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Viernes, 7 de marzo de 2014

ERóTICA

Bajo las sábanas

En el arte, en la literatura o en el cine, el erotismo lésbico es siempre un tabú: obstaculizado por obras que no circulan y cuestionado por las mismas espectadoras lesbianas, este camino se hace de excepciones visibles, de destellos en la oscuridad.

 Por Paula Jiménez España

Las polémicas que no cesan sobre si sí o no a las escenas de cama de La vida de Adèle hacen pensar en cierto malestar a la hora de hacer el sexo explícito dentro de la comunidad L. En este sentido, las críticas de muchas lesbianas hacia Abdellatif Kechiche y su película resuenan lapidarias: es un pajero, es aburridísima, es una mirada heterosexual, esas escenas están hechas para solaz del director. La misma Julie Maroh, autora de El azul es un color cálido, el comic inspirador, tildó de ridículas las extensas e intensas escenas de cama y dijo que en la película el sexo entre ellas era frío (sí: ¡frío!) y artificial, y protestó, en su anhelo de literalidad entre la vida y la obra, porque el tunecino puso a dos actrices heterosexuales. Literalidad que tanto le importa a la dibujante, que se preocupó en definir a la historieta azul como real, pero no biográfica, sacándose de encima el problema de toda posible asociación con su propio currículum L.

En Roma y en Japón no se hace así

En 2010, aunque se alzó la voz, no se llegó a polémicas así de enardecidas cuando el español Julio Medem estrenó su Habitación en Roma, protagonizada por Elena Anaya y Natasha Yarovenko, dos chicas que vía poses hiperestéticas y faltas de carnalidad hacen que cogen, pero en verdad sólo refuerzan la construcción de una erótica L irreal y sacrosanta. Una mirada, por otra parte, a la que la literatura y el cine nos tienen tristemente acostumbradxs. En Sputnik, mi amor, por ejemplo, Haruki Murakami, uno de los autores que más vende en el mundo, cuenta la historia de amor entre Sumire y Myú: “Fue un amor violento que barrió en línea recta una vaga llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso (...). Barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la India (...). Un amor glorioso, monumental”, dice el nipón. Y es verdad: ese amor es la grandilocuencia hecha literatura, toca con las dos manos lo imposible y las chicas a lo largo del libro hacen de todo, hasta desmaterializarse y desaparecer una y amanecer completamente canosa la otra, después de haberse dormido con el pelo negro. Todo menos coger, aunque desnudas se pasen crema por el cuerpo o duerman juntas. No tan pudoroso se pone Murakami cuando en Kafka en la orilla una señorita le hace al protagonista una paja para ayudarlo a que se tranquilice. ¿Será que ciertos chicos se preocupan de que el sexo suceda carnalmente sólo con ellos? No siempre. Mientras que Murakami o Medem demuestran su ajenidad al dejar el tema en manos de la elevación, Kechiche no abandona ni un fotograma a la nebulosa desde el momento en que las chicas llegan a la cama.

Pudor y ardor

No caben dudas de que la contundencia de esas escenas les mata el punto a las de la mítica Media hora más contigo, de Donna Diech. Aquella peli clase B, que tres décadas atrás acompañó el despertar sexual de una camada de adolescentes que hoy peinan canas, se hizo popular entre las lesbianas y hoy permanece en la memoria del colectivo por su carácter pionero en la fuerza de esas imágenes que aleccionaban sobre cómo hacer la cosa de varias maneras posibles (particularmente, según recuerdo, sentadas sobre una silla). Pero a medio camino terminó quedando esta película de 1985: mucho más cerca del pornosoft de lo que está la obra de Kechiche, aunque bastante menos endulzada que Cuando cae la noche, de Patricia Rozema, de 1995. La carnalidad de Media hora más contigo –aunque con mucho mejor gusto– retornó con The L Word años después, guionada por Guinevere Turner y Rose Trouch (ambas escribieron la ya clásica Go Fish!), respetando, por supuesto, la corrección de los límites televisivos.

Si un agujero negro se abre ante la representación de la sexualidad en general, éste se profundiza respecto de las prácticas no hegemónicas. Pero habría que preguntarse hasta qué punto las lesbianas en particular no nos sentimos amparadas por ese velo difuso que envuelve al sexo L al punto de no hacerlo parecer lo que es. “Me sentí expuesta –dice Graciela Q. en una larga discusión de esas que se dan en Fb sobre La vida de Adèle–. Estoy acostumbrada a películas como Cuando cae la noche, donde el sexo aparece más insinuado.” La insinuación, con su doble actitud de mostrar y ocultar al mismo tiempo, crea precisamente una faja disimulada de censura que tiene sus consecuencias: por esconder lo que hacemos con otra mujer (Juliette Binoche volviéndose borrosa cuando la cámara de Elles se acerca al beso que está por darle a la joven ucraniana, o Sarandon y Deneuve gozando entre cortinas en El ansia), a la hora de coger terminamos pareciendo más sublimes que el resto de los mortales, incluso a veces aniñadas, casi vírgenes.

Koma sutra

Un ejemplo burdísimo de este imaginario es el de uno de los Kamasutra lésbicos que andan dando vueltas por la web. Manual infame donde se nos representa con unos dibujitos simplones e infantiles –los genitales no se ven ni una sola vez–, con leyendas al pie que le ponen nombre al devenir espontáneo, sin aportar una sola pose a lo largo de cien páginas. Pero aunque no practican sexo anal –a lo sumo, como un acto zarpadísimo, una le da a la otra una nalgada–, el manual es de avanzada: te autoriza a usar dildo (color celeste) y a hacer alguna vez un trío, para probar. Con una chica más, claro. Ojalá éste fuera el peor Kamasutra lésbico. No: el de Alicia Gallotti, editado en España en 2004, sorprende todavía más con sugerencias como: “Se miran a los ojos y ven el disfrute de la amante, lo que las lleva a imprimir a sus caderas un ritmo cada vez más intenso...”. Estoy azorada: yo, que en la cama me quedaba hecha un palo al lado de mi novia, ¡resulta que también podía moverme! Las descripciones de lo que se hace cuando el amor se hace, imagínense, son calentísimas: “Sienten ambas mucho calor, por lo que deciden aligerar sus ropas, incluso una de ellas hasta se ha quitado el sostén...”. ¡Se ha quitado el sostén! ¡Pero qué loca! (Esto me recuerda a la entrevista que María Moreno le hizo a Emma Barrendeguy, donde la escritora contaba que en su juventud entre chicas hacían el amor vestidas, y que si bien su novia pese a tener treinta no le gustaba mucho –Ema era una anciana–, al menos podía verle el cuerpo desnudo.) Alicia Gallotti es “especialista” en sexualidad y ha escrito otros Kamasutra, además del lésbico: el de la mujer y el gay. Sí, el gay. Y lo ha escrito sin ser Teseo, porque para todos estos KS, arguye, se ha dedicado a hacer una investigación exhaustiva. Por supuesto que el del hombre hétero no lo ha hecho (no creo que se sienta autorizada a enseñarles nada) y el de las personas trans tampoco (¿ustedes creen que se le ocurrió?).

¡Coño!

La pregunta es: ¿hasta cuándo dejaremos que nos sigan tomando el pelo? Hasta que tomemos cartas en el asunto, tal vez. Esther Esquinas, joven pintora española, lo está haciendo. La serie se llama Lesbiana y representa fragmentos de la sexualidad entre chicas. “Vamos, que en aquel momento en que las hice estaba saliendo del armario y el tema era muy importante para mí –dice en conversación con Soy–, por lo que cualquier representación del tema era bienvenida: películas, series, comics, música, literatura, performances, teorías... Una quiere verse reflejada en esa representación del mundo que supone el arte, y como yo estaba pintando y no encontré apenas material pictórico de referencia, decidí aportar mi granito de arena, generando piezas originales desde mi experiencia.” Pero el asunto no es que falten referentes, sino que sus obras –por invisibilización, discriminación y otras yerbas– no circulan. Como referencia histórica vaya el nombre de la berlinesa Jeanne Mammen, que nació en 1890 y en la década del 20 pintó “Las chansons de Billitys”, litografías inspiradas en los poemas de Pierre Louÿs que homenajean el amor lésbico. Sus pinturas salieron en publicaciones gays-lésbicas que volaron del mapa con la llegada del nazismo. Ella fue prescripta y su estilo se hizo cada vez más abstracto, atomizándose así su visibilidad. La polaca Tamara Lempicka, orgullosa bisexual, es otra referente: pintó cuadros bastante elocuentes como Les amies, donde la líbido sexual fluye sin ambigüedad entre dos mujeres. Mucho más explícitas resultan las escenas de los Shunga (grabados eróticos japoneses). El primero del que se tiene noticias es un manual titulado Yoshiwara Makura, de autor/x anónimx (es decir, pudo haber sido escrito por una mujer) que data de 1660 y enseña 48 posiciones amatorias (esto es un Kamasutra, uno de verdad y con todas las letras, a diferencia del de los dibujitos internetianos antes mencionados, que nada muestran). Afortunadamente el Shunga no se acota a la representación heterosexual: las escenas entre mujeres van desde la candidez con que dos se besan mientras una de ellas toca la cítara en el grabado de Suzuki Harunobu, hasta la súper hot Mujeres teniendo sexo por medio de un harikati (dildo en japonés) que fue pintado en el siglo XIIX, por Utagawa Kunizada. Este, entre otros cuadros, también de enorme belleza, resultan absolutamente contundentes: sin pudores, sin sugerencias, sin falsas delicadezas, no sólo colman el espíritu de lxs amantes del arte sino que calientan, sin distinción de género ni edad, hasta el tuétano.

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