› Por Reina Roffé
Leí el libro poco después de haber sido publicado en 1992 y una de las cosas que más me llamó la atención fue encontrarme con lugares y personas que había frecuentado en Madrid, donde vivo desde 1988, y donde incluso estuvimos con María Moreno cuando ella visitó esta ciudad, no recuerdo bien si en 1990 o 1991. Dio la casualidad de que Néstor Perlongher también se encontraba aquí, había venido a realizar una serie de lecturas, y nos juntamos una noche, precisamente, en “No se lo digas a nadie”. Una de las dueñas (argentina ella, Delia) le organizó una despedida a María en ese bar que aparece tan bien descrito en El affair Skeffington. Allí estuvimos bailando, especialmente con el amigo brasileño de Perlongher, un tipo muy simpático, y conversando sobre lo humano y lo divino.
“No se lo digas a nadie” fue un bar surgido de los últimos restos de la movida madrileña, que, aunque había terminado oficialmente a mediados de los años ochenta, todavía se hacía presente en los movimientos “alternativos” de Madrid, como el movimiento feminista.
El libro recorre las dos plantas de aquel bar de la calle Ventura de la Vega, una calle estrecha y poco iluminada en aquellos años, situada en una zona limitada por tres teatros, un hotel donde se vestían los toreros antes de ir a Las Ventas (que aún existe, pero ya no se visten los toreros), muchos bares de tapas y la conocida Plaza de Santa Ana, con más bares presididos por la emblemática Cervecería Alemana, donde pararon escritores como Dos Passos y Ernest Hemingway.
El público que salía del Teatro Español, del Teatro de la Comedia o de los bares de la zona y que quería tomar una última copa rodeado de gente de la farándula, escritores, feministas, gays, lesbianas y viajeros despistados, terminaba en el “No se lo digas a nadie”. Lo más llamativo de este bar eran las camareras que María Moreno borda en su libro, las mesas en forma de máquina de coser, un pequeño escenario y la famosísima biblioteca regentada por Marisa, bibliotecaria de verdad que, por las mañanas, “fichaba” en una biblioteca pública de Madrid y, por las noches, atendía la biblioteca del bar con idénticas eficiencia y mala leche hacia quienes no seguían sus indicaciones.
Por entonces, María llevaba un atuendo de cuero negro ajustado que hacía volver la cabeza de los madrileños y bebía, se le había dado por beber durante los días que estuvo en la capital española el popular anís del Mono, un anís seco, que era el preferido de los albañiles.
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