Viernes, 14 de noviembre de 2014 | Hoy
GIANNI VATTIMO
El balance que hago del Sínodo es altamente positivo. Más allá del resultado final respecto de que ni remotamente se pueden establecer analogías entre las uniones homosexuales y el diseño de Dios sobre el matrimonio y la familia, pensemos que se llegó a discutir acerca de que si el encuentro y el contacto con el modo de vida de gays y lesbianas podía o no llegar a ser enriquecedora. Se valoró el sacrificio y el apoyo en las parejas... ¡en el Vaticano! Un gran porcentaje votó a favor. Es un gran cambio. No olvidemos que es la Iglesia.
Y que el Papa, más allá de ser un personaje notable, es siempre el Papa. Hay que desconfiar del Papa sólo porque es el Papa, la cabeza de una institución ultraconservadora por excelencia.
Pero por momentos comprendo muy bien a los obispos más conservadores que se escandalizaron. Casi acuerdo con ellos (risas). A mí me genera toda una contradicción que la Iglesia cambie sus posturas. Es como si mutara el enemigo. Mi subjetividad social, intelectual, sexual te diría, se estructuró en contra de lo que decía la Iglesia como institución. Yo siempre cito como ejemplo que, pasado tanto tiempo, sigo yendo a la Marcha del Orgullo gay, con mi caminar pesado y cansino, me sacrifico sobre todo porque la Iglesia está en contra. Siempre hay que hacer cosas en contra de la Iglesia como institución, ése es un lema. Antes era más fácil. Si las cosas siguen cambiando, no sabría cómo posicionarme.
Porque hay algo de Pueblo Elegido en ser una minoría rechazada. Y eso bien lo comprendió Pasolini, que seguramente hubiera estado en contra del matrimonio gay. Pasolini le otorga una especie de misión casi religiosa y liberadora como la de los profetas al hecho de ser homosexual.
Te cuento algunos hitos de mi relación con la Iglesia como institución para que comprendas cómo me moldeó, y lo importante que son para mi generación estos cambios. Yo nunca supe si uno de mis directores espirituales, monseñor Caramelo, ¡vaya nombre!, supo de mi homosexualidad. Me hicieron en la escuela el Test de Rorschach, el test psicológico de las manchas. Nunca me mostraron los resultados del test. O se sorprendieron de mi homosexualidad, o comprendieron que era un caso insalvable.
Otro director espiritual me dijo en referencia a mi homosexualidad: “El mundo es como un cuadro. Se necesitan zonas de sombra para iluminarlo”. Pero, ¿cómo voy a aceptar ser una sombra yo mismo?
Cuando era joven, durante las bodas religiosas, el secretario de Estado del Vaticano enviaba una carta de bendición a los recién casados que era leída por el sacerdote. Los contrayentes lo escuchaban con las manos entrelazadas. Tenían esa carta y después podían ir a tener sexo como tigres. Era lo que más envidia me daba. No tener la bendición papal para tener sexo como tigres con mis muchachos.
Más tarde me echaron de un colegio católico por corrupción a la juventud. Pero no por tocarlos o por no decirles “no te masturbes”, “no cometas actos impuros”, sino por incitarlos a luchar por sus derechos y a participar en política. Yo los llevaba e íbamos juntos a marchas y a manifestaciones. Eran futuros proletarios e hijos de obreros.
Creo también que conformé una familia de tres –mis dos muchachos, Sergio y Gianpiero, y yo– no sólo para hacer carne la idea de comuna de Mayo del ‘68 sino también en oposición a la idea de familia de la Iglesia.
Pero hay otra tradición. Recordemos las investigaciones de John Boswell. En Cristianismo, tolerancia y homosexualidad documentó eruditamente que las amistades exaltadas entre monjes de las abadías durante la Edad Media y hasta el siglo XIII eran toleradas por la Iglesia Católica. El hermetismo de las comunidades religiosas, el hecho de compartir las habitaciones, daba lugar a una tregua de ternura y amor entre muchachos que seguramente aseguraban la cordura en medio de la soledad y un poco de alegría en la vida. Son realmente conmovedoras las cartas de enamoramiento, ternura y pasión física que los clérigos se enviaban entre sí. Y las poesías de amor que se dedicaban. Tener un solo amigo, dedicarle la vida, era una forma más de expresar el amor a Dios. La unión mística de los cuerpos aparecía como la base de la vida monástica y una forma de amor divino. Hay un modelo en Jesús que enseña que no hay nada más conmovedor que dar la vida por un amigo.
En ese sentido, y siguiendo esta tradición, tengo una pareja de amigos anglicanos que dice que todos los monjes y que todos los sacerdotes son gays. Y que la mejor manera de vivir la homosexualidad es en el seno de la Santa Iglesia Católica, en estas comunidades de hombres sin mujeres, casi sin sospechas... hasta que salió a la luz el tema de la pedofilia, claro. También me recuerda una anécdota de un amigo que entró a la congregación de los capuchinos y, que cuando llegó a Roma, la autoridad capuchina que lo recibió le preguntó: “¿Vos sos normal? ¿O te gustan las mujeres?” (risas). Sabemos que la homosexualidad se constituyó con sus códigos, sus palabras clave para reconocerse, sus ritos de iniciación, sus rituales. La pregunta del monje capuchino me recuerda el “¿entiendes?” en España, por ejemplo.
Probablemente las motivaciones de Francisco están más relacionadas con el hecho de recuperar fieles. Es decir, la Iglesia perdió con sus posturas rígidas –con relación a la familia, los preservativos, las diversidades sexuales– demasiados fieles. En la década del ‘60 hubo un Juan XXIII, hubo sacerdotes del Tercer Mundo, hubo sacerdotes mártires que se volcaron hacia la pobreza y el comunismo y dejaron allí sus vidas víctimas del terrorismo de Estado. Pero también hubo una postura política de la Iglesia de intentar recuperar fieles pobres en América latina, y hubo una alianza con poderes establecidos para ejecutar políticas que impidieran que los pobres se volcaran al marxismo o adoptaran posturas comunistas. Si hasta se llegó a decir desde las altas esferas que había puntos en común con relación a la pobreza y a la justicia social entre el cristianismo o entre las posiciones de la Iglesia y el marxismo. Creo que hoy sucede un fenómeno similar.
Informe: Adrián Melo.
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