Vie 18.04.2008
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En el clóset

Es triste y significativo que hayamos tenido que inventarnos lo del clóset a causa de cierta urgencia por ponerle un nombre a una experiencia vital. Se les pone nombre a las cosas importantes. Además, ya circulaba otro nombre, “marica o torta reprimida”: un reproche nacido de la propia comunidad contra quienes no exteriorizaban su homosexualidad o una tajante conminación de la sociedad bienpensante a mantener oculto lo que jamás debería salir a la luz, lo que para siempre debería permanecer bajo el imperio de una inquietante tautología: marica = reprimida. Ante esto, algo se ha ganado. Ya podemos confesar sin perder dignidad que estamos en el clóset. No es lo mismo ser una “guardada” que una “reprimida”. Para empezar, porque la “represión” se presta a demasiados malentendidos, es un término clínico. Si es reprimido es enfermo, neurótico, angustiado, infeliz, muerto de miedo y casi se le está recomendando que acuda a algún especialista. “Estar reprimido” parece querer volcar toda la responsabilidad y algo tan grave como la culpa sobre el individuo en cuestión. “Estar en el clóset” nos abre hacia una realidad mucho más compleja y donde se dan cita múltiples factores que conducen a esa situación. Y, sobre todo, no tiene nada que ver con ninguna psicopatía y mucho menos con la culpa. El armario apunta hacia una realidad muy distinta: la reclusión, el encerramiento, la disimulación ante unas circunstancias externas tan hostiles que se prefiere no hacerles frente directamente y capear el temporal como mejor se pueda. Hasta cierto punto, depende de si fuera caen o no chuzos de punta, la culpa no está en quien se mete en el armario, sino en quienes lo obligan a ello, en una sociedad represiva que manifiesta sin tapujos su animadversión por los homosexuales. Además, estar en el armario en absoluto puede reducirse a casos o vivencias particulares. El hecho de que toda lesbiana o todo gay casi sin excepción haya pasado una temporadita allí obliga a considerar el armario como una verdadera institución opresora promovida, controlada e instigada por la propia sociedad.

Hacer el amor en el clóset es una experiencia muy poco satisfactoria. Uno se da muchos golpes, no hay luz, el aire se enrarece pronto. Hay escaso espacio para el deseo. La eficacia del armario es múltiple: condena al gay y a la lesbiana a llevar una vida esquizofrénica, causándole un desdoblamiento de personalidad a lo Dr. Jeckill y Mr. o Mrs. Hide; provoca la extraña sensación de que el recluido se considere un ser único en el mundo, convencido de que quizá sea el único gay o la única lesbiana sobre la Tierra. o

Ricardo Llamas y Francisco Javier Vidarte, en Homografías, Espasa Calpe.

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