MODA
Estratega del escándalo, arquitecto del sexo, Tom Ford consiguió a mediados de los ’90 alborotar la industria de la moda y revitalizar con glamour e irreverencia la mismísima imagen de la firma Gucci.
› Por Ignacio D’Amore
Promedia 2013 y suena una canción del rapero Jay-Z que dice: “I don’t pop molly, I rock Tom Ford” (“No tomo éxtasis, uso Tom Ford”). La pose sobradora y el afán por ostentar dólares que se cuentan de a millones, típicos de la poesía del rap, encuentran aquí una forma sublime del derroche: las drogas no bastan, o más bien se vuelven obsoletas fuentes de lujo, al lado del placer que infunde el lucir prendas con una etiqueta que rece sobriamente “Tom Ford” en mayúsculas blancas sobre fondo negro. Se habla de fiestas en París, se reclama que vuelva a circular el avión Concorde, se menciona a Tom Ford en repeat. Es un nombre que habla ya no de fama o dinero sino de poder.
La cantante Beyoncé, esposa de Jay-Z, no sólo hace coros en el tema dedicado a Ford sino que, unos meses después, completa un posible segundo capítulo en esta saga de nocturnidad internacional. En su propio disco, el homónimo Beyoncé (editado sorpresivamente en diciembre último), la cantante se atreve a relatar, metáfora memorable mediante, cómo Jay-Z le estropea el atuendo al acabarle encima mientras tienen sexo en el auto. Días más tarde, en la presentación del álbum, Beyoncé luce un cortísimo vestido Tom Ford de cristales negros, con botas ancladas al muslo y bordadas en el mismo material. Si había algún rastro visible de ADN, los flashes no lo delataron.
Nacido en Texas y criado en New Mexico, Tom Ford conoció inicialmente el mundo de la moda trabajando en el detrás de escena de las firmas Chloé y Perry Ellis. Cuando en 1990 fue contratado como diseñador de la línea prêt-à-porter de la marca italiana Gucci, las perspectivas eran inciertas: una empresa aletargada por décadas de deterioro y anacronismo que incorporaba a un diseñador norteamericano, joven e ignoto, y le otorgaba control parcial de su producción. Sin embargo, Ford creció sin pausa en la casa de modas hasta ser nombrado director creativo, con decisión directa sobre las colecciones, las líneas de fragancias y el diseño de los locales, entre otros asuntos. Construyó a partir de entonces un concepto para la marca basado en la resurrección del lujo en la moda femenina, en el regreso de las líneas sugestivas y de los materiales nobles, en la (re)consagración de la mujer como dueña y objeto de deseo. Las primeras campañas gráficas de Gucci bajo su cuidado hicieron arder las páginas de revistas y las marquesinas en que eran montadas, como con la famosísima y pivotal imagen en la que el vello púbico de la modelo Carmen Kass aparecía recortado para formar la angulosa letra “G” del logo de la firma. La marca comenzó a experimentar un incremento radical en sus ventas, y en poco tiempo la atención del mundo fashion se concentró en la figura de Ford, especie de sex symbol hiperprolijo, abiertamente gay y a la vez personaje cautivante para las mujeres.
El enlace Tom Ford-Gucci se transformó en el ejemplo más claro de cómo un nombre poco conocido puede ser ubicado con éxito en una marca de prestigio con el fin de imbuirle frescura, y por ende, aumentar los ingresos. De hecho, el poderío de Ford en Gucci se incrementó de tal manera que en 1999, cuando el grupo financiero encabezado por François Pinault adquirió Gucci y poco después Yves Saint-Laurent, el diseñador norteamericano desplazó al propio Saint Laurent de su puesto como diseñador de prêt-à-porter, acotando su lugar a las colecciones de alta costura.
Retrocedemos unos años, hasta la entrega de los MTV Video Music Awards de 1995. Madonna elige presentarse a la ceremonia vestida con un look emblemáticamente Gucci by Tom Ford, idéntico al que luce Amber Valetta en una gráfica de la marca: blusa de satén desabotonada, pantalones a la cadera negros, cinto de cadena. Mientras Kurt Loder, periodista de la vieja escuela de MTV, la entrevista sobre una especie de grada erigida en la puerta del recinto, comienzan a escucharse gritos desde abajo. Es Courtney Love que aúlla, patalea. Le arroja a Madonna un estuche de polvo compacto, luego otro, sin acertar. Finalmente sube las escaleras y las dos divas se cruzan, Courtney deshecha, Madonna contenida y aterrorizada, aunque sobre todo compasiva.
Quizás haya sido ahí y entonces que el cansino heroin chic y el des-glamour del sobrevalorado estilo grunge debieron abandonar el centro de la escena de la moda para dar paso a una mujer lujosa e hipersexual, atrevida en ecos del Halston más indecente y de noches sórdidas. Según algunos periodistas, se estaba produciendo el arribo del fabuloso cocaine chic (sic). Anna Wintour, con el pulso que a Courtney le faltó en aquella velada, describe en el prefacio al libro Tom Ford (2004) el clima de transición de la época y el papel jugado por el diseñador: “Cuando pienso en los tempranos años ’90, en el momento en el que él apareció en mi radar, la moda estaba enterrada profundo bajo las capas sin forma del horrible look grunge. Pero entonces llegó Tom con sus pantalones de tiro corto de terciopelo y sus vestidos sinuosos de jersey, y el grunge tuvo que huir a Seattle”.
Debido a desacuerdos con Pinault, quien básicamente tomaba las decisiones más significativas, Ford abandonó YS-L y Gucci en 2004. Poco antes, Anna Wintour lo había elegido curador invitado en la gala anual del Costume Institute del Metropolitan Museum, ocasión considerada por la prensa como la más álgida de la industria de la moda. En 2006, Ford debutó con su propia marca, esa que Jay-Z no para de mencionar, con líneas para mujer y hombre, además de fragancias. Sin traicionar su esencia y su visión de marketing, las campañas de la firma no han escatimado en alto voltaje, con frascos de perfume reclinados sobre entrepiernas desnudas de mujer capturadas por Terry Richardson, por ejemplo.
Actualmente continúa con su marca, sello de exclusividad en la alfombra roja: Tom Ford accede a vestir sólo a una mujer por entrega de premios. Para los últimos Golden Globes, la casi siempre correcta Naomi Watts arribó con un vestido de su creación, labrada ella en mercurio hasta el suelo, el cuello halter atenazado mediante una cadena exquisita. Gran revuelo en la previa de los premios: aparece Hayden Panettiere con un Tom Ford auténtico, trazos negros y blancos, nada elegante en relación con Watts. ¿Cómo es posible? Panettiere explica: le gustó el vestido en un local y lo compró, así de simple. Las malvadas de siempre se afilaron los stilettos y apenas antes de que consiguieran lanzársele al cuello intervino el propio Tom Ford, siempre tan atento y seductor: le envió a Panettiere una nota de agradecimiento y un ramo de rosas blancas (que Panettiere tuiteó oportunamente).
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