Laura Milano, autora del libro Usina posporno y colaboradora de SOY, es una de las organizadoras y participantes de la tan criticada actividad de posporno que se llevó a cabo en la Facultad de Sociales. Luego de una semana donde el escándalo le sacó muchos cuerpos a la reflexión, aquí algunos datos básicos para pensar qué pasó y qué no pasó.
› Por Liliana Viola
Que la disputa sobre lo que es moralmente correcto y lo que no se volvió materia noticiable es un fenómeno relativamente nuevo. Por algo los programas de televisión abundan en jurados o en panelistas, que vienen a ser prácticamente lo mismo. Las redes sociales, la selfie, la foto y el comentario al paso hacen su aporte de casos y pruebas para el tribunal, como lo fueron las fotos de la muestra de posporno que llegaron a los medios antes de que se terminara la actividad. La red, además, alienta la circulación del ingenio en pocos caracteres. Las bromas, algunas muy graciosas, se van volviendo injuria en red, hasta que finalmente se desata una rutina que consiste en amagar un análisis barajando pocos datos hasta llegar a un veredicto: si tal debe o no debe reconocer a su hijo, si mató porque lo provocaron, si está bien o está mal lo que sea. Cada noticia se vuelve efímera entrada en el manual ético del ciudadano. Así, en el buscador para el escándalo posporno, habrá que poner contadas claves: mesita, micrófono, vagina, asco, espacio público, necesidad de sanción. Una final de fútbol, un día de elecciones dejan el escándalo en el archivo.
Así como el dildo es un emblema de la tecnología sexual se podría aventurar que el micrófono es el grado cero de la tecnología comunicacional. No es la voz ni la reemplaza, la eleva por encima de las otras. Y también es una metáfora sexual. Dar o quitar el micrófono y quién lo empuña, al menos en las últimas semanas, ingresó en el combo de poder, comunicación y sexo. Las participantes de la muestra no hablaron con los medios, dicen que por temor a la tergiversación, convicción de que el micrófono es intermitente y deja oír lo que quiere. Lanata detecta un micrófono en un vestido de Flor de la V. y consigue menos rating del que aspira con su chiste. Quien injuria, enseña Didier Eribon, hace saber que tiene poder, que el otro está a su merced, y que ese poder es, en principio, el de herir. Pero también es cierto que ciertas injurias empiezan a caer en desuso en algún momento y se llevan a los injuriadores con ellas, las repeticiones se van volviendo torpes y gastadas. La semana pasada el escándalo del micrófono introducido en una vagina le ganó varios cuerpos al micrófono de Lanata. Lo asqueroso, el mal gusto pesó tanto que, para poner orden, se recurrió a opiniones de directores de pornografía, a mujeres que suelen desnudarse en público. Todos repudiaron escandalizados por el espectáculo. ¿Resulta que esta erosión de sentido sería cosa del posporno? Habrá que seguir prestándole atención.
–En realidad, la cuestión del micrófono fue algo más que nada funcional, actuaba como un dispositivo para amplificar sonidos de adentro del cuerpo. La foto que se replicó luego en todos los medios corresponde al instante previo a la performance sonora en la que alguien introducía el micrófono inalámbrico en el cuerpo de otra persona, pero la puesta consistió en amplificar los sonidos internos del cuerpo. El público podía escuchar el sonido de los golpecitos en el vientre (como si fuera una percusión sobre la panza) que se amplificaban por medio de un parlante. Es sospechoso que transcendiera sólo una foto del instante previo de una de las escenas cuando en realidad la acción posporno consistía en cuatro escenas simultáneas que armaban un todo. Y –principalmente– la jornada se completaba con una segunda parte que consistió en una charla-debate que duró una hora y media y que se realizó en un estudio de TV de la facultad (ya no en el pasillo).
Bueno, no sólo eso, también se habla de que dejamos una mesa orinada. No hubo ninguna escena donde nadie se hiciera pis. Sí, hubo una eyaculación femenina, cosa sobre la cual hay tanto silencio que ni siquiera se puede pensar que pudiera ocurrir. Se habla de semen porque evidentemente no se puede separar una escena asociada al sexo sin la presencia de un hombre. Las personas que hicimos esa performance éramos seis. Cuatro cis mujeres, un varón trans y un cis varón, pero que estaba totalmente envuelto en papel... así que mucha posibilidad de eyacular no tenía.
–Sí, en un punto equiparando con el porno comercial. Pero especialmente decían que éramos actores con la intención de sugerir que nos habían pagado por hacer esta acción en ese preciso lugar y no personas vinculadas a la comunidad académica. Pero no somos actores, diría que todos los que estábamos ahí somos activistas. ¿Artistas? Bueno, en el sentido de artivistas, sí.
–Enfrente de donde se producía esta escena sonora del micrófono, se estaba produciendo una escena de shibari. Shibari es el arte japonés de la atadura erótica, una persona iba haciendo una serie de nudos a objetos cubiertos de recortes publicitarios. También había dos mujeres dragueándose como varones y utilizando distintas prótesis y dildos, ensayando formas y modos de penetración en lugares no convencionales del cuerpo. Es decir penetraciones no coitales en la axila, en la nuca, en la palma de la mano. Y por último estaba yo, que daba vuelta por el espacio acercando al oído de los participantes unos susurros eróticos. Vuelvo a decirlo, cuatro escenas en simultaneo y que respondían a un concepto.
–Sí, cuerpos no normativos y partes del cuerpo no mostrables. PostOp, un colectivo posporno español, eran invitadas nuestras. Las convocamos porque justo estaban acá en Buenos Aires, no es que ellas armaron la muestra como también se sugirió. Cada participante eligió lo que quería hacer, hubo un consenso del grupo.
–Definitivamente, no. En los pasillos se suelen realizar actividades de todo tipo, charlas, proyección de películas, discusiones varias. Sociales no es una escuela de artes, así que no tiene como actividad habitual la performance en el espacio común. Pero como alumna de esa facultad que fui te puedo decir que el pasillo no es simplemente un espacio de tránsito, es un espacio de disputa.
–Ninguna. Estaba quien seguía de largo porque no le interesaba, o le molestaba, o porque no tenía tiempo para quedarse; quienes estaban por curiosidad, por morbo o porque están interesadas en estudiar el tema y asistían a una actividad que había sido anunciada previamente. Los accesos a las aulas, a las escaleras y ascensores estaban completamente libres. Es decir, ocurría en un pasillo interior de la planta baja del edificio y era muy fácil pasar de largo.
–Por una razón muy simple, era la mesa más grande, la que mejor se adecuaba para que pudiera recostarse una persona. Podría decir, ahora, obviamente a posteriori, que no pensamos en la connotación política. Y claro que tampoco tuvimos en cuenta que en el contexto de una elección, todo se vuelve un posible misil. Fijate que en un canal estaban con este tema y a continuación pasaban a la noticia de Vicky Xipolitakis, construyendo así el “bloque de los escándalos sexuales”. Pero lo que más me torturó personalmente y también considero muy interesante para pensar es el acoso en busca de nuestro testimonio, una persecución cuasi policial.
–No me sorprende la lógica de buscar el hecho noticioso ni la llamada al orden sobre el uso del espacio público. Pero sí el querer armar un perfil nuestro a toda costa, buscar en nuestro pasado, ver dónde habíamos trabajado, quiénes son nuestros amigos, sacar datos de Facebook, construir un identikit, esto de ver qué estuvimos haciendo de nuestras vidas antes para atar cabos, sacar no sé qué conclusiones.
–Para mí nunca una experiencia de posporno debe evaluarse con criterios estéticos porque implicaría estar pensando que hay un eje posible del cual nos estamos saliendo o no. Y no es así, en el posporno no hay ningún eje. Otra cosa que me inquieta en relación con esto es que se haya leído en muchas partes como una “intervención grasa”, extraña categoría.
–Sí, aparece esta palabra que apunta a otra línea de descalificación. El asco o lo inapropiado son dos efectos que el posporno suele producir. Lo grasa es otro modo de clasificar cuerpos y escenas.
–Luego de esos 20 minutos en el pasillo, la actividad se trasladó al subsuelo, al estudio de televisión que teníamos reservado para un debate, donde yo actué como moderadora, sobre la relación entre espacio público y sexualidad, las sexualidades no normativas, pornografía y cultura de masas. Se discutió lo que había sucedido arriba, se trató qué pasa cuando el cuerpo aparece en el lugar de la teoría que justamente habla sobre el cuerpo. Claro que luego la realidad superó a la reflexión. Hubo además un capítulo muy interesante sobre diversidad funcional (acá se llama discapacidad) que viene trabajando las PostOp. En el transcurso de esa charla, no teníamos señal, así que nunca supimos lo que se estaba armando afuera. Cuando salimos nos encontramos con las cámaras.
–No, al revés, una pena. Los habríamos invitado a entrar, a enterarse, a participar, y además de paso habrían visto que estábamos todos y todas vestidos.
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