Viernes, 31 de octubre de 2008 | Hoy
¿Cómo se pronuncia la diversidad? Atajos para escribirla ya se han inventado, aunque suficientes. Sin embargo, o no tienen sonido en boca alguna o convierten el lenguaje en un engorro. ¿Entonces?
Por Mauro Cabral
Arrobas, equis, asteriscos. La escritura de la diversidad —y, más aún, de la disidencia sexual— tiene hoy en día un repertorio diverso y disidente de rupturas con el binario en la lengua. Y es que la lengua, ya se sabe, vuelve reales a quienes nombra, y otorga una realidad espectral a quienes, por imposibles, calla. Realmente imposibles.
Escribimos la diversidad, entonces. L@ escribimos, lx escribimos, l* escribimos. Hasta la falta de uniformidad en la marca escritural de lo diverso trabaja en contra de su reducción a una regla de existencia. Pero nada es tan sencillo.
Primera complicación: ¿cómo se pronuncia la diversidad? ¿Qué chasquido le hace espacio en el decir al asterisco o la equis? ¿En qué vocal o vocales cae la arroba? La descomposición hablada de esos signos de lo diverso en plurales binarios no parece contribuir demasiado. Tanta diversidad escrita para leer, finalmente, “todas y todos”. Un intento que ha conseguido cierto éxito en los mundos del castellano y el español es la introducción de una tercera vocal (signo, en este caso, de la diversidad como tercero excluido y ahora, por fin, nombrado). Todas, todos. Y todes. Nosotres, les todes diverses. Segunda complicación: ¿quién distribuye a quién en la escritura y la pronunciación de la diversidad? ¿Hacia dónde, y bajo los imperativos de qué gramática, lo que es decir, de qué orden de cuál mundo?
Un ejemplo: recibo un mail que me nombra “querid@”. A lo largo del mail, quien lo escribe usa una “a” impecable para nombrarse: “Ah, estoy cansada”. Estoy seguro de que ella usa la arroba para reconocer mi diversidad pero, al mismo tiempo, se excluye de lo diverso (y me excluye a mí, de paso, del reconocimiento en esa masculinidad que yo rubrico, como todos, con una o). Otro ejemplo: asisto a una charla donde cada vez que alguien dice todes cabecea hacia quienes, por alguna razón, nos parecemos poco a los “todos” y las “todas” que ahí están, respirando a salvo en sus pronombres femeninos o masculinos. Y uno más: ayer, como otro par de centenares de veces, alguien volvió a plantear la misma pregunta. ¿Por qué las personas trans eligen nombres genéricamente marcados, en lugar de nombres neutros, como, pongamos el caso, René?
La idea de la multiplicidad de los géneros aparece muy a menudo como añoranza y como promesa de emancipación. Se habla así de lo felices que eran allá lejos y hace tiempo, cuando en lugar de dos había tres, cinco o diez géneros, y de lo felices que seríamos aquí y ahora si nos pasara más o menos lo mismo. Muchos géneros, o al menos tres. Pero esta idea nada dice acerca de las reglas que en cada cultura han decidido la asignación de cada individuo al género que le corresponde (entre los dos, cinco o diez disponibles), ni administrado los movimientos entre géneros. Entre nosotros, nosotras y nosotres, la liberación contenida en la e suele reducirse al rótulo vocal al que vamos a parar les que, por exceso o por falta, no cuadramos en el género. Ser otre es lo más fácil del mundo (pasa, nos pasa todos los días, nos pasa por encima, aun sin la e). Lo difícil es que mujeres y hombres reconozcan, alguna vez, que ni consonantes ni vocales son propiedad privada de nadie.
Ah, estoy desnudo.
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