Viernes, 22 de noviembre de 2013 | Hoy
Seiscientos pares de tetas se reunieron en Córdoba en el marco del festival El Deleite de los Cuerpos. Limones, pomelos y otras frutas nada prohibidas construyeron un tetazo público a favor de la desnudez, la variedad y el deseo. Quien quiera ver estas frutas, las encuentra colgando en tetazovirtual.blogspot.com.ar
Por Laura Arnes
En la década del ’70 las mujeres quemaban corpiños como gesto de liberación. O por lo menos eso dice el mito. No sé bien qué habrá pasado en Estados Unidos, pero sé que mi mamá, que era de Avellaneda, salía sin corpiño. Era rebelde. Leía a Simone de Beauvoir, cruzaba el puente de la Noria con la cabeza en alto y el escote al viento.
Sin embargo hoy, en la era de la igualdad entre los géneros (permítanme la risa), los corpiños se reproducen más que los conejos: deportivos y sexies (ni que fueran autos), con pushup o con aro, de encaje, algodón o raso. De más está decir que también son parte de fantasías a la Tinto Brass: la alumna en minifalda y soutien pide que no la castiguen por portarse mal a cambio de una buena lamida, mientras, la empleada doméstica con plumerito, delantal y brassiere transparente sacude el polvo (o lo provoca) feliz.
Por otro lado, tampoco olvidemos que una puede sacarse o ponerse, a piacere, las popularmente llamadas gomas: cirugías y siliconas se consiguen a valor de cambio. Y es que el tamaño adecuado de tetas aporta plusvalía (ésta es la A del decálogo que nos enseña a ser señoritas y femeninas). Si lo olvidamos, no hay problema, nos lo recuerdan en cada esquina: ¡Eh! ¡Mamita! ¡Cómo me gustaría que fueras vaca para ordeñarte esas tetas!, exclama la voz del nacionalismo capitalista, y la de la argentina desbocada y popular grita: ¡Con esa delantera ganamos el mundial seguro! También hay premio consuelo en el grito lúdico del barrio: ¡Son chiquitas pero dan para el ring raje! Ni más ni menos que ficciones heterosexistas. Pero nos atraviesan a todxs.
En la década del ’70 el mito dice que quienes se liberaban quemaban sus corpiños y lucían tetas y pezones al aire, erectos y orgullosos. Cincuenta años más tarde, qué paradoja, nos encontramos eligiendo la prisión más bonita para volverlas a encerrar.
Pero entonces Femen, sus polémicas intervenciones y sus cuerpos ucranianos y sensuales. Y entonces Amina, quien mostrando su joven pecho magrebí atizó los prejuicios de Occidente (y aunque no fue lapidada, sí fue castigada). Y luego un Tetazo nacional que, inscripto en la larga genealogía de tetazos y besazos lésbicos y feministas, se viralizó en Facebook. Inmediatamente después golpeó la censura como guillotina (rodó el gesto y el sexo). El democrático Sr. que se niega a dar de baja páginas donde hombres mayores procuran impúberes (es decir, sin tetas y sin pelos) no permitió que personas adultas, por propia voluntad y en un gesto que buscaba ser contrar(r)epresentacional, posteen sus propios torsos desnudos. La censura aplicó y fue coherente: la teta lactante entre las cuatro paredes, y la teta carnal y lasciva siempre debe ser controlada por la estética masculina y su misoginia. Para otra cosa no hay lugar. Si pensábamos que las tetas pertenecían al ámbito de lo privado estábamos equivocadxs.
Pocas cosas hay más públicas que las tetas (y sus sentidos y posibilidades). Y es justo en este instante que el continuum lésbico, como diría Rich si estuviese viva, moja sus labios, infla su pecho y continúa la revuelta. Y se revuelca. Su propio placer y su terco deseo guiarán nuestros pasos.
Tetas con tetas, contra tetas, por las tetas. Eso fue este Tetazo. Una lucha colectiva contra las representaciones heterocapitalistas. Una batalla cibernética (pero no por eso virtual). Seiscientos cuerpos femeninos eligieron cómo mostrarse, cómo retratarse, cómo representarse. Pechos lesbianos, travestis, trans y bisexuales y, por supuesto, tetas amigas o amantes que apoyaban la causa, amorosas y excitadas. Tetas feministas amotinadas. Y los pezones a la orden: siempre guerreros. La sensualidad del cuerpo que lucha alimentaba nuestros ojos y, por qué no, nuestro espíritu insurrecto. Tetas con piercings, tatuajes y collares orgullosos se empinaban turgentes e insurgentes. Tetas en la multitud: tetas rebeldes. También tetas hippies y juguetonas retozaban en paisajes campestres. Chupame una teta, dice alguien desafiante, y se la chupa ella misma. Mi cuerpo es mío, agrega, y mi placer también. Pezones apasionados se refregaban contra pezones deseantes y pezones erectos ofrecían placeres masturbatorios. También los había agrietados y nutricios: voluptuosos mostraban las huellas del pasado. Tetas enormes y chiquititas, todas potentes en su impudicia. Tetas voyeur espiaban tetas desprevenidas y se excitaban. Las hubo también lúdicas chorreando pintura (de todos los colores había) y tetas que saltaban (con sus pezones oscuros y jocosos) fuera del closet. Tetas locas y enloquecidas y, también, por supuesto, tetas peludas, salvajes. Cientos de esas dilatadas rosas de los pechos tuyos (Bellessi) se podían ver. Pero duró nada, un día, como las mariposas. Pero no cualquier día: fue un viernes santo cuando, traicionado como Jesús, caía el Tetazo tras su lucha enardecida. Pero también como Jesús resucitó. Y quizá reencarnó en golondrina, porque algunas de las tetas más indisciplinadas escaparon e hicieron nido en un blog. Luego, el sábado pasado, festejaron. Y festejamos. Porque en nuestra revolución siempre se baila.
Las tetas se mudaron a la calidez y tersura del papel: Por nosotr@s, pornos-otrxs advierte y seduce la invitación: Nuestra pornofotografía. La manada de tetas, peregrina e inquieta, no podía no asistir al festival El deleite de los cuerpos. Decidieron exhibirse en una pared cordobesa, en la jornada posporno del Asentamiento Fernseh: un pequeño lugar donde pudieron encontrar su placer y su deseo y así, desnudas, resistir. Los cuerpos sin ropa, las pieles expuestas. Imposible evitarlo: la sangre y la imaginación se impresionan, el goce de lo prohibido (o de lo imposible) acecha. Contra los mitos, estas tetas dibujan uno nuevo. Las luces se detienen sobre las fotos: tensión agónica. Los ojos miran hasta quedar ciegos y la lengua no puede evitar perderse. De repente, me enfrento a la inmensa posibilidad y mi propio cuerpo parece deshacerse en ondas: lo posible despunta en la exaltación del momento. Mi dedo se mueve, mi dedo atrevido traza jeroglíficos sobre las pieles de papiro. Estoy viviendo la experiencia del erotismo por contagio, como diría Perlongher: ese momento en que se hace un cuerpo nuevo, ese instante en el que lo conocido pierde sus formas. Sé que el mundo sigue dando vueltas porque la música nunca paró de sonar y la figura cuir de Missoginia, su precaria y potente hiperfeminidad, se recorta en el fondo del salón.
Tetas y pezones buscaron ojos que entendieran sus pasiones desviadas y anormales, lejos del coito heterosexual y del fascismo sexogenérico. Y por eso, sólo por eso, abrieron una grieta. Sacudieron un poco el sistema. Mostraron que existen otros modos de vivir los cuerpos, de vivir en nuestros cuerpos. Y, por supuesto, demostraron que la sexualidad y el sexo son construcciones y que con ellos podemos y tenemos que hacer lo que se nos dé la santísima gana. Esto quiere decir que podemos llevar adelante, sin culpa, nuestros perfectos deseos. En otras palabras: todavía es imprescindible que los cuerpos –y sus textos y sus sexos– sean parte vital de nuestras revueltas (y revoltosas) políticas.
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