que el tango es como cuando tenés una fiesta de quince.

Pilchas viejas

El vestuario del tanguero de principios de siglo pasado (ambo a rayitas, camisa oscura, timbos de taco alto) secuestrado por la patrona de la pensión por falta de pago de haberes solía ser viejo. No importaba: la oscuridad del salón ocultaba el brillo dejado por la plancha, las suelas con chapitas gastadas. Pero el ballet de Tango y Expresión quiere un look acorde al lujo de sus presentaciones.

Carlos: Voy a pasar un chivito. Nosotros lo que necesitaríamos es variar el ropaje. Estamos yendo desde hace seis, siete años, siempre con las misma ropas. Los varones con traje negro, camisa negra, corbata al tono, las chicas con vestido negro. El color siempre es uniforme. Nosotros creemos que hay que usar un color acorde a la noche y al tango. No va a ser amarillo.

Como si se envalentonaran con el hecho de bailar en un espacio en donde flamea la bandera multicolor, los bailarines empiezan a hacerle la cruz al negro. Lucrecia líder.

Lucrecia: Yo quiero el mismo vestido pero de distinto color. Lo que pasa que el mío es como triste.

Carlos: El tango es triste.

Lucrecia: Yo digo el vestido, no la persona. Cuando una persona se pone un vestido o algo así y es negro se siente diferente.

Carlos: Es que sos una bailarina, una artista.

Lucrecia: Ponele el caso de Virginia, se pone un vestido negro y no quiere, se pone triste. Con un color vivo, se pone alegre.

Damián: Cuando bailamos el único color es el negro, ¿por qué? El negro no se ensucia. A la ropa hay que cuidarla. También uso chaleco, el chaleco tiene brillos, hace canchero.

Escolástica tanguera II

Bailar el tango le permite al grupo eludir la mirada caníbal del otro, que congela en la diferencia con signo menos, y sentirse soberano. La mirada de Carlos sostiene, exige y dicta una pose de prestancia que es la del tango, pero también la de las minorías que se levantan.

Damián: Y nosotros cuando bailamos tango no tenemos que bailar con la cabeza para abajo porque no tenemos que marearnos, que caer.

Lucrecia: Pará. Está bien lo que dice él, pero Carlos nos dijo que cambiemos la actitud porque no es eso lo que quiere, quiere que seamos grandes. Si tenemos miedo no importa porque eso nos ayuda también en el tango. Cuando empecé a bailar miraba para abajo, me ponía triste o preocupada por algo. Y él: “Lucre, no”. “Ta bien, Carlos, tenés razón.” Entonces lo que hice es evitar esas cosas, seguir con los mismos pasos pero con otra postura.

Carlos: La postura está dada en las dos partes, cincuenta y cincuenta. Erguido, derechito, con el peso como corresponde, cabeza levantada y un buen abrazo.

Lucrecia: Es importante el abrazo, para que no te caigas tenés que agarrarte. En este caso Damián. Como es nuevo, a Dami le cuestan cosas. Yo lo que encuentro de ellos dos es la forma del abrazo. Porque con Damián me siento más suelta, no me agarra bien, y con Eduardo no. Dami es, yo no digo pesado, sino que se olvida de las cosas del tango. No siento el abrazo. Le falta un poco más de ganas.

Damián: Me cuesta un poco.

Eduardo: Tiene razón. El abrazo tiene que tener fuerza para manejar la cintura para que ella pueda moverse. El hombre tiene que llevar a la mujer como una cosa adulta.

Lucrecia: Con Javier es más o menos. Un poco flojo.

Eduardo: Se pone nervioso.

Lucrecia: A Javier lo veo bien, muy contento, pero cuando estamos abrazados para empezar a bailar está entre medio de Damián y Eduardo. Con Eduardo cambia todo. Con Eduardo bailo bien y me lleva bien.

Virginia: A mí también.

Carlos: No se van a pelear acá.

Lucrecia: Estamos aclarando las cosas. Con Eduardo me siento rebien. Con todos bien. Pero cuando llega el momento de bailar no.

Divos dos por cuatro

Los bailarines se piensan a sí mismos como chicos o como especiales, pueden llegar a decir la palabra discapacidad. Pero con la droga del aplauso, la autopercepción cambia. Cuando va por la calle y lo miran, Eduardo piensa que es porque es lindo. Damián se sintió siempre como un buen bailarín. Cuando Lucrecia se enoja cuando le bajan la edad está combatiendo contra la mirada infantilizadora, paternalista zonza que se suele depositar sobre los que tienen el síndrome de Down.

Damián: Yo cuando aprendí a bailar el tango los vi a estos chicos en la tele en un programa que no me acuerdo cuál es. Ahí le pregunté a mi mamá: “Ma, quiero aprender a bailar tango gracias a esos chicos”. Entonces mi mamá me preguntó: “Vamos a buscar una fundación para que vos vayas a bailar tango con los chicos y los profesores”. Agarró la computadora y la computadora decía “Amar”. Ahí fui. Estaba Carlos con los chicos. Yo me senté y los vi a ellos bailando el tango, entonces le dije a Carlos: “Ahora ya sé cómo se baila”. Me levanto y voy a bailar con los chicos y lo hice ¡espectacular!

¿Alguna anécdota cómica?

Carlos: Te cuento de una gira. Estábamos no sé dónde. Y en el almuerzo el señor, que tiene buen apetito, se comió todo. Y le agarró una descompostura bárbara.

Eduardo: Me puse nervioso.

Carlos: Te pusiste nervioso por los ravioles que te habías comido.

Eduardo: Y yo no quiero ir nervioso para no estar mal en el show.

Carlos: Estábamos en el camarín y faltaban cinco minutos para salir al escenario y le digo: “Eduardo, no te hagas problema, salgo yo. Bailo yo con Lucrecia”. Y mucho no le gustó. El quería bailar. “Pero en estas condiciones, no”, le decía. Entonces yo ya estaba yendo para el escenario cuando viene corriendo el señor: “No, voy yo, voy yo”, en la mitad de la pasarela. Entonces le digo: “Si te sentís mal cuando estás bailando da una vueltita así, salí del escenario y entro yo”. Bailó mejor que nunca...

Lucrecia: Cuando Carlos lo ve a Eduardo y me ve a mí se fascina... ¿o no?

Carlos: ¡Me vuelvo loco!

Enamoradizos

El síndrome de Down se asocia a la efusión sentimental, a un deseo que surge una y otra vez en medio de amores tutelados en donde se obedece a regañadientes. Eduardo (un picaflor) y Lucrecia (una coqueta) se enamoran bailando. Y él, como buen artista, lo declara a la prensa.

Eduardo: Nunca tuve novia. Me gustaría tener una mujer al lado mío, una persona que yo sienta como ella. Un sueño mío, que sueño siempre es que con ella bailamos bien, y tener una persona que yo llevara como con ella.

Lucrecia: ¿De quién hablás?

Eduardo: Ahora nunca pensé en ella... ella es como más inteligente para mí. Yo quería tener una novia pero nunca la tuve porque yo quiero a ella.

Carlos: Eso no es tan cierto. Vos tuviste un montón de novias. Eduardo, quedate solterito porque ya tuvimos problemas, después lo hablamos.

Eduardo: Eso es cosa del pasado.

Carlos: Siempre hay una afinidad mayor con una persona que con otra, pero eso no quiere decir que yo me voy a enamorar de vos y vos de mí. Yo siempre dije que acá en la escuela vamos a aprender a bailar y a tener un grupo de pertenencia, a hacer amigos y divertirnos juntos. Cuando ya empieza a tallar el tema de amoríos, ahí sí que no me gusta nada y yo ¿qué les digo a ustedes? Que hay que dejarlos...

Lucrecia: Afuera.

Carlos: En la calle, antes de entrar a la escuela. En la escuela se trabaja exclusivamente con el tango.

Damián: No de novios sino de amigos. El tango se baila no de novios, se baila de amigos.

Virginia ha pensado que la soledad para una mujer moderna es inseparable de la libertad.

Virginia: El año pasado, en la escuela, tuve muchas historias. De cinco para arriba. Y había un chico con el que siempre íbamos a algún kiosco a comer y después, como él vive cerca de la escuela, primero me acompañaba a mí hasta la parada. Después iba a su casa. Porque lo que también me pasaba era que mis viejos no estaban el fin de semana, se fueron al campo y yo estaba sola. Estaba sentada arriba del sillón, estaba llorando y a cada rato él me llamaba por teléfono y me estaba molestando cada vez más. Y bueno, ahora estoy sola, estoy feliz, no necesito novio. Estoy perfecta sola, con todas las cosas que hago y en este momento no pienso en eso porque en realidad me siento más relajada. No necesito fijarme en otro chico. Soy una mujer grande que tiene muchos años, estoy haciendo teatro y bailando tango, tengo mucha ropa, tengo muchos vestidos lindos, vestidos negros, vestidos nuevos. Uno color rojo.

Eduardo: A Carlos es bueno tenerlo para ir mejorando como los alumnos adultos. No ponerse nervioso. Cuando nos ponemos nerviosos Carlos dice “hacé pasito tranquilo, no apurarse”. Bailar es tener un pensamiento derecho al corazón.

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