Vie 20.03.2015
soy

BELLEZA EN FLOR

Los retratos de Nacho Miyashiro, reunidos en la muestra Magnolias, están muy lejos de lo prostibulario y lo farandulesco. Doce imágenes de mujeres trans con una anacrónica y teatral belleza en primer plano.

› Por Gabriela Cabezón Cámara

El escenario es señorial; los colores, saturados y a la vez contenidos en una paleta concisa: negro, marrón, bordeaux, verde, blanco. Blanco porque en esta fotografía lo que brilla es blanco en el centro de la foto, un centro corrido que organiza las líneas que parecen confluir en las manos, el codo, los hombros, la cara de la retratada. Blancos brillan los guantes inmersos en la luz, igual que el pelo, los ojos, los pómulos, los labios, los anteojos, las diagonales de la mesa-atril de lectura. La foto es hermosa y así se la ve a Marlene Wayar, poniéndole el cuerpo a la Biblioteca Nacional con un brillo tranquilo. Le explicó al artista, el fotógrafo Nacho Miyashiro, qué significa su presencia en la sala de tesoros, la de los libros reliquia: “Aquí, en la Biblioteca Nacional de la República Argentina, una travesti en busca del registro de lo propio que no está. De guantes quirúrgicos y ya cansada de hurgar buscando sin encontrar más que sangre, no quiero dañar lo archivado, debe ser preservado. La otredad ha producido belleza que no supo leer, ha producido horrores que se inscriben en nuestros cuerpos y ha producido silencios que debe escuchar”.

Algo de eso, de los silencios que se deben escuchar, de lo que está “fuera de los estereotipos de los medios, forjados alrededor de la prostitución y algo más bien farandulesco” es lo que Miyashiro se propuso retratar en Magnolias, su muestra de retratos de doce mujeres trans —sexagesimal la muestra, como si se tratara de un ramo de rosas y todas de paleta acotada, colores saturados y la belleza en primer plano—. El fotógrafo, que estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad Nacional de San Martín, trabajó en conjunto con cada una de las retratadas. Realizó largas entrevistas hasta lograr una imagen de cada una, consensuó escenarios y vestuarios, fue a ver sus obras de teatro o sus pinturas o sus recitales: una de ellas es Karen Bennett, que posa con mirada desafiante, peinado cuidadosamente desprolijo, guitarra al frente, minifalda, medias caladas y un atardecer de terraza que queda opacado, casi parece un telón, al lado del brillo pálido de su piel. Otra es Susy Shock, que reivindica su “derecho a ser un monstruo”, como dice uno de los textos de su Poemario Transpirado pero que acá, en la foto de Miyashiro, abraza su pequeño tambor y tiene una mirada dulce y el flequillo le brilla y uno siente que está viendo a una muchacha naïf de los ’60. Algo un poco anacrónico, como fuera del tiempo, tiene también el retrato de la dramaturga Vida Morant: en un teatro de principios del siglo pasado, apoyada sobre un piano de cola y con un vestido que podría haber usado Sarah Bernhardt, parece declamar como un personaje de tragedia. La actriz Julia Amore, de hermosas ondas rubias que brillan más que las lentejuelas que cruzan su vestido negro, posa como una de las diosas de la época clásica del cine. Lucía Romina Escobar le da a la muestra su brillo pin up —rosa chicle, celeste eléctrico— de drag queen de la noche porteña. Junto a la actriz y docente de escenografía y vestuario en el IUNA Maiamar Abrodos, Miyashiro llevó la apuesta más lejos: con un andamio y una pared de ladrillos de fondo, parada de tres cuartos de perfil, con el pelo suelto, las tetas desnudas y un vestido que cae desde la cintura, Maiamar parece una escultura clásica de esas que se realizaban para representar algún concepto abstracto: la libertad, la justicia, la república. Con el perturbador detalle de la piel dándole singularidad. Y algo así como un vértigo de finitud, ese límite en el tiempo que es tan propio de todo lo singular. Las artistas plásticas contrastan entre sí: el verde del jardín de su casa y de su vestido domina el retrato de Andrea Pasut, mientras un brillo acerado llama a las miradas en el retrato de Daniela Luisana Rojo. La naturaleza vuelve a dominar en el retrato de la hermosa salteña Carla Fernanda Morales Ríos; su cara norteña parece la de una sacerdotisa antigua entre el verde exuberante de la Costanera Sur. Algo de eso, hojas de árboles caídas en el agua, algas, le da romanticismo a la foto de Valeria Ricciardi, que flota en el agua con un vestido de novia y una manzana mordida, como una Ofelia de Tim Burton. Algo parecido, del orden de lo un poco infantil y un poco dark, con vestido de princesa pero pared descascarada de fondo, domina el retrato de Laura Elena Moyano, centrado en su mirada tierna y un poco melancólica, duplicada de un modo perturbador en el plástico de los ojos del osito que lleva en brazos.

Es hermosa Magnolias, la muestra de Nacho Miyashiro. El enfatiza el mensaje: quiso decir algo, cree que como comunicador audiovisual tiene una responsabilidad social, que tiene que “hacer algo aunque sea chiquito”. Lo hizo, retrató doce mujeres trans en eso que hace única a cada una. Y lo hizo de un modo también único. Es joven Miyashiro, tiene 34, seguro que vamos a seguir oyendo hablar de él. Por lo pronto, la muestra puede verse mañana sábado a partir de las 18 en Jungla, Guardia Vieja 3580.

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