Vie 16.08.2013
soy

Gracias por volar torcido

En su última película, Los amantes pasajeros, Almodóvar abre el contenido de la caja rosa.

› Por Diego Trerotola

Una condena social, que al parecer es bienintencionada, logró casi empujar a la marica dentro del closet. O, dicho con más precisión, la repetición mecánica de que la marica es un estereotipo hizo casi desaparecerlas de las representaciones, del cine, de la TV y de otros tantos lenguajes (porque, lo que es en la vida, por suerte, la marica sigue tan suelta como siempre). Digo marica y digo puto, que no está atado a los mandatos de la virilidad, ni a la manera convencional, tradicional, conservadora de ser o no ser varón. Y, sin embargo, ese empujón al closet hizo que la marica, quien siempre se las ingenió para sacar provecho de la desgracia y del infortunio, tomara carrera para saltar mejor y más alto, porque mientras estuvo adentro del placard eligió sus mejores pilchas y salió bien montada para hacer su reaparición triunfal. Ya se dijo: a la revolución hay que ir bien vestido de marica. ¿O no era así que pregonó Severo Sarduy y repitió Néstor Perlongher? Uy, esto se está llenando de putos. Mejor. Porque de eso se trata la última película de Almodóvar, Los amantes pasajeros: un vuelo que saca a la marica del closet con sus mejores galas.

Camp is in the air

La condena social a la marica no es un fantasma, es una realidad que existe multiplicada una y otra vez, incluso dentro de la comunidad LGTBIQ. Para muestra, el botón se llama Greg Mitchell, crítico de cine en The Gay UK y hace unos meses escribió esto de la última película de Almodóvar: “Encontré más que insultante el camp anticuado y los comportamientos estereotipados de todos los auxiliares de vuelo. ¿No habíamos dejado atrás ese tipo de camp? Honestamente, ellos podrían haber sido interpretados por Liberace, Larry Grayson y John Inman, y no habrían notado la diferencia”. Lo terrible y reaccionario de este texto no es solamente la idea de que el comportamiento marica pueda ser insultante sino que pone como ejemplos a personas y no a personajes. Es decir, seguro que piensa que menos mal que los tres artistas maricas que nombra están muertos porque, si no, son más que un mal ejemplo, son un insulto para la humanidad. La lógica del exterminio de la marica es explícita. Los tres actores almodovarianos que interpretan a los azafatos, Joserra (Javier Cámara), Fajas (Carlos Arece) y Ulloa (Raúl Arévalo), son la putísima trinidad, maricas desatadas a bordo y al borde, aeromozos plumíferos, locas voladas, muñecas torcidas para llevar la bandeja, pero también para empinar el codo. Ellos son tres veces lo que siempre se pensó mal como homofóbico, porque querer limpiar a la marica es intentar normalizar el ser gay, asimilarlo a una supuesta normalidad del varón hétero, como si todas esas cosas fuesen o tuviesen una esencia, como si los géneros fuesen moldecitos pétreos. Con oportuna sensibilidad queer, Almodóvar se emputece al cubo y tira tanta pluma como para levantar vuelo. El cielo no es el límite.

Alas mariconas: pluma línea aérea

Lo negativo que tenían las representaciones de las maricas nunca era el afeminamiento o la putez en cualesquiera de sus formas y colores sino el hecho de que siempre eran personajes serviles, secundarios: eran parte de una comparsa donde el protagonismo era hétero, feliz, base de la sociedad y todo lo que se escapaba de esa heteronorma era ubicado en su lugar lateral. El punto de vista para contar a la marica era heterosexista a más no poder. Almodóvar toma la revancha y hace de Los amantes pasajeros, tal vez por primera vez en grandes dimensiones, un relato donde el gran protagonismo coral sea la marica, quien lleva adelante la narración, lo contaminan todo, lo cuenta al derecho y al revés: son y sirven el elixir. Los azafatos camp son la turbina turbia de la narración. Con Javier Cámara a la cabeza, que ya había mariconeado XXL en La mala educación, acompañado por el gran Carlos Arece de La hora chamante y Muchachada nui, y un Raúl Arévalo muy bien puesto, Almodóvar vuelve a colocarse con la comedia ultracamp y deja el melodrama enrevesado por un momento. Encerrados en un avión que ellos mismo manejan, porque tienen a los pilotos y a la tripulación a su merced, los tres azafatos teatralizan todo hasta llegar al éxtasis musical donde hacen voguing, el deporte por excelencia de la marica, con una canción de The Pointer Sisters, donde Almodóvar hace notar que no olvida los tiempos de puterío ilimitado con McNamara y su dúo punk anarcomarica de la movida madrileña. Almodóvar vuelve a la comedia, que es el territorio de sus orígenes, por eso el avión de la película tuerce su rumbo de México a La Mancha, lugar de nacimiento del cineasta: la película se podría llamar “Joserra, Fajas, Ulloa y otros putos del montón”. En tiempos de olvido u omisión de la mariconería en pos de una mala política del correccionismo gay-friendly, Almodóvar renueva el camp en extremo sin dejar de ser él, la Frankenstina, que se recicla a sí mismo: hay chicas Almodóvar un poquitín listas (Cecilia Roth haciendo de la dominatrix Miss Take, “el error hecho mujer”) y un poquitín bobas (Lola Dueñas como la vidente virgen), hay incorrección sexual como fantasías post-porno con la mujer sonámbula y el hombre anestesiado, hay cameos autorreferenciales de Antonio Banderas y Penélope Cruz, hay una telenovela telefónica, hay carne trémula. Y nunca Almodóvar deja de atravesar las turbulencias con el cinturón de seguridad con strass desabrochado. Y con eso basta para volar bien alto.

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