Viernes, 5 de diciembre de 2014 | Hoy
MI MUNDO
El cantante Adam Lambert reabrió la discusión sobre el aprovechamiento, abusivo por momentos, que la industria del entretenimiento impone sobre el público gay. Cantantes y personajes de series populares transitan un presente de altísima exposición y de coqueteos livianos, frases ambiguas y fotos de gran octanaje. El debate abierto se abre todavía más con esta nota.
Por Ignacio D’Amore
Cincuenta mil fans conjuraban hace cuatro años un maremoto en el estadio River con cada pose rockera de los Jonas Brothers. El trío de hermanos de Nueva Jersey, superestrellas confeccionadas en Disney Channel y convertidos en uno de los grupos de mayor éxito comercial de la década pasada, desplegaba sus encantos ante un público de mayoría de chicas adolescentes. Se apoyaban en las fórmulas clásicas: canciones recordables, intérpretes atractivos, show hormonado. No menos esencial en el éxito del producto –ni menos gastada– era la idea de que los hermanos cuidarían su virginidad hasta el matrimonio, algo que en el idioma del marketing pop tiene un valor exponencial tanto para las fans como para madres y padres (que son quienes pagan discos y tickets). Es un recurso que, con todas las diferencias evidentes, Britney Spears había perfeccionado una década antes pero que, en el caso de los Jonas, sumaba un componente clave: su padre es pastor evangélico. De hecho, tanto prometían cuidar su himen de hombres que llegaron a lucir un purity ring (“anillo de castidad”), un estilo de alianza labrada popular en Estados Unidos de significado autoevidente.
Ahora bien, los hermanos han incursionado en carreras individuales y uno de ellos, de nombre Nick, hizo colapsar las redes durante los últimos dos meses debido a sus apariciones televisivas y sesiones fotográficas, todas ellas con el fin de publicitar la salida de un disco solista. Esas apariciones incluyeron un juego en que se le mostraban fotos de bultos de famosos y él debía imaginar de quién se trataba, y de las sesiones de fotos, que más que encontrarlas descriptas o loadas aquí conviene googlearlas, basta con decir que en su mayoría muestran a Nick con físico cincelado en crossfit y mirada incitante de pichón de toro. Cada nueva tapa suya en cueros ocasiona un salto en la cantidad de visitantes de sites de noticias del espectáculo orientados a la comunidad gay, como Towleroad o Buzzfeed.
Otro astro del pop que agitó recientemente los foros y sitios especializados es Harry Styles, el One Direction de cabellera desordenada y mirar picarón. En una entrevista dada con motivo de la salida de un nuevo libro del quinteto británico, una pregunta vía Twitter disparó una ambigua respuesta por parte de Styles, quien afirmó que no le parecía “tan importante” que sus amantes fuesen mujeres, incomodando visiblemente a uno de sus coequipers, que estaba sentado a su lado. En el tono de su réplica se traslucía cierto matiz de humor, es cierto, aunque por otra parte parece poco probable que una frase de ese tono haya atravesado sin intenciones de provocar su sonrisa de chico travieso. Unos días después, mientras promocionaba el flamante disco de su grupo, Styles le dijo a otro de sus colegas que “no descarte estar con un hombre hasta haber hecho la prueba”, esta vez sí en tono de broma. Pero ya sabemos que las bromas, muchas veces, hablan de lo que se desea.
Estos flirteos descafeinados cuyos –aparentemente– únicos fines son los de generar titulares y ventas se agrupan en una táctica de prensa denominada queerbaiting, algo así como un señuelo queer, una serie de detalles e informaciones que apenas salpican una trama de contexto heterosexual y que surgen como pizcas de mariconería entrometida y solapada. El término nace cuando algunxs seguidorxs de la serie de ciencia ficción Supernatural, muy al tanto de la naturaleza incierta de la relación existente entre dos de sus protagonistas, decidieron ponerle nombre a la manipulación nada inocente que los guionistas y productores del programa repetían una y otra vez al sugerir que la amistad/romance, posiblemente, quizá, terminaría por confirmarse. Es una suerte de coitus interruptus: se le promete a la audiencia (o más bien, parece prometérsele) una concreción siempre dilatada que luego nunca termina por materializarse. Un ejemplo de queerbaiting llevado a buen puerto, y que proviene de un momento en que los debates online al respecto apenas comenzaban, es el de la recordada serie Xena, cuya protagonista guerrera mantenía con su compañera de ruta Gabrielle un ida y vuelta permanente de miradas y frases, hasta que el cierre de la segunda temporada las encontraba besándose para salvar la vida de la protagonista.
En probable referencia a los casos de Styles y Jonas, el cantante norteamericano Adam Lambert, surgido del reality American Idol y abiertamente gay, reavivó el debate en torno de este tipo de comportamientos, declaraciones y tácticas publicitarias al preguntar desde su twitter: “¿Alguien encuentra interesante cómo los ídolos pop masculinos se están acercando a la audiencia gay últimamente? ¿Deberíamos sentirnos halagados? ¿Progreso o estrategia?”. Frente a la polémica que se disparó, Lambert se vio obligado a aclarar que en realidad él preferiría escuchar la música de esos ídolos (a los que evita nombrar), y no declaraciones en las que coqueteen con la idea de ser homo o bisexuales. La alusión a Styles y Jonas es clara.
Más allá de las intenciones de Lambert, hay que mencionar un par de asuntos que él pasa por alto y que podría haber considerado antes de tipear esos tuits. El primero, que es que una estrella pop no se constituye sólo a partir de sus canciones o su música, sino que son justamente su imagen, su vida personal y afectiva, los momentos cumbre y los pesadillescos que atraviesa, los componentes que dan sentido real a esa música que él tanto reclama escuchar. El segundo, que él mismo armó su personaje público en el show que lo llevó a la fama jugando con cierta ambigüedad evidente en el maquillaje y el repertorio de canciones que le tocaba interpretar, sumados al silencio reinante en torno de su vida personal, una ambigüedad que debió transformar en salida del closet cuando, promediando la temporada, se conocieron imágenes suyas besando a otro hombre y varios medios reaccionarios se ocuparon de divulgar con el objetivo de hacerle perder votos de la Norteamérica más conserva. En todo caso, más productivo sería plantear por qué sigue siendo indispensable discutir estos asuntos en los que marketing y mensaje no pueden ni deben analizarse por separado o fuera del entramado en que existen, o por qué todavía es difícil imaginar a una estrella de la música pop, o a un personaje principal de una serie de culto, traduciendo en hechos aquello que, quizá, le atraviese el cuerpo.
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