Vie 01.11.2013
soy

La dama regresa

Luego de su primera aparición en la televisión española, cuando no tenía disco ni nada, alguien lo llama por teléfono y le dice: “Falete, me acabas de poner los pezones como dos tornillos”. Pedro Almodóvar resumía con esta declaración el efecto de la voz, la estampa y el duende andrógino de este cantante hijo del gran Falín, que ahora vuelve a Buenos Aires.

› Por Fernando Noy

Contanos sobre el color de tu infancia.

–Un color divino, azul como el mar del Caribe, transparente y rico. Es el color en el que yo he vivido en Sevilla toda la vida hasta hoy, que tengo 35 años. El color en el que me han educado mi padre, mi madre. Toda la gama de los azules.

¿Se incluye ahí el color de ser un niño un poco diferente?

–Nunca me vi distinto de los demás. Quizá si vi diferentes a todos los demás. Quizá si yo hubiera nacido en la época de Pedrito Rico o Miguel de Molina, a mí... una de dos: o me hubiesen ocurrido las desgracias que ellos vivieron o hubiese sido como una Agustina de Aragón, revolucionaria, matando mi paso a quien se me metiera en el medio.

Pero ahora matas de amor.

–Yo siempre mato y si no, intento anestesiarlos.

Te imagino de niño corriendo y cantando.

–De niño vivía cerca de una zona de comercios, en un barrio obrero de Sevilla. Me ponía mis castañuelas y me iba a cantar a los negocios, porque estaban todos en un espacio con mucho eco y yo ahí con ese rebote me sentía la más grande. Me acuerdo de que de muy joven me encantaba ir a ver a la Chunga (Micaela Flores Amaya).

¿La conociste?

–Bailaba descalza. Tengo una anécdota muy bonita con Micaela. Yo tenía 15 años y debuté en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, en un festival que se le hacía a Gabriela Ortega, una declamadora. Micaela ese día no llevaba ningún cantaor y yo me ofrecí. Y ahí fuimos. Un honor que me dejara así sin conocerme y tan niño.

El flamenco también está en mí desde chico. Mi abuela me llevaba a ver a la Carmen Amaya, la seguía, y a la Chunga después.

–Siéntete un privilegiado porque yo daría todo lo que no tengo por vivir aquella época.

También he conocido a Miguel de Molina, pero en una época en la que ya tenía apagado el duende. ¿Te parece que el dolor puede apagar el arte de alguien?

–Al contrario. El dolor te hace ser más artista, porque tus interpretaciones pieza a pieza se vuelven más auténticas. Claro que debe llegar un momento como artista y como persona en que uno dice: “Bueno, hasta aquí, ya no puedo más”.

Tienes otras figuras muy importantes en tu pasado, como Lola Flores, por ejemplo.

–Mi diosa y mi razón de vivir por y para el arte se llama Lola Flores. Estoy muy en desacuerdo con los periodistas que escribían sobre ella: “No canta, no baila, pero no se la pierdan”. ¿Quién dijo que no cantaba ni bailaba? Le sobran títulos porque es parte de la historia del arte de España y del mundo.

Tu primer disco, Amar duele, tiene un nombre muy hermoso.

–Amar duele de muchas formas. Cuando te enamoras, por los celos. Duele si te abandonan. Es una canción que Chavela Vargas interpretó como nadie y es el nombre de un disco que yo quiero como a un primer hijo. La canción dice: “Amar duele / y vivir sin amor no se puede”. Te está sentenciando. Pasa que en el amor existe el masoquismo también. Y al que le gusta el masoquismo, o hacerse la loca, se deja llevar. Yo me dejo torturar hasta donde quiero y hasta donde el placer me marca el límite. Si te pasas de ahí, escóndete, porque soy como la viuda negra de veneno mortal.

¿Cómo sentís la relación entre la Argentina y España?

–Como hermanos. Ningún español se puede olvidar de todos los que emigraron a esta tierra para buscar un pedazo de pan y se les dio. Una hermana de mi abuela fue uno de ellos, se casó acá con un argentino y tuvo siete hijos.

¿Cómo descubrís el don del que habla Lorca, el duende?

–Naces con don y es como un brazo o una pierna. Si no te lo cortan, lo vas a llevar contigo. Si lo mantienes, lo cultivas y no dejas que se muera, eso cada vez crece más.

¿Cómo alimentas a tu duende?

–Dejándolo descansar. Por ejemplo, no puedo estar 24 horas con la peineta puesta. Dejo la estrella en el escenario. Una vez me dijo Jesús Quintero que yo era una perfecta máquina de cantar, pero con corazón. Ahora, por supuesto, necesitamos de todo. No se puede llenar un teatro sin publicidad. Pero antes de eso hay un proceso y un porqué.

¿Cómo es tu relación con la televisión española?

–Lo último que hice es un programa llamado Splash, famosos al agua, por Antena 3. Teníamos todos que aprender a saltar de un trampolín a una piscina olímpica. Llego al estudio y veo que el trampolín era tan alto que digo: “De ahí no me tiro ni con un seguro de 500 millones de dólares”. Al final me dejaron tirarme de 5 metros en vez de 10. Hice el salto más feo del mundo. Todos los demás fueron acrobáticos, el mío un desastre, pero tuvo el pico más alto en los últimos 8 años de ese canal.

Recital de Falete, jueves 7 de noviembre Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125

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