Viernes, 12 de septiembre de 2008 | Hoy
¿Qué fantasía, qué secreta y a la vez evidente nostalgia despertará la imagen de esa cama inmaculada, una gigantografía desnuda mezclada entre marquesinas, en las decenas de personas que duermen a la intemperie en la calle Corrientes? Una cama vacía es tanto una promesa como puede ser una despedida. Del territorio del sueño al trajín cotidiano; a ese lugar se puede volver, en su superficie se puede escribir el amor. A su abrigo se puede mitigar el dolor, al menos ponerlo a descansar. En una cama vacía, vaya afirmación, falta alguien. Una cama vacía en un espacio público no pide a nadie. Es casi un epitafio para su sentido íntimo –el de los amantes o el de la fiebre; la enfermedad– y a la vez una invitación, abierta a cualquiera: esta cama que no pertenece a nadie puede ser tuya. De todos. Con una cama vacía, blanca, los huecos en la almohada delatando la ausencia de los cuerpos, se despidió el artista cubano Félix González Torres de su amado Ross Laycock cuando éste murió de sida. ¿Era un hecho privado o público esa muerte que anunciaba la del artista, que avanzaba entonces como si la vida misma se desangrara sin que se pudiera hacer –a mitad de los ’80– mucho por aplazar el último acto? ¿Existe esa frontera? González Torres dejó escrito que cada vez que esa obra se exhibiera en un museo debía exhibirse a la vez en al menos seis lugares de la misma ciudad. Porque más allá de su significado de íntima despedida, la cama (la obra) sigue abierta y vacía. Una invitación y una promesa.
Algún lugar / Ningún lugar.
Muestra del artista Félix González Torres. Hasta el 3 de noviembre en el Malba, Av Figueroa Alcorta 3415 y distintos puntos de la ciudad.
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