“Saquen sus rosarios de nuestros ovarios” es un frase que me convoca, porque mi cuerpo tiene la posibilidad de concebir, es fértil, porque yo así lo elegí, no porque quisiera tener un* hij* sino porque no quería aceptar la imposición médica y social de pensar mi cuerpo como el de los hombres, que no pueden quedar embarazados, y tampoco quería desconocer mi útero, porque para mí es un órgano más de mi cuerpo y no reniego ni de él ni de mis ovarios, porque no quiero intervenirme quirúrgicamente para sacármelos. En mi experiencia, mis ovarios y mi útero ayudan a completar mi cuerpo trans.

Yo nací mujer, fui criada y adoctrinada como una. Mi infancia fue una infancia de una persona masculina a la que la sociedad siempre le recordó que esa masculinidad no le era propia, que no me pertenecía. Devine en mi temprana adolescencia en torta y después en trans. En puto me convertí huyendo de la heterosexualidad y siéndole fiel a mi deseo de buscar siempre otras opciones, de tratar de mantenerme por los caminos de la/s disidencia/s.

En el ABC de las cirugías para personas trans, la histerectomía es una de las primeras cirugías ofrecidas por l*s médic*s, ya que, según ell*s, consumir testosterona puede generar quistes en los ovarios (soy un gran desconfiado de las corporaciones médicas y de los laboratorios), por ende “hacerse una histerectomía te libraría de un futuro cáncer”. El hecho de que esta cirugía sea una de las primeras que se ofrecen a los varones trans que están transicionando tiene que ver con la insaciable producción y reproducción de hombres y mujeres médica, social y económicamente aceptables y esperables para el sistema sexogenérico actual.

Hoy pienso en nuestros derechos y en la posibilidad de decidir sobre nuestros cuerpos, en nuestras diferentes formas de vincularnos sexoafectivamente con otr*s y en nuestros cuerpos fértiles. También pienso en el poco acceso que tenemos a la educación sexual (por falta de programas de educación sexual dedicados a tipo trans que nos puedan orientar al sostenimiento de políticas del cuidado de un* y de l*s otr*s), y en la falta de comercialización y circulación pública por parte del Estado del preservativo de “mujeres”, en donde claramente marca que nuestras decisiones de cuidado sobre nuestro cuerpo están sujetas a la opinión de otr*/s.

Hoy quiero pensar en los abortos en cuerpos trans, en esos abortos que ocurren. Y me pregunto cómo nos atenderán los médicos que realizan esta práctica, digo... ¿Nos atenderán? ¿Qué tipo de atención nos darán? ¿Cuánto nos cobraran de más? Pensando en que en Argentina no hay una efectiva y verdadera inclusión laboral para nosotr*s, ¿podremos pagarlo? ¿Qué prácticas realizarán dentro de nuestros cuerpos una vez anestesiad*s?

Una de las formas en la actualidad en las que el aborto en Argentina “no es punible” (según la ley, aunque sabemos que en la realidad no siempre es así) es cuando ocurre una violación. Entonces me pregunto: Si un trans masculino sufre una violación, ¿la ley actuaría? Los médicos, los abogados, ¿nos creerán? ¿Nos permitirían abortar amparados por la ley?

La ausencia de la inclusión de nuestros cuerpos trans la pagamos nosotros, ese vacío legal y la invisibilización también significan: la muerte, y/o que nuestras existencias estén siempre sujetas a la subsistencia. Pensar en la salud integral de las personas trans no es sólo pensar en cirugías y en tratamientos hormonales como parte de la salud transicional, sino también implica pensar en nuestros cuerpos cuando se enferman de gripe, de vih-sida, que también pueden ir a psicólog*s que no nos patologicen y, también, que nos permitan decidir sobre nuestros cuerpos en las (no) proyecciones de “familia”.

Pensar en una ley feminista y no transfóbica, de aborto seguro y gratuito, también es pensar no sólo en los cuerpos de las mujeres, sino también en los otros cuerpos que también tenemos la posibilidad de gestar y, por ende, de abortar.