Vie 17.10.2008
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Un oscuro desliz

› Por Valeria Cini

Sucedió hace prácticamente dos años, en vísperas de mi cumpleaños. En ese momento me encontraba viviendo en París, haciendo música en diversos bares y espacios. Conocí mucha gente y muchos quartiers. Menilmontant, como la canción de Charles Trenet, es uno de los que se me llenó de recuerdos. Allí se ubicaba el bar Aux Copains, algo así como “Los compadres”, donde toqué varias veces; su dueño, Momo, era originario de Turquía, y la mayoría de su clientela de origen africano o de Medio Oriente, una divina mezcla muy común en París y súper exótica para los argentinos.

Olivia, una chica francesa a la que conocí en otro bar, Chez Adel, lugar donde también solía tocar por las tardes, hacía su despedida en Aux Copains esa misma noche. Partía de viaje a Buenos Aires. ¿Oh casualidad? De ningún modo... pero la historia con Olivia merece un aparte en otra ocasión.

El bar estaba repleto: amigos míos, de Olivia, y más. En un momento noto que una mujer de piel re negrísima y blusa de muchos colores se me acerca hablando casi a los gritos, diciendo algo de mí a quienes la acompañaban, entre ellos su primo Serge. Cuando finalmente comprendí qué era lo que decía en su francés ebrio y acalorado, descifré que estaba encantada, y que no se separaría de mí en toda la noche. Me causó mucha gracia, y a los que estaban a mi alrededor también, sobre todo porque lo habían comprendido mucho antes que yo. Ella no me atrajo en lo más mínimo, tal vez su ebriedad o su extrema extroversión, pero no fue igual con Serge. Bebimos, fumamos y charlamos, me contó que era de Costa de Marfil. Brindamos varias veces por mi cumpleaños y decidimos irnos. Caminamos pasando la estación de metro de Menilmontant, en dirección al Marché de Belleville. Su piel me sorprendió del mismo modo que lo hicieron nuestros primeros besos, suave y delicada, sus labios gruesos, esponjosos, besaban sin apuro, recorriendo, dejándose saborear. Llegamos a su casa, puso discos, me mostró la ropa que diseñaba y enseguida continuamos besándonos, estaba agotada del francés y de hablarlo, lo único que deseaba era más de aquellos besos y conocer su cuerpo desnudo. Nos quitamos la ropa de a poco, su cuerpo fibroso y suave en la semioscuridad, su color, su sexo bello y duro, así con condón obligée cogimos entrando al amanecer del aniversario de mi nacimiento. Recordarlo me excita, mi piel tan blanca en contraste con la suya, su culo firme, sus increíbles labios...

Me dormí en su hombro, me despertó con café y la pija dura otra vez. Yo tenía que salir corriendo, me esperaba la Tía Betty para hacer las compras del festejo nocturno.

Me duché y nos despedimos. Corrí al metro de Belleville, las piernas aún me temblaban.

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