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Viernes, 5 de diciembre de 2014

A LA VISTA

AUTOAYUDA contra LA TRANSFOBIA

¿Usted quiere ser una buena persona, respetar los derechos de lxs otrxs y hacerlos respetar, pero se sorprende diciendo atrocidades o quedándose mudo ante comentarios retrógrados? ¿O los dice sin darse cuenta de que lo dice? Aquí van algunas pistas

 Por Lohana Berkins

Es una opción de vida. Si quieren ser eso, que asuman las consecuencias, como todos lo hacemos con nuestras elecciones.

El tema de la elección ha sido siempre un clásico para justificar violencias contra nosotras. Pero no fantaseemos tanto, no es que un buen día unx se tira en un mullido sillón y piensa “estoy aburridx... me hago travesti”. Sí, es verdad que hay un momento de quiebre a partir de que nos hacemos cargo de lo que nos está pasando y cada unx lo atraviesa con las singularidades del caso. Pero eso es muy distinto de una elección. Me pregunto qué es toda la violencia escrita en letra chica, de ese “que se la banquen” si eligieron. Cada unx construye su identidad y su sexualidad como puede, con las herramientas que tiene, pero también la homosexualidad, el lesbianismo y la transexualidad son cosas que a unx “le van pasando”. Ahora bien: ¿quiénes son los que podrían aproximarse a algo así como una elección de la identidad sexual? Probablemente nadie. El destino de toda persona se empieza a planear incluso antes de nacer (las ecografías lo han posibilitado), designando de qué color se va a vestir, etcétera. No es unx quien elige en esos sentidos sino la sociedad, y desde una mirada patriarcal, androcéntrica, heteronormal. Si hablamos de consecuencias de las elecciones, viene bien el ejemplo del Bambino Veira. Fue condenado por violar a quien en ese entonces era un niño. Pero hoy sigue trabajando en televisión, es exitoso, se le festejan todos sus chistes, incluso los alusivos al tema. La víctima no corrió la misma suerte. Habría que revisar de dónde se tolera que provenga la violencia. Me pregunto cómo habrá sido la vida de esa chica, viendo cómo los mismos medios que a ella la condenaban, adulaban a su violador . En general, al condenar a las víctimas siempre se usan argumentos similares: “Porque les gusta”, “porque se lo buscan”. Y en última instancia: ¿y qué si eligiéramos?

Hay otros problemas que solucionar antes. Además, ¿no dicen que son pocas? Hay muchos más niños en la calle, por ejemplo.

Esa frase juega con la idea de prioridad, pero sobre todo con la de mayoría y minoría. La mayoría como la que tiene y la minoría como aquel grupo al que se le concede. La mayoría hace su demostración de fuerza y poder sobre la minoría, cuando en verdad se supone que los derechos deberían ser universales, para todos y todas, sin restricciones. Yo me pregunto quiénes son los que deciden quién ingresa a la mayoría y cuáles son las condiciones para que te den ese carnet, quién determina lo que es pertenecer. ¿Querré yo pertenecer a una mayoría? Si mayoría son los que violentan, los que hacen la guerra, los que violan, como Susy Shock, me quedo con mi derecho a ser un monstruo.

No tengo problemas con gays y lesbianas. Pero la verdad es que esto es demasiado para mí.

La primera oración suena como “tengo un amigo negro/boliviano/judío”. Es como si yo dijera que no tengo problema con todxs los heterosexuales que me rodean. Y eso que estoy rodeada. Y aclarar que hay algo que “es demasiado” es casi como poner un límite al deseo: no vengan a mi huerta, no vaya a ser que me guste. Frases así se escuchan, pero nunca se especifica cuál sería esa peligrosidad real que representamos nosotras. ¿Será que esa otredad viene a mostrarnos algo tan temido porque es lo que realmente deseamos ser? ¿Ese otro vendrá a desmoronanos la quinta? Señor/señora, relájese, no es contagioso.

No consiguen trabajo porque se pintan como una puerta y van siempre vestidas como prostitutas.

Incluso el feminismo en su resistencia a la aparición de las nuevas sujetas que éramos nosotras usaba este recurso, el de descalificarnos por nuestra confección cosmética y performática, por hiperfemeninas, por hipersexualizadas. Son concepciones con un carácter muchas veces tan racista como cuando se dice que “los negros siempre están calientes”. Una de las maneras de obturar el debate es quedarse sólo en la crítica de la cuestión performativa, ya que así no se habilita un diálogo que permita conocer e indagar qué es, qué piensa, qué siente esa otredad que me confunde y aterra. Además, seamos sinceros: por más que vayamos vestidas como una dama antigua, usted tampoco nos daría trabajo.

Florencia de la V o Lizy Tagliani deberían servir de ejemplo de que se puede hacer algo distinto, que la opción no tiene que ser siempre prostituirse. En todo caso habría que darles trabajo y no subsidios.

La imagen de víctima que durante años ha predominado, y todavía lo hace, es la de la víctima altruista, heroica, muy de la épica norteamericana, la del cartonero que logra superar las dificultades y se recibe de abogado, el chico que pierde una pierna y después de muchas luchas gana un maratón. Para ser víctima respetable tenés que demostrar no sólo que sos buena, sino que sos hiperbuena, no sólo eficiente, sino hipereficiente. Lo que en general se suele escuchar de nosotras como halago es: “Tiene un humor...”. El humor como el lado más simpático de la monstruosidad. Cuando en verdad en nosotras el humor es una forma de resistencia frente a la violencia diaria. Parece que no se logra ver que todas quisiéramos gozar de mejores condiciones de vida. Es muy difícil que se posibilite el “ascenso” si no se dan las condiciones materiales. La víctima respetable es la trava que pudo sobreponerse a las peores condiciones y hoy es otra cosa. La idea de que se sale del sufrimiento por voluntad permite a la sociedad lavarse las manos.

¿Por qué se lo dan a ellas y no a los peones rurales? Al final esto terminará generando tensión entre los pobres.

En general sucede que cuando el Estado se empieza a hacer cargo de los derechos humanos, de demandas históricas de sectores vulnerables, se empieza a construir una puja entre víctimas buenas y malas, a quién le corresponde el subsidio y a quién no, surgen nuevas demandas de sectores postergados. Y surge la creencia de que por darles derechos a unos, se irá en detrimento del derecho de otro. Son en general las clases altas las que ponen el grito en el cielo frente a la palabra subsidio, pero nada dicen mientras pueden mantener en condiciones laborales desastrosas a sus empleadas domésticas y a sus peones. ¿Por qué el peón tendría más derecho a comer que la travesti? ¿Porque el peón reproduce la fuerza de trabajo barata? Pero, además, ¿qué los hará pensar que en el campo no hay gays, lesbianas y travestis?

¿Por qué se le debe pagar a una persona que elige la prostitución? Todos “ponemos el cuerpo en el trabajo”. Si es así, las prostitutas “comunes” deben recibir también un subsidio

Las prostitutas “comunes” en verdad vendríamos a ser las callejeras, la travas, las que se representan mascando chicle y con el pelo mal teñido, y las prostitutas “especiales” son las que atienden a altos funcionarios y hombres de campo en hoteles cinco estrellas: quédense tranquilos, a ellas los subsidios se los pagan los señores feudales, con altos honorarios. En todo caso, la Argentina es abolicionista, así que los “subsidios” para las prostitutas son el dinero que se invierte en campañas para desalentar el consumo de prostitución. Otra cosa: ¿nos sentamos a definir qué significa elegir?

La solución a las desigualdades no es crear nuevos “privilegios” sino garantizar una vida digna para todos sin excepción.

Jamás un derecho puede ser confundido con un privilegio. En este caso estamos hablando de darles derechos a quienes nunca los tuvieron. Junto con la Ley de Identidad de Género, éstos van a ser unos de los todavía incipientes derechos obtenidos. Privilegio sería, por ejemplo, que Flor de la V pidiera el subsidio. Privilegios son en todo caso los que tienen todos los que viven dentro la heteronormatividad, el privilegio de quedar del lado de adentro. Hace diez años, nuestras demandas principales eran que no nos mataran, ni nos metieran presas; hoy estamos peleando reparaciones (como las que se proponen el proyecto de ley presentado recientemente por la diputada Diana Conti). Sin dudas, las cosas han cambiado. La reparación es la excusa, lo que en verdad se discute es profundizar un modelo. En vez de debatir formas de avanzar, cuestionan la validez misma de otorgarles derechos a las poblaciones postergadas. Discutir, como ahora estamos haciendo, la calidad de un derecho debe asustar a quienes sienten amenazados sus propios privilegios con el avance de quienes estamos en los márgenes. Por eso se banaliza el tema: hoy hay un piso que amenaza.

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