› Por Diana Sacayán
Es domingo en La Plata y luego de una noche de lluvia el sol asomó con tal fuerza que cerca del mediodía ya se había secado el césped. Son casi las 13 y el remisero que me trajo hasta aquí me apura. Lo veo impaciente pero no pierde la amabilidad. Me cuenta que está ansioso porque se tiene que ir a la cancha de River pero se tranquiliza cuando ve llegar algunas chicas con la red. Eso significa que estoy cerca de mi destino. Lo despacho sabiendo que esto viene para rato. El lugar es el bosque. Las personas se amontonan, algunxs entre amigos, otros con sus familias, algunas hacen piruetas envueltas en tela, también están quienes trajeron sus mantas y sus termos, lo que indica que pasarán el día allí. Todo gira alrededor de un cuadrangular de voley que no es cualquier cuadrangular. Es para un partido en el que participan personas travestis. Esto tiene su importancia en la comunidad, porque se trata de una población sistemáticamente excluida de todos los circuitos sociales, la recreación y la cultura.
A comparación de mi última visita a La Plata, ésta es casi su antítesis: fuera de la criminalización que aún persiste, las chicas de Otrans se animaron a convocar a este espacio de dispersión. Objetivo atrevido si los hay. De a poco llega gente de Quilmes, Once, Constitución. Acá nada es improvisado, hay comida típica del Perú, papas rellenas y para tomar chicha morada. Esto es más que un juego, es un encuentro entre amigas, una gran reunión trava. Cerca de las tres y para bajar la gran comilona que se armó, arranca el juego; el primer partido se disputa entre chicas de Quilmes y La Plata. Las travas se preparan, se recogen el pelo, se ponen vestimenta holgada. Lulú lanza un pelotazo que rebota en tres manos que resultan ser intentos fallidos y logra el primer punto. Los visitantes del bosque se acercan atraídos, miran con asombro pero también se entretienen con la calidad del juego. “¡Estas pibas parecen profesionales!”, dice alguien y toma de la mano a su hijo para sentarse a disfrutar del partido.
De repente estalla el conflicto, el balón pegó en la línea a favor del equipo de La Plata. Se las ve discutiendo el punto, alguna se agarra de la red, otra pasa al terreno enemigo sin darse cuenta; todo se confunde en la ferviente discusión pero de inmediato llegan a un arreglo y el juego continúa. Mucha más gente sigue acercándose, primero por curiosidad y luego por el estilo, casi impecable con el que juegan estas chicas. Finalmente el Equipo de Quilmes se queda con el juego, de inmediato se prepara el que sigue. Son las de Constitución que se enfrentaran con La Plata. Alrededor del juego hay unas sesenta travas que se reunieron. La comida no alcanzó y muchas vienen con el apetito de haber pasado una noche de furor. “¿Cómo? ¡¿Así, amiga?!”, dice Rocío que se termina conformando con una porción de bizcochuelo y un mate que alguna torta precavida supo traer. Al margen del campo de juego, se sigue armando la ronda y una se siente cómoda, relajada, las horas pasan y no te quieres volver. De La Plata siempre es difícil volverse; por ese amor que a una le dan y no es moco de pavo hablar de esto, del cariño, del encuentro, del juego. Palabras poco asociadas con nuestras historias de vida. Todas sabemos el poco tiempo que tuvimos para dispersarnos, jugar. Ahora las deportistas dejaron de jugar, pero siguen en otro juego. En este juego del roce, de la labia, del chiste trava que despierta carcajadas. Sí, de La Plata siempre es difícil volverse. l
El martes pasado fue el lanzamiento oficial de la Asociación Otrans La Plata. (Facebook: OTRANS La Plata)
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