Vie 28.11.2014
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ENTREVISTA

Contacto en España

Beatriz Gimeno fue presidenta de la Federación Española LGTB en el período en que allá se aprobaba el matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género, pero desde hace muchos años dedica su tiempo al activismo social, al feminista, a la lucha de la diversidad sexual y los derechos de las personas con discapacidad. SOY le preguntó cómo van las cosas allá para entender mejor cómo van acá.

› Por Gustavo Pecoraro

Atea y militante por el laicismo, Gimeno es filóloga bíblica, por lo que sabe muy bien cómo leer la letra chica de la Iglesia católica. Hoy integra el Círculo Podemos Feminista dentro de Podemos, la agrupación sorpresa de las últimas elecciones que las encuestas sitúan como primer partido en intención de voto por arriba del PSOE y del Partido Popular. Desde allí trabaja para fortalecer a las feministas en espacios de poder. En sus palabras, Podemos es “una ilusión colectiva de cambio que va a resultar imparable, la posibilidad de una izquierda europea que se enfrente al neoliberalismo”.

¿Qué falta todavía en España?

—Nada más y nada menos que terminar con la lgtbfobia. España es el país menos homófobo del mundo según las encuestas. Eso quiere decir que lo hemos hecho bien. Pero los y las adolescentes LGTB lo pasan mal en la escuela. Parece que los adultos hemos conseguido vivir libres de la lgtbfobia, pero hay que explicar que antes de un adulto LGTB hubo un niño o niña LGTB.

¿Qué te pareció la reunión del colectivo Lgbti con los nuevos reyes de España? ¿Era necesaria?

—Desde luego que sí. La Felgtb ha luchado porque se nos reconociera como un movimiento político y social importante. Si los reyes —que es la Jefatura del Estado— hacen una recepción invitando a todas las asociaciones de la vida civil e invitan a la Felgtb eso es un éxito. El rey es el jefe del Estado. Se puede querer un cambio en eso, pero al igual que si nos recibe el presidente Rajoy, que también quiero que se vaya, iría.

“Las lesbianas no somos mujeres”, dijo Monique Wittig. ¿Qué dice Beatriz Gimeno?

—Entiendo perfectamente el sentido en el que Wittig lo dice. Somos mujeres porque nos definimos en relación con los hombres. Si no nos casamos con hombres, ni nos relacionamos sexualmente, ni dependemos económicamente de ellos, en ese sentido no somos mujeres. Pero sí que lo somos en otros muchos aspectos. Nos pagan como a mujeres (es decir, menos). Nos acosan en el trabajo o en la calle como a mujeres. Nos ven en los partidos políticos como a mujeres, etc. Nos discriminan, acosan, violan o matan porque somos mujeres.

En Argentina aún estamos luchando por debatir la ley del aborto y en España ha dimitido un ministro por intentar endurecer la ley vigente. ¿Cuánto se le debe a la lucha del feminismo y los movimientos sociales?

—Mucho. Lo del aborto fue terrible. Fue terrible darnos cuenta de que podíamos vivir un retroceso de 40 años, pero hay que reconocer que esta posibilidad ha unido al movimiento feminista y lo ha activado como no hacía tiempo. Hemos visto un resurgir enorme de un movimiento que quizá se había acomodado e institucionalizado. Y también ha servido para que las jóvenes que se sentían quizás un poco fuera, se dieran cuenta de que el peligro de un retroceso siempre está ahí.

También estamos en un profundo debate sobre el reconocimiento del trabajo sexual, has escrito mucho sobre el tema en España, ¿cómo ves ese debate?

—Sigue profundamente dividido, como siempre. Sin embargo ya hay suficientes experiencias regulatorias puestas en práctica como para saber que la regulación no arregla ninguno de los problemas que se supone que busca arreglar, lo único que hace es crear dos sectores, uno regulado y otro desregulado y mucho más vulnerable que antes. En general, regulación es regulación de la explotación. Se regula para los empresarios, no para las mujeres que ejercen la prostitución. La mayoría lo que en realidad quiere es ganar el máximo dinero posible en el menor tiempo posible y dedicarse a otra cosa. Es posible que nunca lo consigan, pero esa es su intención. Tampoco quieren que en su cartilla de la Seguridad Social (lo que en Argentina sería un contrato ante la Anses) figure su trabajo de prostitutas porque eso las estigmatiza para conseguir otros trabajos. Muchas veces se confunde regulación con políticas públicas. Se pueden hacer políticas públicas que recojan sus demandas más importantes sin necesidad de regular; que además, desde el punto de vista feminista sería un desastre. Supone la legitimación de una determinada construcción de la masculinidad que las feministas y los hombres feministas también, queremos cambiar.

Muchos sectores del abolicionismo se encuentran dentro del feminismo y el colectivo Lgbti, ¿qué imposibilita que se vea al trabajo sexual como un derecho?

—Yo tampoco lo veo como un derecho, aunque no se me ocurriría prohibirlo. También creo que una persona tiene derecho a hacer lo que pueda para sobrevivir, pero no estoy de acuerdo en verlo como un derecho porque eso invisibiliza la enorme construcción ideológica que se oculta detrás. La prostitución es una consecuencia del patriarcado, del binarismo sexual, de la idea de que los hombres tienen una sexualidad diferente de las mujeres y de que su sexualidad es una necesidad “natural”. Si es una necesidad natural es un derecho. Por tanto lo que subyace detrás del supuesto derecho a prostituirse es la idea de que los hombres tienen derecho a tener a un contingente de mujeres a su disposición.

En tu libro La construcción de la lesbiana perversa trabajabas cómo mediante el uso de la violencia simbólica se mantiene la hegemonía del régimen de la heteronormatividad, ¿cómo se aplicaría a los prejuicios que hay sobre el taxi boy y también sobre la travesti como prostituta?

—Son cuestiones muy complejas que es difícil responder brevemente. A ver si lo consigo. La prostitución en varones no tiene nada que ver con la prostitución de las mujeres. Ahí si podríamos llamarlo trabajo sexual, no es una institución como la otra. No le es funcional al patriarcado y por esa razón sólo les es útil individualmente al cliente y al puto, que cobra. La práctica de la prostitución por parte de un varón no estigmatiza a todos los varones que vayan por la calle a unas horas, ni que vistan igual, ni que actúen igual. En la relación puto-cliente se da la situación inversa que en la relación puta-cliente. Es decir, quien tiene el poder (en caso de tener poder que no ocurre siempre) lo tiene el puto, que suele ser joven, frente al cliente que a veces es mayor. El puto muchas veces es heterosexual y desprecia a los homosexuales. Si alguien corre peligro en esa relación es el cliente. Los prostitutos nunca son completamente cosificados (porque no se puede cosificar completamente a un hombre; no al menos como a una mujer). No son objeto de trata, ni son secuestrados, vendidos o encerrados en burdeles de los que no puedan salir. En personas trans, la cosa se complica y aparecen nuevos factores. Las mujeres trans, que son las que se dedican a la prostitución, tampoco son objeto de trata ni tráfico, no suelen tener proxenetas. Pienso que las mujeres trans a pesar de que su nivel de vulnerabilidad es muy alto debido a la transfobia, tienen sin embargo una cierta ventaja personal debido a su socialización masculina. Esa cierta ventaja la pierden debido a la enorme transfobia que sufren y que las hace víctimas de la misma; a veces sufren violencia extrema.

Compañeras travestis que han trabajado en la prostitución nos cuentan que existe un tráfico de trans y travestis hacia países de Europa y EE.UU. que generan un 70 por ciento de prostitutas procedentes de Latinoamérica, Asia, Africa y Europa del Este. Con su carácter de indocumentadas quedan a merced de redes que les ofrecen dinero para sus viajes pasando esos préstamos a operar como extorsión.

—Bien, soy especialista en prostitución femenina, no trans que creo que sí tiene algunas características especiales, así que seguro, la respuesta anterior no es del todo válida. Es cierto que ha habido algunos casos de tráfico y no sé si tanto de trata. Creo que el tráfico son redes, más o menos explotadoras, de inmigración que cuentan con la voluntad de la persona que quiere migrar. Pienso que las personas trans (y esto es una generalización) conservan, como es normal, restos de su socialización masculina aunque sean mujeres. Pero han sido educadas como niños, como jóvenes y en algunos momentos de su vida han vivido como hombres. En mi opinión, y lo he hablado con amigas trans, hay ciertos rasgos de su carácter que las hacen diferentes (y vuelvo a generalizar, con todos los riesgos que eso conlleva). Ojo que no estoy hablando de características femeninas ni masculinas esenciales ni naturales, ni biológicas. Estoy hablando de rasgos de socialización en sociedades patriarcales y muy segregadoras en la educación por sexos. Tampoco estoy siquiera insinuando que las trans no sean mujeres completas ni nada parecido. Quizá, sólo quizá, esos rasgos de socialización las hagan ser más independientes y autónomas en algunos aspectos a la hora de entrar en esta institución (o eso me han contado algunas amigas trans que se dedican a la prostitución y con las que he hablado de este tema). Sin duda cuenta también que ellas, como he dicho, por lo general no tenían hasta hace poco muchas más salidas (ahora, afortunadamente, empiezan a tener más opciones). Digamos que la prostitución es una institución, no es sólo una práctica, como se la suele considerar. Es una práctica (hombres, mujeres, mujeres trans) pero es también una institución patriarcal y ahí es dónde sólo entran las mujeres cis. Las mujeres trans sufren explotación que se debe en gran parte a la terrible transfobia que padecen, que parece borrarlo todo. La transfobia que sufren es tan grande que puede llegar a borrar otros estigmas. Yo no sé cuál es el lugar de las mujeres trans en el sistema patriarcal y qué estigma de todos los que sufren es más potente o incapacitante.

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