Viernes, 11 de octubre de 2013 | Hoy
Para atraer voyeurs, curiosos y para ponerse a tono con los tiempos que nos corren, el Museo de Orsay en París presenta una colección de 200 desnudos masculinos a través de dos siglos de arte universal. Por estas pampas, una exposición, más modesta y no por eso menos pretenciosa, apunta a nuevas formas de la imagen pornográfica. Mientras tanto, en Roma prohíben una muestra fotográfica de parejas del mismo sexo que se dan besitos en el interior de una serie de iglesias, mientras que tremenda censura recibe en Rusia la imagen de Putin vestido de señora. Y siguen las muestras. Conclusión: si se queda en casa o si se va de viaje, tarde o temprano se topará con cuerpos provocando. ¿Qué tienen de nuevo y de usado las reacciones del arte frente a la cruda realidad y las reacciones ante el arte de público, autoridades, críticos y censores?
Por Diego Trerotola
El posporno es un movimiento que le declaró la muerte al porno industrial, a esa manía de ubicar la mirada masculina como centro de la representación del goce sexual explícito. Hay que descentrar el falo de la representación y dejar de ver sólo la paja en el ojo masculino. Por lo tanto, en algunas intervenciones posporno (porque posporno hay de muchos matices y colores), se le declaró la muerte al porno fálico. El posporno tiene algo de post-mortem: por eso la idea cada vez más viral de sexo zombi, que tantas performances proponen exhibir, como las últimas películas de Bruce LaBruce. Pero el fetichismo zombi de LaBruce sigue siendo bastante fálico. Tal vez la tendencia que mejor podría reivindicar esta actitud es la del porno de pija muerta. ¿Muerto el porno, muerta la pija? Hay una subversión del porno contra el sexo eréctil y la pregunta podría ser: ¿se puede llegar sin erección al orgasmo en la representación? Según algunas películas, sí se puede. La gran obra inaugural de esta tendencia fue Flaming Creatures (1963) de Jack Smith, película donde el temblor sobre cuerpos desnudos y flácidos como flanes de carne fofa es carnaval dionisíaco del éxtasis y que, en su momento, Susan Sontag calificó de intersexual porque el pene flácido se confunde con el seno flácido. Contra el sexo erecto después siguió Paul Morrissey en varias de sus películas, especialmente en Trash (1970) y Women in Revolt (1971), que trataron de poner entre comillas al porno chic, un género que emergía por esos años. Y la oda definitiva a la pija muerta es el cine de John Waters, especialmente en su máximo hito trash, Pink Flamingos (1972), pero también en varias otras de sus parafilias cinematográficas, donde el sexo por frotación reemplaza a la penetración, eclipsando totalmente a la pija dura. De hecho, Pink Flamingos tiene shock porno-paródico cuando Divine hace una mamada a Crackers sin que llegue nunca a la erección, una burla directa a Garganta profunda, película porno chic estrenada ese mismo año. El falo fallado es el nuevo fetiche, como una bomba desactivada que igual hace explotar el deseo.
¿Qué lugar ocupa esa crítica que trajo el posporno en la reproducción pornográfica del sexo y el cuerpo de Internet? La muestra Extimidad, de Francisco Medail, una apropiación de imágenes donde las personas tratan de convertirse en porno stars, trata de invitar a una respuesta. Un mural gigante, con 1500 fotos reproducidas en tamaño de pantalla de celular, donde casi se podría decir que el sexo se convierte en un mosaico de píxeles, reproduciendo ese tic de la cultura digital, entre tanto rectángulo idéntico, de paleta de colores similar, no es tan fácil reconocer las particularidades, porque cada pose no tiene género. Carne picada por el píxel, en lo digital todos los gatos son pardos. ¿Hacia una nueva androginia de lo digital? A su manera, en ese mosaico sin centro ideológico, lo fálico está desactivado. Pero la muestra Extimidad también tiene un libro sobre hombres, donde muchas fotos encuadran la pija como centro óptico en mosaicos de pocas fotos y más grandes en cada página, a diferencia del mural. ¿De nuevo el falocentrismo como porno reaccionario? Tal vez la ironía sea esos guantes blancos para ver el libro de Francisco Medail, como si fuese un exponente contaminado por radiactividad machista, una profilaxis necesaria para cuidarnos de ese vicio.
¿Considerás tu muestra como pornográfica?
–Creo que la lectura de la obra pasa por un lado que no es el de la pornografía. Exploro los modos de relación entre el cuerpo, el sexo y los nuevos dispositivos fotográficos; cómo estos han repercutido en nuestro cotidiano, en las formas de exponernos y relacionarnos. En ese sentido, el interés de la exhibición no está en mostrar un contenido sexual explícito sino en visibilizar nuevas prácticas que implican una cámara de por medio, y por ende requieren de un otro que las vea. Por otra parte, ver cuerpos desnudos en 2013, por suerte, sólo escandaliza a unos pocos. La mayoría observa, analiza, compara. Lo interesante está en la reacción inmediata del público, que al identificar imágenes porno amateurs automáticamente son conscientes de que ellos mismos tienen una fotografía similar en su celular y podrían estar formando parte de la obra.
¿Qué proponés con el concepto Extimidad?
–Extimidad es un concepto frecuente en los estudios sociales contemporáneos. Se plantea un desplazamiento del eje en la construcción de subjetividades: si en los siglos XIX y XX estaba puesto en la lógica de la interiorización, en lo oculto, lo íntimo, lo escrito, hoy la construcción de identidades tiene el énfasis en la visibilidad, la exposición y la imagen. En ese sentido, mi obra explora un aspecto de esa extimidad, que tiene que ver con el sexo y la fotografía.
¿Cuál fue el criterio de selección de los snap-shots o fotos caseras de desnudos y porno?
–Hay un trabajo de archivo, de investigación, recopilación y catalogación de estas imágenes a partir de sus prácticas. La obra Sexting es un mosaico de mil quinientos autorretratos de personas desnudas con cámara en mano. El sexting es una práctica ya casi formalizada: figura en Wikipedia, aparece como una categoría más dentro de páginas porno e incluso hay campañas publicitarias en donde lxs modelxs imitan estas poses para promocionar marcas de ropa interior. Cam4 es un libro que explora el campo de interacciones posibles dentro de la relación webcam-cuerpo. Clasifica, ordena y sistematiza los modos en que los sujetos operan frente a la cámara a partir de un régimen de tipologías y posicionamientos. A su vez da cuenta de cómo determinadas tipologías adquieren nuevas dimensiones de sentido y entran en un sistema de jerarquización al ser recreadas por los usuarios como garantías de éxito: ya no importa cómo es mi cuerpo sino cómo lo represento, qué hago con él. Es un juego de relaciones en donde los cuerpos repiten posicionamientos para invocar un mayor caudal de espectadores y legitimarse en esa lógica de interacción.
¿Hay una perspectiva de la diversidad sexual en la muestra?
–No es una muestra gay, ni tiene un mensaje militante. La diversidad está implícita en la multiplicidad de capturas y fotografías. No habría podido producir esto si no se da por hecha la diversidad sexual, es una condición fundamental. Ahora bien, no hay una distinción de género en las obras: en Sexting hay hombres y mujeres sin diferenciar la elección sexual de cada uno. En Cam4, si bien el libro que se exhibe es el tomo hombre, existe un tomo mujer y un tomo trans, porque es la distinción que hace la propia página de donde extraje el material, y porque cada uno de ellos implica un modo de relación particular con la webcam.
Extimidad
Hasta al 25 de octubre.
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