Viernes, 18 de julio de 2014 | Hoy
Anuncia su boda Wenceslao Maldonado, el poeta erótico que ha cantado sobre la sensualidad del mundo grecolatino. Y con un joven enfermero entrerriano que dejó su trabajo, su estudio en Santo Tomé, para vivir con él en Buenos Aires. La cita es el próximo 1º de agosto, casi como una celebración del cuarto aniversario de la sanción del matrimonio igualitario.
Por Adrián Melo
Wen tiene 74 años. Ari tiene 36. Wen fue cura católico durante veinticinco años y Ari es judío. También son diferentes en sus profesiones, en su formación. Durante la entrevista se abrazan, se miran a los ojos, se aprietan fuertemente las manos en los momentos en que alguno de ellos es invadido por la emoción.
Ariel: Vía Facebook.
Wen: Y por el Club de Osos. Yo soy socio, actualmente estoy en la comisión directiva..
Ari: Empecé a leer las cosas que posteaba en relación con la poesía. Las primeras veces le escribía “muy lindo lo que escribiste sobre tal cosa” y él me contestaba con un seco “gracias”.
Wen: Es que las cosas mías personales no las expongo en Facebook.
Ari: Yo a Wen lo veía como un gran escritor, lo veía muy alto, muy grande. Pero un día me animé y le escribí “me gustaría conocerte cuando vaya a Buenos Aires”. “Bueno, podés venirte a mi casa y tomamos unos mates.” Yo no dudé un minuto. Llegué a Buenos Aires, dejé los bolsos en la casa de un colega mío en Avellaneda y me vine directamente para acá. Después, charlas van, charlas vienen, amor va, amor viene. En un momento creo que fui yo quien le dijo “con vos me casaría”. El me dijo: “¿En serio te casarías conmigo?”.
Wen: Las conversaciones por el Grupo de Osos vienen de hace más tiempo pero nos conocimos personalmente hace un año. Muchas veces las cosas se precipitan cuando se trata de una relación a distancia. Imagina que él se jugó todo. El vivía en Santo Tomé, trabajaba y estudiaba allá, toda una vida hecha. El se animó a cambiar de vida y de perspectivas. Por eso inmediatamente nos comprometimos.
Ari: Acá estábamos (en la casa de Wenceslao en Once) tomando mate amargo con limón.
(Casi al unísono.) En la playa, en La Coronilla (Uruguay).
Wen: Sí, un momento de puro romanticismo. La Coronilla es un lugar muy lindo para estar, para quedarse. Con todos los inconvenientes, porque yo necesito volver como jubilado que soy, por los remedios.
Wen: Nosotros siempre decimos que queremos ser absolutamente libres. Yo siempre estuve en contra del matrimonio como institución, de cualquier matrimonio, pero siempre estuve a favor del matrimonio igualitario en tanto es una defensa legal por derechos que son de las personas y que me parecen anteriores a cualquier ley. Constituye una cobertura legal, una defensa para el día de mañana. Yo tengo un hijo fallecido (se quiebra, Ari lo toma y aprieta con fuerza sus manos), Alejandro, a quien le dediqué un libro. Allí estoy con él (señala una foto). Ale vagaba por las calles y yo lo adopté cuando trabajaba como inspector delegado de una jueza de Menores. Ari, a su vez, tiene su hijo, ahí están los dos (otra foto). Eso también es importante, tenemos pensado una familia así, que abarque posibilidades futuras. Ya no con mi hijo por supuesto, pero sí con el hijo de él.
Ari: Yo prefiero hablar de matrimonio. Yo recuerdo cuando salió la unión civil, sentí mucha frustración. Yo vivía en Santo Tomé y sentía que los héteros eran matrimonio de primera categoría y los gays sólo la posibilidad de ser un matrimonio de segunda. También me pasó lo que le paso a él. Quería el matrimonio para gays y lesbianas pero no para mí. Pensaba: el que se quiera casar que se meta en ese quilombo, yo no. Pero viste cuando uno dice de esa agua no he de beber.
Wen: Yo soy una persona grande, él, una persona madura. Son las experiencias pasadas las que nos hacen vivir con otra perspectiva. Pensamos el matrimonio como una realidad libre.
Wen: Yo no puedo tener los mismos gustos ni el mismo paso que él. Yo me siento cada vez mayor y cada vez con mayor dificultad para caminar. Somos muy diferentes y no sólo en edad. Pero las experiencias cuando son tan distintas pueden integrarse.
Ari: Paradójicamente a mí me pasa lo mismo. Yo siento que no le puedo seguir los pasos a él. Es un momento de la vida en la edad de ambos de mucha tranquilidad, mucho afecto y mucha contención. Por otra parte, todas mis parejas me duplicaron en edad al menos.
–Yo fui cura desde los veinticinco hasta los cincuenta. Llegué a ser provincial de los salesianos de Don Bosco. Y luego presidente de la Confederación de Religiosos de la Argentina con derecho a participar de las Asambleas episcopales. Siempre pienso que dejé por tres motivos. Hay un motivo de orden intelectual: yo siempre me dedique a la literatura grecolatina, que me hizo descubrir otros universos y otras formas de amar. Hay otro motivo de choque con las autoridades de la Iglesia. Al participar de las Asambleas episcopales me enfrenté con la Iglesia autoritaria presidida por Juan Pablo II, y con la veleidad de quienes sienten que tienen teléfono blanco con línea directa con Dios. Y finalmente, un tercer motivo, que es el de más peso de orden afectivo. Yo me fui de mi casa muy chico, era un adolescente buscando otro tipo de familia, que la encontré realmente en la comunidad de los salesianos, en la figura del padre Don Bosco, con el que siempre me sentí identificado. Al tener el cargo de presidente de la Confederación tuve que alejarme del trabajo concreto con jóvenes y adolescentes y me fui sintiendo mal, cada vez más solitario.
–Dejé la Iglesia. Pero conservé dos grandes amores de mis años salesianos: la educación y la literatura. A partir de entonces mi familia y mi sostén en todas las formas de mi vida fueron los docentes y los alumnos, con quienes había compartido el ideal educativo. Después de que salí de la institución me fui a vivir por largos años –pensé que para toda la vida– a Italia. Allí me ayudó un amigo a redescubrirme. Hice amistad con un grupo de extranjeros, había muchos brasileños. Me enamoré de un par. Luego tuve mi primer novio, mi primer gran amor, que aparece como personaje en muchas de mis novelas. El me conmovió profundamente con su plena juventud, tenía menos de treinta años y yo cincuenta. Italia llenó toda una época de mi vida.
Wen: Sí, eso lo descubrí luego en terapia. En Italia viví con mi madre. Mis amigos eran todos gays. Y mi mamá era vivísima. Tenía mucho humor y aludía constantemente a ello aunque nunca de manera directa.
Ari: Con mi familia comencé a tener conflictos cuando empecé a tener ciertos tipos de “amigos íntimos” que me duplicaban en edad. Mi primera pareja tenía cuarenta y cinco años y era docente, y yo tenía diecisiete años. Una vez escuché hablar a mis hermanos con mis padres en la planta baja sobre que yo no tenía novia y que “ese hombre” venía todas las noches a buscarme. Desde arriba les grité: “Si quieren charlamos”. A la semana organicé un almuerzo con mi mejor amiga que sabía todo y mi novio. Cocinamos y tiré la bomba. “El es mi pareja.” Entonces a mi amiga no se le ocurre mejor cosa que preguntar: “¿Alguien quiere helado?”. A todos se les había cerrado el estómago (risas).
Ari: A mí la cabeza. Cuando él se pone a hablar de sus escritos me hipnotiza. El va a decir que es una exageración porque dice que no es conocido y es mentira, porque lo nombro y todos saben quién es: ¡ah, es el cura de Don Bosco!, ¡ah, el que escribe historias de pornografía!, me dicen, el que escribe poesías eróticas, ah, el degeneradito el que escribe sobre hombres que se aman.
Wen: Todavía no vio el libro que escribí sobre él y que tiene que ver con nuestra relación. A mí de él me gusta una cosa menos intelectual, más sensual. Me gusta el cuerpo que tiene, tiene un cuerpo fantástico. Hay algo muy raro de nuestra convivencia. Es como si hubiera vivido toda la vida con él.
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