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Viernes, 21 de noviembre de 2014

Diario de un fotógrafo en la Marcha

 Por Sebastián Freire

Este año Soy me pide no sólo que saque las mejores fotos de la marcha, sino que además elija las diez que más me gusten y cuente por qué. ¡Primero los niños! Cada vez se ven más familias, niños y niñas acompañando a sus padres, amigos, tutores (1) Si para algo sirven las marchas es para generar generaciones futuras menos temerosas (y menos homofóbicas). Uno aspira a que, con el tiempo, los niños se conviertan en algo así (2) y que, como agradecimiento por la foto, nos acompañen hasta la puerta de nuestra casa.

Habitualmente, en las marchas predomina la juventud (porque las personas que integran el colectivo Gente Grande ya ha cumplido con sus obligaciones cívicas al respecto o porque el calor es demasiado), aunque para las locas marineras (3), se sabe, la edad nunca es un tema. Siempre habrá muchos extranjeros (de paso o radicados en Buenos Aires), como esta pareja brasileña (4) que, entrada la noche, seguía sambando.

Digan lo que digan las consignas de cada año, la mayoría de los participantes (5) aprovecha la ocasión para montarse... y para vender cerveza (6), cuyo precio crece exponencialmente a medida que pasan las horas. Las lesbocosplay (7) se paseaban por Avenida de Mayo como si estuvieran en el Jardín Japonés.

La marcha es sobre todo un asunto de semblante, como gritan algunos extraordinarios maquillajes (8 y 9) que parecen querer decir que la monstruosidad de la que nos enorgullecemos puede ser exterior o interior. Los asuntos sexuales son complejos, y muy probablemente sean una vocación, un llamado. Equivalente al llamado de la tierra (10), lo que se dice: puto y argentino.

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