Viernes, 28 de noviembre de 2014 | Hoy
SALIÓ
Nadie escapa a su biografía, de Diego Kehrig, es un libro que respira con el aire de Manuel Puig, Jean Genet, Elizabeth Taylor y muchos otros fantasmas sagrados.
Por Kado Kostzer
A pesar de haber sido presentado como una recopilación de textos teatrales, Nadie escapa a su biografía va más allá de lo meramente teatral. Con frecuencia el lector no hallará el nombre del personaje en mayúsculas, los dos puntos, quizás luego la acotación escénica seguida por el correspondiente diálogo. Su autor utiliza una idea más dinámica y libre rompiendo cadenas con las convenciones que imponen los textos de teatro impresos. La muerte no se parece a nadie (Fábula peronista a partir de Las criadas de Jean Genet); Negro corazón (Comedia estrafalaria a nueve pisos de altura); Perros golpean teléfonos (Verba travesti) y Nadie escapa a Elizabeth Taylor (Manual de supervivencia), son los cuatro expresivos títulos –y aclaraciones de los mismos– que invitan a ser leídos también como amena prosa.
En sus gustos Kehrig es ecléctico y sus fuentes de inspiración tanto o más. En bibliografía bien asumida conviven –en textos plenos de humor con agudas observaciones que rozan la tierna y la cruel parodia– los mundos del maldito Genet, Manuel Puig, Copi, Pizarnik, Perón, Mishima... Tampoco faltan iconos gay como Elizabeth Taylor, en la más feliz de las piezas, o Evita, sin dejar de lado el espectro de Niní Marshall, que revolotea en personajes de gracia muy actual y, sin embargo, fieles al inequívoco y perdurable modelo.
Reciclador inteligente –de materiales nobles y no tanto– la tarea de Kehrig en el campo ¿del teatro? ¿de la literatura? consiste un poco a la manera de lo que Antonio Berni hiciera en la plástica: estructura sus obras como patchworks. Es como una abuelita que va cosiendo retacitos coloridos –de gran valor estético en su individualidad– para integrarlos a un todo donde no solo armonizan, sino que conjugan. El resultado es una manta mágica que cobija, calienta, alegra... aunque también inquieta (¿temor a la asfixia?). Detrás de la ancianita paciente con aguja y dedal –del sentido figurado– hay un cuarentón emprendedor, de mirada nada inocente, además de rotunda presencia física.
Si pensamos en términos de escenario, de un hecho teatral propiamente dicho –que puede ocurrir o no, poco importa– cada uno de los cuatro textos es disparador de conceptos visuales tan potentes como ilimitados y a la vez urgidos de un tratamiento profundo para no dañar su ligereza. También de un tratamiento ligero para no herirlos en su espesor de tintes surrealistas la mayor de las veces.
En el postfacio que acompaña la edición, el autor advierte: “Hasta hoy, lo que podría llamarse ‘mi escritura’ no estaba destinada a ser leída, sino a ser respirada. Como si me hubiese tocado ser un ingeniero que construye autopistas, para que luego lleguen los actores, y sean los autitos. Así que esta publicación me obligó a expandir registro, y transitar nuevos carriles de comunicación. Pero no todos fueron atolladeros. Llegué a la ruta con las alforjas bien provistas, conté con un bagaje oportunísimo: una empedernida vocación por el extravío”.
La dramaturgia de Nadie escapa a su biografía es descaradamente contemporánea. Diego Kehrig, dotado de instinto de esponja, sabe absorber los clichés, modismos y ¡taras! sociales para –en precisas piruetas– darlos vuelta y mostrarnos otra textura, otro dibujo, otro color... Su teatro (a pesar de lo antipático de los sellos) es ¡costumbrista!. Su visión nunca es solemne, siempre jocosa. Nunca es censora, siempre burlona, con alguna dosis de oportuno y eficaz vitriolo.
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