Vie 21.03.2014
soy

¡Ataca de nuevo!

En 1992, el affair Skeffington aparecía como un texto anfibio, oscuro y completamente iluminador. Cuando aún ni se soñaba con el matrimonio igualitario, o muy bajo se hablaba de las identidades no fijas, Skeffington propugnaba con aires de heroína mucho más que eso y entre líneas. Amalgamando posturas e hipótesis engendradas en los albores del siglo XX, María Moreno construye un texto revolucionario y precursor. Y, por qué no decirlo, también bitácora de amores entre señoritas. Mansalva lo acaba de reeditar. Aquí, algunas impresiones de quienes lo leyeron antes y ahora.

› Por Laura Anés

Corría el menemismo, pero sus páginas carecen del intimismo exacerbado o de la desilusión consumista propia de la época. Tampoco hay feminismo chauvinista a la Sex and The City ni glamour trash con purpurina. Menos todavía pizza y champagne (aunque el Ricard engrose la lengua y las faldas se levanten, lascivas, como las certezas). Lo que hay es una potencia imparable que pone a la literatura y a la cultura occidental al servicio de la escritura devoradora de la autora.

El linaje del texto no puede evitar ser complejo: feminismo, postestructuralismo, psicoanálisis, filosofía del nomadismo y de los afectos, socialismo, teoría lesbiana, vanguardismo, el canon literario, el canon marginal..., todo revuelto y revolcado. Pero lo cierto es que la novela familiar siempre es más compleja de lo que parece (hay separaciones y seducciones, vínculos extraconyugales, uniones non sanctas y contra natura e hijxs bastardxs) y, además, hay que admitir que las genealogías políticas suelen ser neuróticas y obsesivas pero también perversas.

En esta su primera novela, María Moreno firma, además, con su nombre de origen entre paréntesis —(Cristina Forero)—: “Creo que lo único que he escrito de mi ‘obra’ ha sido mi seudónimo, compuesto con mi primer nombre legal y el apellido de mi hijo, aunque ocasionalmente estuve casada con un Moreno”, explica fiel al mito de quien se jacta de plagiar y autoplagiarse. Sin embargo, resulta más seductora otra de las hipótesis que circula con respecto a la elección de su nombre: María habría buscado feminizar la identidad del primer periodista argentino, Mariano Moreno. Y en ese gesto irónico y orgulloso, la estirpe patriarcal es burlada y la tradición reterritorializada. Darse un nombre es, sin lugar a dudas, un gesto personal y político.

El affair Skeffington se construye sobre el recurso del manuscrito encontrado: Dolly Skeffington, una ignota poeta nacida bajo el nombre de Olivia Streethorse, le habría entregado a John Glassco, poeta y memorialista canadiense, un manuscrito: 28 poemas y una suerte de diario filosófico en forma de fragmentos encabezados por una palabra. Glassco, a su vez, lo habría volcado en un libro titulado Los que no fueron. Por esas cosas del destino, Moreno habría encontrado la única copia existente del libro en una pequeña biblioteca feminista madrileña y un año después, gracias a otro capricho del azar, habría entrevistado a la nieta de Streethorse/Skeffington en una discoteca también madrileña llamada, irónicamente: “No se lo digas a nadie”. El diálogo entre ellas, traductora mediante, aparece también reproducido en el libro.

Así, el original aparenta volverse accesible, pero no lo es. El Affair... se sostiene sobre la proliferación de citas desviadas o pervertidas, paráfrasis, traducciones, imaginaciones, digresiones y notas que explican o interpretan. Lo único que queda claro es que no hay original posible y que la Historia se sostiene sobre manipulaciones y exclusiones: de las mujeres, de todxs aquellxs con sexualidades disidentes, de la clase obrera, de lxs negrxs... En fin, de tantxs. La intención, entonces, se empeña en despojar a la historia de todos aquellos nombres y órdenes impuestos por el régimen patriarcal y heterosexista y de reinscribir voces y subjetividades dejadas de lado. Y todo esto para demostrar, entre otras cosas, que no hay hecho literario que no haya precisado para existir del apoyo de las mujeres, en general, y de las lesbianas y bisexuales en particular (las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes, decía Mae West).

El primer fragmento del diario —”París-Lesbos”— presenta un escenario mítico-erótico que se superpone con la ciudad bohemia y francesa de los años locos: la rive gauche de las artistas expatriadas; los cénaculos de esas escritoras feministas, bisexuales, lesbianas y dandies trans que Alejandra Pizarnik no podría sino criticar y Victoria Ocampo sólo visitar porque, aunque siempre le fascinó la belleza femenina, el lesbianismo le habría resultado una tentación desconocida (o por lo menos eso sostenía con su vozarrón afrancesado

permítanme dudar—). Y eso es sólo el principio: Skeffington/Streethorse desordena. Pertenece a la rive droite, pero se muda a la gauche, cambia de clase, cambia su nombre, recorre bares, es de alta alcurnia pero se viste de obrera; con su mejor amiga no se conoció ni en la escuela, ni en la cárcel ni en una asociación benéfica (esos lugares clásicos de mujeres) sino en la calle; va al casino y al ring side, nunca es violada porque al verla los violadores temen por su propia salud, lee y pervierte a Freud; tiene una hija pero es soltera, se acuesta con hombres y con mujeres, se supone escritora pero no deja más obra que algunos poemas. ¿Qué es, entonces, esta persona?, no podemos evitar preguntarnos. “¿Una artista?

señala don Glassco—, por cierto que no. ¿Una puta? Quizás intermitentemente. ¿Una lesbiana? Sí y no. De lo que estoy seguro es de que era una anandrine.” Alguien sin hombre. Un fracaso perfecto. Un sujeto que logró escaparse del orden que la convierte en hija o esposa. Es decir, en mujer. Es evidente que Diana Bellessi tiene razón: cuando se altera el orden, la creación comienza. Porque si se altera el orden, que es como decir la norma o la ley, aparece lo inclasificable: lo monstruoso, lo abyecto, lo criminal o excesivo. Aparece aquello que carece de términos que lo describa, eso que no puede ser pero, sin embargo, es. Eso que es puro destello, pura intensidad. En este sentido El affair... es una reflexión sobre la identidad y sus límites tanto como un reclamo ético y estético. Pero es también, como nota Adrián Cangi, la invención de un pasado social y literario donde poder evocarnos erótica y políticamente, un mito de origen contra natura, si se quiere. Porque un affair puede ser una relación sexual pero es, sobre todo, un problema de estado.

La novela toma la forma de una o muchas búsquedas apasionadas y se manifiesta en el reconocimiento de que es el movimiento lo que garantiza la libertad. La carencia de identidades fijas, el trazado de nuevos estados imaginarios, las preocupaciones feministas, el valor del momento en tanto intrascendente, la disolución de un “yo” que pone en escena un “yo” más complejo, la reconstrucción de genealogías minoritarias o disidentes, los excesos del cuerpo y la palabra, la parodia de la literatura “seria”, los desvíos de las citas de autoridad y los cánones y el homenaje a la desorientación son, definitivamente, los elementos que dan cuerpo a este relato.

Y es que es un relato muy sabio, imprudente e impúdico. Un texto que ve y dice una de las tantas cosas que el régimen capitalista obtura: si hay algo que la historia feminista o la historia de las sexualidades disidentes tienen que enseñarnos (si es que nuestra historia como latinoamericanxs no nos lo enseñó todavía) es que hay que entender las potencialidades no sólo de las omisiones sino del fracaso: de lxs fracasdxs, problemáticxs, agitadorxs y excéntricxs, de lxs disidentxs e inconformistxs, de lxs desdichadxs y despreciables. Porque el fracaso habilita la huida de las normas disciplinarias y del uso económicamente productivo de los cuerpos. En este sentido, hablar de los que nunca fueron permite articular una visión alternativa de la vida, de los afectos y del trabajo: “La  manera que tenían Gwen y mi abuela de estar juntas y muy cerca era... como si al apretarse las dos constituyeran una ausencia”, recuerda la sobrina de Skeffington/Streethorse. Como si constituyeran una ausencia. Quizá, sencillamente, como diría Halberstam, este libro sea sobre la victoria que implica fracasar bien y fracasar mucho, y sobre la posibilidad de aprender a fracasar mejor.

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