DEPORTE
Con nombre importado, alta fricción sobre ruedas y lazos amorosamente endogámicos, el roller derby hace rato que desembarcó en estas tierras. Con el tiempo sus partidos se han convertido en grandes encuentros torteriles. Aquí, algunos roces y colisiones dentro y fuera de la pista.
› Por Paula Jiménez España
Saylor City es el equipo porteño que integrará con cuatro de sus jugadoras la Selección Argentina para el Mundial de Roller Derby que va a jugarse en Texas, en diciembre. Kumbia es una de ellas. Hace tres años que forma parte de Saylor City, tiene 21, una pasión que la desborda cuando habla de patines, y una contextura física que sería un problema para profesionalizarse en algunos deportes. “A las chiquitas, las grandotas las amamos porque saben bloquear refuerte –explica–. Eso de no tener un modelo físico a seguir también te hace sentir más relajada en otros sentidos. Cualquier persona puede, no se requiere ningún requisito físico. En las bases del deporte está el hecho de que no se discrimine de ninguna manera. Pero no sé por qué se da que haya tantas lesbianas, gays y trans. Creo que porque tiene ese tinte underground que da lo amateur.” Dentro de los equipos masculinos de todo el mundo hay una población significativa de gays y chicos trans, así como en los equipos femeninos chicas lesbianas, bi o trans, como es el caso de la jugadora norteamericana Vanesa Sites, o V - diva, que ya viajó dos veces a la Argentina para instruir a las Saylor sobre los secretos del roller derby. “En realidad, todo lo vamos copiando de EE.UU. Al principio jugábamos otro juego porque interpretábamos mal lo que veíamos. Se nos aclaró todo cuando empezamos a contratar gente de EE.UU., jugadoras que nos bajaron a tierra”, cuenta Kumbia, la rubia neomadonnesca de cuyo cuello pende, plateado, en cursiva y orgulloso, su derby name (o apodo deportivo, en criollo). Lo eligió por “Kumbia, nena”, el primer disco de las Kumbia Queer. Y aunque al roller derby se lo asocie al rock, dice, eso es en EE.UU. Lo suyo es más latinoamericano y “más pila”. Además, este es el juego de la variedad de estilos, de gustos, de tipos físicos, dice Capo, otra de las jugadoras (derby name que no eligió ella misma sino que deriva del vocativo con que es llamada por el resto de las jugadoras, admite modestamente). Ambas son compañeras en Saylor City Roller y aunque se jacten de la diversidad que reina en el equipo, el look con que se presentan a la hora de competir parece bastante unificado: estas chicas usan medias de red y se pintan cicatrices en la cara para salir al ruedo. A los costados de la cancha ovalada (que pagan
$ 500 la hora y que financian con fiestas, ferias, rifas y la mar en coche porque las horas de entrenamiento son muchas) un público cervecero, de pelos de colores y de sexualidades varias, ovaciona las corridas donde las jugadoras de un equipo deben bloquear el paso de una jamer contraria que tratará de adelantárseles en la pista. “Cada vez que una jamer pasa una cadera anota un punto. Hay zonas de contacto legal y otras que no”, dice Capo, y no es una metáfora sexual, lo juro.
Un encuentro tortil de grandes dimensiones, puede adivinarse, será el próximo mundial (el segundo en la historia de este deporte), al que concurrirán seguramente chicas tan codiciadas como Bonie Thunders, la jugadora que hace tronar los corazones de las derby girls y que se disputa con Danielle Flowers, su novia, el título de estrella de este deporte creado hace más de 80 años. Como Bonie hay otras que están en el candelero de la seducción sobre ruedas. Es que dentro del roller, como en cualquier otro, destacarse, garpa. “La pasión que despierta este deporte genera cierto compañerismo y comprensión que desemboca en un amor. Muchas veces ha habido acercamientos del tipo ‘talentos’, es otro plus que nosotras podemos ver en las chicas que hacen roller derby. Dos chicas talentosas que se gustan entre sí; mezcla de idolatría y atracción física que a la vez deriva en una relación amorosa”, cuenta Kumbia, de novia, como Bonnie, con otra jugadora de roller. Para ella hay una marcada división entre la persona y la jugadora, y no le importa que cinco minutos antes se hayan peleado como perra y gata, porque cuando ambas se encuentran en la cancha los problemas quedan afuera. Pero claro que no siempre es así y en la historia de Saylor City se han tenido que sortear enredos torteriles que ni Capo ni Kumbia están dispuestas a revelarle a Soy. “Quizás amo compartir la pista con una persona con la que no me tomaría un café ni aunque me paguen”, dice difusamente K.
¿Pero tuviste que compartir la pista con una persona que te quitó a tu novia?
¡Nadie me quitó nada! Creo que todo depende de la sensibilidad de cada cual, depende de cuán asimilado tengas que cualquiera de tus compañeras pueda estar con quien estuvo con vos.
El grado de civilización parece bastante alto entre las derby chicas, dispuestas a todo con tal de preservar la integridad de este equipo que es el segundo en la historia de este deporte en el país. El primero fue la 2x4 un equipo de muñecas bravas de cuya escisión nació la Saylor y con quienes han cortado lazos debido a problemas personales que nunca saldrán de las bocas silentes de Capo y Kumbia. Desde aquellos momentos fundantes, el roller derby ha crecido exponencialmente en la Argentina y hoy hay una gran cantidad de equipos en todo el país que durante el último tiempo se ha presentado ante el comité evaluador que seleccionó sus jugadoras para el Mundial 2014. Y aunque la organización a nivel nacional e internacional es cada vez más sólida y compleja, nadie más que ellas, cada una de ellas, aporta mensualmente una cuota que les ayuda a sostener los altísimos gastos. No importa. Las chicas no escatiman esfuerzos y se rompen el alma trabajando para llevar adelante este espacio que trasciende la satisfacción deportiva. “A veces los hombres homosexuales del fútbol lo tienen que ocultar –dice Capo–. Acá no importa, ni en el roller femenino ni en el masculino. Está generado el espacio para un ambiente de paz.” Y Kumbia agrega: “En un lugar donde una dice me pasa esto y otra dice a mí también, y otra, a mí también, ya deja de ser novedad el tema y todo el mundo se relaja. Nadie se va a sorprender si una chica dice a mí me gusta una chica, por más que sea heterosexual, como ha pasado más de una vez. Hay chicas que tal vez vienen de un entorno heterosexual y ni se lo plantean, pero llegan a un grupo donde vale todo y se abren. Nadie va a decir nada porque es la media, incluso es un espacio que te hace sentir libre para sacarte las represiones que tenías en tu cerebro”.
Kumbia además de ser una de las estrellas de Saylor City es soldada de Regimiento de la Vagina: “Copiamos el modelo de un equipo de los EE.UU. que se llama Vagine Regime y está compuesto de mujeres lesbianas y trans. Es un equipo recreativo y de diversión, y tenemos muchas integrantes. Hubo por ejemplo un torneo hace poco en La Plata y salimos campeonas. En EE.UU. tienen un poquito más de peso porque comparten actividades, nosotras no estamos tan ligadas a un fundamento ideológico”. Las Saylor tampoco. Según Capo, la falta de un espacio propio también produce otra falta, la de compartir aún más intereses comunes, tiempos, actividades. Hasta aquí, como grupo, han participado de la Marcha del Orgullo de 2011 –donde aparecieron lookeadas y en patines–, de las fiestas Jollie y de las Eyeliner. En todos estos lugares han hecho intervenciones para difundir el deporte y reclutar muchachas en sus filas con el fin de reducir los gastos, redistribuir las responsabilidades y de paso multiplicar, digo yo, las posibilidades del amor.
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