Viernes, 10 de julio de 2015 | Hoy
Por Ernesto Meccia *
Las instituciones poseen normas. Están las normas escritas, los usos y costumbres y, por último, un conjunto de reglas ad hoc que se generan y aplican en situaciones especiales. Las más importantes son los usos y las costumbres (lo que “va de suyo”, lo que es “natural”) porque condensan una serie de asunciones colectivas de identidad (¿qué somos?, ¿cómo debemos ser?), con toda la carga emocional y afectiva que conlleva. En realidad, lo que hace que una institución viva son menos las normas y más los afectos y las emociones que las normas posibilitan. “Dime ante qué o ante quién te emocionas (bien o mal)”, sería el quid de la cuestión. Podemos considerar las emociones de bajo perfil como la gran argamasa de la vida cotidiana que nos aportan datos acerca de la dimensión consensual de una institución. Si todxs más o menos nos sentimos de la misma forma ante una circunstancia común, si nadie en particular manifiesta emociones de alto perfil, si nadie pone el grito en el cielo por nada, será porque existe consenso en torno de las definiciones de las situaciones y de nosotros que hemos sabido construir. He ahí datos sociológicos, sin duda. Datos propios de una institución en la que no pasaría nada en particular.
Pero si pensamos en la ya celebérrima “intervención” (palabra exacta en este contexto) “Posporno” del Area de Comunicación, Género y Sexualidades, podemos postular que existe otra clase de datos que se manifiestan, que irrumpen, inundándolo todo, cuando de repente parte de la institución pone el grito en el cielo ante un acontecimiento disruptor. Sí: las instituciones también hablan y se dejan analizar por lo extraordinario, por lo raro, por lo insurgente. Ya se sabe: pensamos en nuestra identidad especialmente cuando es amenazada. Sabemos menos, en cambio, sobre cómo se resuelve esa situación: si revisando y/o ampliando la identidad o reaccionando reflejamente como si nos pusieran una brasa en la mano. He ahí más datos sociológicos y de los más interesantes. Para algunos, el posporno suministró datos para hablar de la política de la facultad y de la relación de la facultad con la política nacional en clave K anti K. Espero, sinceramente, que realicen buenos análisis. Para mí, sin embargo, dedicarse a eso significa sacar la pelota de la cancha, dar la espalda a una impresionante cantidad de información sobre la institución que no es sino información sobre nosotrxs mismxs.
Una de las formas más impresionantes de develar los imaginarios y los inconscientes institucionales es analizar la dinámica de sus espacios públicos. La gestión exitosa de “reservas” de espacio público es también una forma de gestionar un espacio de poder. “Reserva de espacio: espacio reservado”: una de las fórmulas clásicas de impedimento cuya “violación” despierta emociones negativas por parte de quienes se sintieron invadidos en su privilegio. El sociólogo Erving Goffman imaginó una persona poniendo una inmensa manta en una playa. Luego del mediodía la playa comienza a llenarse y la nueva circunstancia pone sobre el tapete para el bañista el urticante tema de la finalización de la exclusividad. Que quede claro: no estoy hablando de la “mesita” exclusivamente. Mi reflexión también incluye a sectores de la comunidad académica de todas las jerarquías que se han visto negativamente sorprendidos. Creo que en todos los casos se ha transparentado una convención del espacio público muy arraigada en el imaginario institucional, poco concesivo con el sexo y el género desde un punto de vista territorial que es también el punto de vista de la visibilidad. Pareciera que lo que avanzamos en la currícula no tiene espacio en el espacio.
“Posporno” (la intervención) representó entonces un intento de introducir en el espacio público de la facultad más cuerpos significantes al conjunto de cuerpos que ya lo habita. “Posporno” no llegó esa noche para quitar nada a nadie sino para ampliar el horizonte de lo pensable. Eso sí: para ampliar hay que intervenir y el espacio por excelencia para la intervención es el espacio público; solamente en ese lugar pueden cocerse, instituirse nuevas formas de lo “evidente” en un sentido cognitivo liberacionista: por ejemplo, que las mujeres pueden empoderarse sexualmente por fuera de los senderos pornográficos heterosexistas.
Tengo el orgullo de pertenecer a una facultad que tiene –por comparación–lógicas de relacionamiento notoriamente horizontales, que cultiva el pensamiento crítico y que interviene en la realidad. Estoy seguro de que los gritos en el cielo no quitarán a “Posporno” su extrema potencialidad para revisar, repensar y ampliar nuestra identidad institucional. Hasta donde yo recuerdo, Sociales siempre fue así, una inoxidable e imparable máquina instituyente.
* Doctor en Ciencias Sociales (UBA)
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