Vie 20.06.2014
soy

TEATRO

Extraña pareja

Carlos Trafic y Benito Gutmacher, como dos capocómicos complementarios e histriónicos, despliegan su número desfachatado al ritmo de las preguntas de Soy. Traen a Buenos Aires, después de 40 años sin pisar los escenarios porteños, El gurú, sátira delirante contra todas las penas habidas y por haber, donde un personaje al borde del suicidio acude a un maestro para intentar resolver la duda crucial del absurdo.

› Por Fernando Noy

Luego de casi cuarenta años ausentes de los escenarios porteños, finalmente han regresado estas figuras legendarias del Nuevo Teatro argentino. Protagonistas de los tiempos del Di Tella y otros espacios no convencionales, comenzaron a proyectar una revolucionaria y renovadora visión del hecho teatral al final de los años sesenta. Gutmacher, apasionado por Artaud, y Trafic, en el mítico Grupo Lobo. Desde que se fueron de aquí hasta hoy que regresan se presentaron en innumerables recintos europeos. La cita ahora es en el exquisito Teatro Empire, donde, según manifiesta el actor Antonio Leiva, se ha programado un ciclo “intentando recuperar plumas perdidas”. Deleite asegurado para quienes tuvimos la dicha de poder aplaudir sus irreverentes e innovadoras puestas fundamentando una saga interpretativa fuera de serie, en la misma línea de posteriores artistas como Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese, las Gambas al Ajillo, sus hijos putativos, de los cuales algunos ni llegaron a conocer a estos padres amnésicos a no ser por el constante boca a boca como el más eficaz modo de permanencia. Ambos, cultores de una renovación teatral absoluta más allá del absurdo, la sátira, la poesía encarnada en el humor que sigue palpitando como la primera vez en este regreso, al fin podrán ser disfrutados nuevamente en Buenos Aires.

Carlos Trafic: En esos tiempos, con el actor Norberto Campos, creamos el Grupo Lobo en el Instituto Di Tella. Después viajamos con Robertino Granados hacia Brasil haciendo El retorno de la familia Cenci, una obra de Antonin Artaud con el que Benito estaba muy compenetrado en esa época. Un día vino a vernos la joven Marilú Marini, a quien, por haberle gustado tanto la propuesta, decidimos invitar, e incorporamos en las posteriores funciones que realizamos en el Theatron de Santa Fe y Pueyrredón, donde era éxito absoluto La lección de anatomía, dirigida por Carlos Mathus, con Antonio Leiva, quienes acaban de invitarnos en este regreso nuevamente en una sala dirigida por ellos. Y acá estamos.

Benito Gutmacher: Apenas 40 años después que podrían ser sólo 20 si dividimos en partes iguales para cada uno...

C. T.: Confirmando ese mandato zen que reza: “La eternidad es aquí y ahora, siempre”. Cuando dirigí Alicia a través del espejo encontré al Conejo que corre y corre, sin detenerse. De pronto lanza un comentario: “Ah, querido, en esta dimensión hay que correr doblemente para permanecer siempre en el mismo sitio”. Para nosotros Buenos Aires encarna de manera absoluta esta metáfora, porque tenés que correr y correr siempre para seguir estando en un mismo lugar.

Benito ha declarado que al comienzo se fascinó justamente con tu velocidad tan versátil y expresiva. ¿Eso les permitió reconocerse como pares?

C. T.: Bueno, cuando empezamos a trabajar juntos, al principio uno de los problemas ya solucionados era que nos pasábamos de revolución. Y hay necesidades básicas del escenario, sobre todo el tempo, para no dejar atrás ni cansado al espectador.

¿De qué se trata lo que por fin veremos?

B. G.: Compartimos una travesía en tres etapas de una hipotética iniciación durante la que vemos distintos personajes que se van complementando en sus aparentes dualidades. Desde un psiquiatra y su paciente y todos los opuestos al mismo tiempo. Meta metamorfosis, desde el hombre de las cavernas pasando por la corte de Molière, que nos encaracola de plumas para seguir casi volando robóticamente hacia el futuro. Un largo instante trabajamos vestidos apenas con un slip y desde allí se produce un juego andrógino, satírico, grotesco y con libertad absoluta al mismo tiempo insólito, dramático y siempre divertido. Iluminamos para ilustrar esta especie de saga humana con todos los recursos para el humor. Por ejemplo, bailamos un minué a contramano, en otro momento con música de Carmen imprevistamente encaramos un charleston mientras repetimos a grito pelado: “¿Dónde está Dios, dónde está Dios?”.

¿Es un lenguaje neutral que incluye todas las diversidades posibles encarnadas en el cuerpo?

B. G.: En parte, porque muchas veces lo corporal solamente, como expresividad, tiene sus límites. Se agota en sí mismo. Echamos mano a todos los recursos habidos y por haber, incluso instantes que están como volatilizados y arrancamos del aire y el espacio, además de objetos, vestuario, tantos otros elementos y por sobre todo el lenguaje.

C. T.: Cuando finalmente nos reencontramos en Europa ambos realizábamos distintos unipersonales con parte de esa desfachatez típicamente argentina en escena que los europeos desconocen y aplauden.

B. G.: En medio de tanta transgresión comprendimos que, si hacemos teatro, es para no enloquecer de verdad.

C. T.: Por eso a esta altura de nuestras carreras ya somos figuras del Museo de Cera de Retiro.

B. G.: Por no decir dinosaurios del Ital Park, aunque, de verdad, en el fondo siento que mi verdadero gurú siempre será Carlitos Trafic.

C. T.: Y el mío, ¿sabés quién? Fidel Pintos.

B. G.: A propósito, hay un momento de la obra en que el gran gurú aparece con una foto tipo estampita de santo. Yo, asombrado, grito preguntando quién es.

C. T.: Le respondo que éste fue mi maestro cuando yo era estudiante como él.

B. G.: Pero se le parece muchísimo.

C. T.: Imposto grave la voz y aclaro muy autoritariamente: “No se parece, ¡soy yo!”.

B. G.: La moraleja medio obvia es que hay que dejar de seguir a otro. No dejarse dominar ni llevar por las narices.

C. T.: Así como un perro puede ser nuestro mejor amigo, el mejor amigo del hombre es su gurú.

¿Qué piensan de la actualidad europea?

C. T.: París y las demás ciudades es como si tuvieran asma, tratando de resurgir cada tanto de sus propias cenizas. En cambio, en Argentina renacemos en ascuas, en vilo permanentemente, lo cual es casi costumbre.

B. G.: Es como sucede dentro de esta obra en la que parecemos tan desesperados por ir resolviendo uno tras otro infinidad de problemas. El personaje del abogado entra en crisis total y no sabe para dónde escapar, hasta que encuentra un pseudo gurú espiritual y agarra viaje, aunque finalmente lo lleve hacia la locura absoluta.

C. T.: Es un chanta espiritual de esos que pululan. Una frase resume este asunto: “Creo en la felicidad que al fin se gana por estar desesperado con una actitud denominada humor”. Y ésa sí es la más poderosa de todas las religiones que conocí hasta la fecha.

B. G.: Encontrarlo a Trafic me ayudó también a descubrirlo. Al fin logré empezar a curtir todo en solfa. El me llevó por el lado del absurdo, demostrándome que es una actitud mucho más ideal.

C. T.: Si te pregunto dónde estuviste tomando un café el 7 de enero de 1801, vas a pensar que estoy delirando. Si te vuelvo a indagar dónde estarás tomando otro café en el 2800, pensarás quizás algo peor. Pero en verdad somos un sánguche de eternidad que para vivir hay que comer ahora mismo.

B. G.: Cuando encontré a Trafic en París con su larga cabellera hippie, me recordó a Julien Beck, el maestro del Living Theatre. Lo saludé bromeando: Master, Master, Master. Y recordando ese instante comenzamos las improvisaciones para este espectáculo donde soy una especie de discípulo sometido que al final, por supuesto, toma todo el poder. Entre los miles de estados y guiños que abordamos se podría descubrir una relación incluso pasional entre nosotros.

C. T.: En realidad no somos amantes, pero nuestras madres sí que lo fueron...

¿Cómo?

C. T.: Por algo nacimos en la misma clínica aquí en Buenos Aires; en consecuencia, hasta incluso podríamos ser hermanitos de leche. Todo lo que deseamos encarnar serían como cincuenta muletas para echarnos a volar definitivamente.

Los escucho hablar y vuelo hacia la intersección de Pueyrredón y Santa Fe, por donde hace años luz y luego de ver ¡cinco veces! —lo juro— El retorno de la familia Cenci en el Theatron yiraba yo perseguida por el personaje asegurando de viva voz ser Beatriz Cenci, en medio a los miles de coches, borracha de moscato y también drogada... Por eso ahora me levanto, me escondo tras una columna del Empire y recito unos versos de memoria: “Una luna roja para los amantes de Beatrice Cenci, la mendiga de la medianoche en su propio palacio donde se esconde el sol con su maldita piel de pasión inconfesable... Cenci, Cenci, yo soy Beatrice Cenci..., cuyo cuerpo es una joya perlada de ámbar y sudor que al fin te pertenece”. Los dos monstruos sagrados me miran como a un espejo “y siempre te amaré a pesar de, incluso, asesinarte”. Benito aplaude, Carlos se cae (literalmente de su silla) y Castaña, la perra amada del Empire, aúlla, como diciendo “¡qué felicidad!”.

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