Los animales peligrosos de Juan Cortázar Velarde son el amor, el deseo, los “pequeños vicios” y las palabras: de hecho así, “Las palabras”, se llama el primero de los nueve cuentos de éste, el segundo libro del autor peruano nacido en 1964. Las palabras son peligrosas acá a la manera de Austin, decir algo puede ser un acto, la construcción de una máscara, de cadenas o cadenas rotas, las palabras se erigen en el lugar del deseo o lo enuncian como quien abre la compuerta de un dique. ¿Qué pasa en la vida de un varón casado de 40 años cuando puede decir “me gustan los hombres”? Cuando no son las palabras, son los signos: un anillo en una mano es un manifiesto en la oficina de otro varón, uno que ha hecho de su homosexualidad ese tipo de fenómeno que todos saben y nadie comenta. Las palabras, que también enmudecen cuando un señor salta la puerta del subte siguiendo su deseo. O que se vuelven consuelo cuando renuncia a la inmediatez de un deseo en pos de otro. O deseo en sí mismo, las palabras pueden ser en estos cuentos también eso que se ansía: el propio nombre, el elegido, en el caso de un chico trans. Incluso en el único cuento que no gira alrededor de la cuestión LGTB, las palabras, unas palabras dichas en el juicio por la desaparición de un simpatizante de Sendero Luminoso, serán el tema de la obsesión de una madre.

Animales peligrosos es un libro de relatos que giran en torno de las palabras y la homosexualidad, incluida esa que ya conocen pocos, la del closet. Lo disimulado, lo no dicho, lo dicho y lo escuchado, el puente con el otro que se abre y también cae; éstos son textos que construyen vínculos para contar su ruptura, los discursos de, como afirma Eduardo Muslip en la contratapa, subjetividades en crisis, que se debaten entre la aceptación de una vida que los aprieta y las ganas de ir hacia otra parte, de sacudirse de encima todo lo que aprisiona y de fugarse hacia un porvenir que empieza afirmando la propia singularidad.