Viernes, 16 de enero de 2015 | Hoy
BDSM ILUSTRADO
Por Pablo Pérez
Después de calentarse por meses mirando porno leather y espiando perfiles en Recon desde el anonimato, Andy se decidió a poner fotos propias y buscar un Master. “Soy nuevo en esto, me gustaría aprender a ser un buen esclavo”, escribió. Era un lindo novato de 26 años, iba al gym y en las fotos se notaba; la bienvenida no se hizo esperar. En un par de horas recibió más de diez “ligues”. Se entusiasmó porque le había gustado a un Leather Master de Amsterdam, a uno de París, a otro de Sydney, los tres vestidos de cuero de pies a cabeza, lástima que demasiado lejos. Desde la Argentina, como suele ocurrir cuando aparece una cara nueva, también recibió algunos “ligues”. Hasta que el acorde que suena como las cuerdas de una guitarra lo ilusionó, anunciaba un mensaje. Resultó ser de un esclavo pidiéndole que si encontraba un Master, le avisara y le pasara el dato, que él también andaba buscando uno. “¡Cuánta sequía debe haber por acá!”, pensó, hasta que un nuevo acorde de la guitarrita lo sacó de su pesimismo. Dionisio, un Leather Master experimentado, quería conocerlo. En la foto de perfil estaba con máscara y arnés de cuero, tenía buenos pectorales. Le dio cita en una esquina de Caballito y ahí nomás, de parado, fue el interrogatorio, no muy exhaustivo, lo suficiente como para que Dionisio supiera hasta dónde podía llegar esa noche y para que Andy pudiera escuchar la voz gangosa y finita de su primer Leather Master. “Será como uno de esos locos sádicos de las películas”, pensó, y enseguida encontró el parecido, tenía un aire al protagonista de El ciempiés humano 2: ojos verdes saltones, semicalvo, gordito y con andar de pato. Por lo menos Dionisio hablaba y, lo que era más importante, sabía de lo que hablaba. No era el macho leather con el que soñaba, pero ya que se había animado, decidió seguir adelante y vivir la experiencia.
Llegaron al acuerdo de que Andy se dejaría atar; por esta vez no habría golpes. Andy siguió a su Master y se sorprendió al encontrarse en un taller de costura donde contó seis máquinas de coser. Al llegar a una oficina en el fondo, el Master le ordenó que se desvistiera y lo esperara ahí; volvió vestido con un jockstrap, arnés y máscara de cuero, se veía mucho mejor. Andy sintió miedo de que lo atravesara con agujas; habían acordado sin golpes, pero nada más. La sensación de peligro lo excitó. Dionisio desplegó un mueble empotrado en la pared y Andy se encontró de pronto, como por arte de magia, rodeado de ganchos y espejos, atado de pies y manos en el piso, boca arriba. El Master encendió la radio, sonaba una canción de Valeria Lynch, y mientras entonaba “despacito, suavemente...”, buscó una maquinita y espuma de afeitar. Empezó por los huevos. Andy pensó que la música no era la más adecuada; sin embargo, surtió efecto, su miedo era cada vez más real, temía que Dionisio fuera un psicópata real. La tuvo parada todo el tiempo, el tiempo que el experimentado Master tardó en afeitarle todo el cuerpo, de adelante y de atrás.
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