Un partido amistoso. Dos equipos enfrentados: gays y chicos de la calle. Contra toda inercia y tradición, el fútbol como espacio de integración.
› Por Pablo Pérez
Hacía frío y llovía muchísimo. La convocatoria era en un complejo de canchas de fútbol 5 bajo la autopista, en el barrio de Boedo. Los equipos gays Cóndores, Pájaro Andino, La Legión, Los Dogos, Sónicos, La Cantera y Martes 13 jugaban contra 3 equipos de la Selección de Fútbol de Hecho Club Social, donde se entrenan chicos y chicas de la calle. En la entrada no había nadie y las primeras canchas estaban oscuras y vacías, algunas goteras se colaban por entre el hormigón de aquella enorme infraestructura gris. Mientras me adentraba en el lugar, escuchaba el eco de la pelota picando y el silbato del referí, y al llegar al final del complejo vi una enorme bandera con los colores del arco iris. Uno de los equipos que estaban jugando, de camiseta azul y celeste con números blancos, el otro de camiseta blanca con números dorados, muy glam, seguro es el equipo gay, pensé y no me equivoqué. Entre todos los varones jugaba una chica, era del equipo de Hecho Club Social. En las gradas, más de 100 personas seguían el partido, se habían formado varias rondas de mate. A un costado, una mesa del colectivo 100 % Diversidad, con pins, publicaciones y preservativos gratis.
Busco a los organizadores, encuentro primero a Néstor Fabián, representante de Cóndores FC para la liga Gapef, y se suman Martín Canevaro, presidente de 100 % Diversidad y Sergio Rotman, director de la ONG Hecho Club Social. Nos ponemos a conversar a un costado de la canchita.
Néstor: Fue una idea que surgió con los chicos de Los Dogos y con Martín Canevaro. Por casualidad había visto una nota en Telefe a los chicos de Hecho Club Social y me pareció que sumarlos era una buena alternativa: sumar diversidad e inclusión
Martín: Después de cada partido los dos equipos se van a comer. Este evento genera el encuentro entre realidades distintas y el derrumbe del prejuicio. El prejuicio de que un chico que está en situación de calle es un peligro porque me va a robar. Y hacia nosotros también, que los gays no juegan al fútbol o que el fútbol está reservado a determinado tipo de masculinidad. Estas actividades también contribuyen al proceso de autoaceptación de cada uno con su propia identidad, el empoderamiento de la identidad sexual, en este caso gay, y ese empoderamiento suma mayor autoestima, capacidad de vincularnos con otros pares o con parientes, primos, amigos heterosexuales que sin pertenecer a la comunidad lgttb se integran a una actividad deportiva.
Sergio: En Hecho Club Social tenemos un grupo muy importante de gente, conformamos en definitiva la Selección Argentina de Fútbol de Calle, que va a participar del Mundial por la Inclusión. Nuestro equipo está formado por gente en situación de calle, con problemas de adicciones, migrantes, refugiados, ex presos que recuperan la libertad y tratamos de que todos se sientan parte de un grupo y de esa manera poder insertarse nuevamente en la sociedad. Lo hacemos jugando al fútbol, formando parte de algo. Desde hace 10 años participamos en un Mundial, y a fin de mes estamos viajando a Polonia para participar de la edición número 11 de la Homeless World Cup.
Néstor: Sí, pero estamos organizando con Los Dogos la Copa de América para el 8, 9 y 10 de noviembre, y los chicos de Hecho Club Social están invitados. Este evento ha sido esta semana aceptado como uno de los eventos del calendario Iglfa, que es la Asociación Internacional de Fútbol Gay y Lesbiana.
“¿Vamos a comer una hamburguesa?”, me propuso Martín Canevaro. Yo había salido de mi casa sin almorzar, y hasta ese momento no me había dado cuenta de que tenía hambre. En un patiecito, atizador en mano, a cargo de la parrilla estaba Juan Bautista Cabral, el actual presidente de Osos de Buenos Aires. Para llegar hasta él, guarecido junto al fuego bajo un techito de policarbonato, tuve que pasar por debajo de la catarata de agua, y por más que usé el paraguas me mojé bastante. Juan me preparó una hamburguesa. “¿Qué es de tu vida?” “Acá estoy, ayudando. Hace tiempo que juego al fútbol con los chicos de Gapef, necesitaba salir, conocer otra gente fuera de la comunidad osuna. Y el fútbol me vino bárbaro.” Me ofreció una hamburguesa más y volví a la canchita a buscar jugadores a los que entrevistar. Andaba con las botamangas y los borcegos mojados, pero con la panza llena y el corazón contento de estar entre tantos amigos y tantos chongos futboleros. A mí también me estaba sirviendo esta experiencia para derribar prejuicios, nunca me había animado a conversar con un chico de la calle y ahí tenía la ocasión perfecta: grabador en mano, en mi tarea como cronista, tenía el pretexto. En la tribuna veo un chico hermoso, sonriente, vestido con una camiseta impecable celeste y blanca, me acerco y veo que tiene el logo de Hecho Club Social. Se llama Gabriel Delima y es jugador de Hecho Club Social.
–Durante cuatro años, hace un año y medio como que vengo luchándola contra un montón de cosas: una, dejé la droga, y la otra es establecerme con una vivienda. Veo el progreso mío, viajé a México, al Mundial, participamos 53 países, 14 equipos femeninos, quedamos en el puesto 28. Todo una gran experiencia, viajar en avión... Imaginate que uno vive en la calle y está bajo un puente.
–Era un domingo a las 10 de la mañana, estaba fumando y de repente empecé a ver policías por todos lados y ahí me dije: “Esto no es para mí”. Lo primero que pensé fue que para dejar tenía que dejar la ranchada donde estaba, en Paraguay y Rodríguez Peña. Los primeros meses fueron muy duros. Decido irme a un parador: ahí podés ir a cenar y dormir. A la mañana desayunabas y te iban a buscar trabajo o a lo que sea. Ahí conocí a un chico, Cristian Torres, que me dice: “¿Por qué no venís a jugar? Está re bueno”. Un día fui. Y digo: “Qué grande; porque acá descargo mis energías”. Y empecé a jugar.
–Dejé el paco, que es la primera instancia. De vez en cuando me fumo un porro como alguien se toma una cerveza. Durante tres meses, para no dejarlo de golpe y para no caer de nuevo, decidí fumar paco cada quince días.
–Yo alquilo. En realidad la historia es así: yo jugué en el Mundial de México y cuando me vine estaba en la lona. Es decir, me voy a ese país y vos sentís que sos alguien allá. Te atienden con lo mejor, el mejor hotel, la mejor comida, salías de tu habitación y te hacían la cama, ¿entendés? Y yo cuando me levantaba era de un cartón, levantaba un cartón de la puerta de un edificio y me tenía que ir, o un policía venía y me echaba. Y cuando vine acá me sentía mal. Porque llegás acá y caés a la realidad de nuevo. Alquilo con dos amigas que conocí en una olla popular. Ahora estoy buscando un trabajo fijo, porque trabajo en una empresa de limpieza donde me pagan 15 pesos la hora; son nada, 1300 pesos al mes.
–No, soy de Misiones, me vine de allá a los once años. Mi viejo me trajo, ellos se vinieron a vivir acá. En realidad sufría muchos maltratos de parte de mi madrastra. Entonces no quería estar más en casa. Acá vas a Retiro y ves un montón de líneas de colectivos, trenes, subtes; yo no conocía eso, me quedé impactado. Entonces digo: “Yo no quiero más llorar y sufrir”, y me fui a la calle, a los 12 años. Grand Bourg fue mi primera parada. A los 15 decidí irme a un hogar. Y ahí empezó mi vida. Conocí una chica que se llamaba Paola, que fue mi primer amor y nunca más me volví a enamorar. Entonces alquilé, trabajé en una fábrica de zapatos y haciendo limpieza en el Hospital Zubizarreta. Pero a los 22 años me sentía solo, dejé todo y volví a la calle. Llegué a la plaza y me encontré con un amigo ahí, porque yo de vez en cuando iba a saludar, a ayudar a la gente. No tenía miedo de que me hagan nada, a pesar de que tenía las mejores zapatillas, otro vocabulario, tenía una tarjeta de crédito. O sea, los primeros quince días dormía en la plaza e iba a sacar plata del cajero. Más adelante agarré el paco.
Gabriel se queda posando para la foto y yo salgo a buscar a José Barrios, el capitán del equipo de Los Dogos. Vino del Chaco a vivir a Buenos Aires y comenzó a jugar en la DAG en 1999. Participó de varios mundiales de fútbol gay, dos veces en Alemania, dos veces en Estados Unidos, uno en México y en el último que se hizo en la Argentina.
–Toda mi vida jugué al fútbol. Cuando surgió la posibilidad de venir acá y quemar como quien dice los últimos cartuchos con 22 años, justo me dice un amigo que hay un equipo gay. Y quise probar como para seguir manteniendo el estado físico. Me quedé y nunca más me fui, me sentí cómodo porque estaba rodeado de gente de mi misma orientación sexual, y eso tiene un extra.
–El año que viene, son los Gay Games, que para nosotros son muy importantes. Se hacen en Cleveland, Estados Unidos. Es como el Mundial nuestro, cada cuatro años, una olimpíada de todos los deportes.
–El resultado no lo sé. Es un partido de integración más que nada. Hoy creo que, quiera o no la sociedad, el homosexual es muchas veces marginado, y también estos chicos sin techo. Entonces es una manera de integración que sirve. Fue una experiencia diferente a lo que hacemos todos los días, así que tenemos que aprovechar cuando tenemos la oportunidad de participar de un evento como éste. Porque esto no se muere acá. Los chicos también van a hablar con sus familias, van a hablar con sus compañeros, y todas las cabezas van evolucionando.
En mi tarea como cronista de un evento deportivo, me siento en la obligación de referir los resultados de los partidos. Les pregunto a los jugadores, a los organizadores... Ni siquiera el referí los sabe. Afuera sigue lloviendo y todos, putos, chicos y chicas de la calle, seguimos protegidos por el mismo techo. El torneo en sí es un partido ganado.
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