Se festeja que en Australia se acaba de aprobar un género neutro, que se agrega al femenino, masculino y transgénero que ya figuraban como casilleros legales. Falta decir que para acceder a estos casilleros tan abiertos la ley australiana obliga a someterse a verificación médica, entre otras operaciones. La ley y sus trampas.
Finalmente, la Corte Suprema de Australia le dio la razón a Norrie May Welby (nuestrx chicx de tapa de 23 agosto de 2013) y decidió que, a partir de ahora, Nueva Gales del Sur debe reconocer el género neutral. Ese territorio se convierte así en uno de los pocos que vislumbran una no definición entre hombre y mujer. Australia había inaugurado en junio de 2013 una nueva nomenclatura en los documentos que permitía elegir entre las definiciones “hombre”, “mujer” y “transgénero”. El neutro es otra cosa. Norrie fue identificadx como “hombre” al nacer, decidió una reasignación sexual en 1989, pero luego empezó a desmarcarse también de la identidad trans que, según explicaba a SOY, no se ajusta a su persona porque “en su versión estándar la transexualidad tiende a absorber uno de los sexos, el opuesto al asignado al nacer. Me siento cómodx con mi androgenismo, tanto en mi cuerpo como en mi mente”. Y desde 2010 ha peleado para que su androginia lleve nombre en los papeles.
Los medios lo presentan como un fenómeno en algunos casos, como un gran logro, en otros. Leamos la letra chica antes de brindar. Y leámoslo a su vez a la luz de la ley argentina de identidad de género, que valoriza la autopercepción y saca de juego la mirada jurídico-médica.
La buena noticia es que un triunfo individual ha cambiado el panorama para los habitantes de ese Estado que deseen hacer coincidir sus documentos con su género neutral, y eventualmente esto podría influir a nivel federal. La mala es que únicamente se autoriza el cambio en caso de que haya habido una cirugía de reasignación sexual (aunque ésta no es la exigencia para las personas que quieran modificar su DNI de F a M o viceversa). Si bien para avalar el género neutro no se pide certificado de insania, es necesario que el discurso médico ratifique que, en algún momento de su vida, el o la solicitante ha pasado por una operación que la letra define como “la alteración de los órganos reproductivos con el propósito de ayudar a una persona a ser considerada como un miembro del sexo opuesto o para corregir ambigüedades relacionadas con el sexo de la persona”. ¿Qué significa esto, además de la persistencia de la patologización? Que, por ejemplo, una mujer u hombre biológicos que no hayan pisado el quirófano no están habilitadxs para la neutralidad.
No es éste un ejercicio de pesimismo serial, es que después de la algarabía que en muchos medios desató la victoria judicial de Norrie (y que el tono haya sido de festejo, en un caso como éste, es en sí mismo un buen síntoma) vale llamar la atención sobre lagunas como la siguiente: la ley federal de Australia sigue sin autorizar más matrimonios que el que “se celebra entre el hombre y la mujer”, ¿cómo podrán entonces casarse, si así lo desean, las personas de género neutral? Por ahora, deberán olvidarse del asunto. Pero, además: ¿debe leerse esto como un triunfo o como una correa un poco más larga? Según el caso, una M, una F, una T o un “non specific” seguirán aclarando en las partidas de nacimiento de cada unx cómo todos los demás debemos leer el género de su dueñx. Difícilmente sea éste un cambio de paradigma –como sí lo sería la extracción de esta categoría de todos los documentos–, ¿será la neutralidad ante el Estado, como cuestiona Morgan Carpenter desde el activismo intersex australiano, “un sello estigmatizante y experimental”? ¿O será apenas un permiso para la excepción?
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