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Andábame distraída por Sociales esquivando estudiantes psicobolches a fuerza de tirarles al paso una agüita con jabón como quien lanza gas pimienta y, para qué mentir, buscando marolas conocedoras de las bondades del baño del 2º piso, cuando de pronto escuché unos gritos que venían de un rincón donde ondeaba una bandera del Partido Obrero que decía “votá Frente de Izquierda y comprá los apuntes al salir / 15% de descuento si decís NO a Del Caño”. ¡Quedé lacia mal!

Pero no por las pibas en tetas que se empezaban a meter por la concha un micrófono, tampoco por su trencitorta de la alegría que enseguida reconocí como un evento posporno, primero porque seré letrina pero letrada y hace rato que vengo leyendo la bibliografía que circula por las cátedras de esta institución, segundo porque estuvo anunciado desde hacía rato en los pasillos del templo del saber y -para más inri- también en los baños.

No, lo que me mató fue que el enojo del pequeño po. Un enfant terrible del trotskismo que, a meñique erecto, chillaba ante las cámaras de TV que le habían “hecho pis en la mesita donde milita todos los días”. ¡Me meo de risa sobre una estampita de Trotsky! ¡La mesita es sagradita! Parecía repetir perdido como se nos queda la mirada cuando el bulto asoma. Poseído por el espíritu de la Kollontai, describía el orín salpicante de su revolución en una especie de cadena nacional uretrática.

Yo, que fui trotska y de tan tonta hasta me ilusioné con un romance a tres bandas con Chipi Castillo y Beto Pianelli, nunca me hubiera dicho que cuatro patas de una mesa tirarían más que una yunta de bueyes. Parece que las nuevas camadas de pequeños po de tanto apoyar el paro de Moyano han sublimado su erotismo en un pan relleno. Sexo caca. No toca nene.

No, si al final el “hagan lío” del papa Pancho va a provocar más éxtasis que la propia reencarnación de la mismísima Cata Guagnini, que bien vendría que les pegue unos gritos a estos machitos alfa del neandertalismo internacional.