NOTA DE TAPA I
Todo indica que está próximo el deshielo entre las relaciones diplomáticas y económicas entre Cuba y Estados Unidos. Cabe preguntarse también por el destino de las relaciones carnales. La misma tierra que desde el norte es vista como la meca latinoamericana del turismo sexual –de la prostitución femenina y de los pingueros, como se conoce a los taxiboys habaneros–, ha sido durante mucho tiempo un infierno para las sexualidades entendidas como diferentes. Lo cierto es que, desde hace unos pocos años, Cuba emprende un proceso de cambio que va mucho más allá del contacto con Washington. Miles de personas marchan contra la homofobia y la transfobia, y en los últimos años la diversidad se ha ido abriendo paso en la agenda de la revolución. ¿Cómo continuará? Versiones enfrentadas del futuro se dan cita en esta reflexión.
› Por Dolores Curia
“La Habana, la ciudad más sexy del mundo.” Ese es el slogan con el que el mundo anglo asocia a la capital de la revolución permanente; así se refieren a ella desde el Reader’s Digest hasta Vanity Fair. La Habana es una gloria tropical, con el plus de idealización que para el caso norteamericano agrega lo prohibido. Sobre todo desde principios del siglo XX hasta 1959, antes de convertirse en paraíso perdido, Cuba había sido, a los ojos del turista primermundista, el tramo más caliente del patio trasero. En palabras del historiador neoyorquino Louis Pérez: ha sido considerada un apéndice para placer estadounidense, un espejismo sensual para “experimentar con drogas, alcohol y placeres exóticos, carnales, primitivos y con matices raciales explícitos”. Y todo a menos de una hora de avión.
Ahora que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos muestran signos de deshielo, es lógico que se avive la esperanza de que aquel edén húmedo de habanos y ron esté por fin al alcance de la mano. Hace pocos meses el gobierno de Barack Obama empezó a emitir licencias a empresas estadounidenses para que operen servicios de ferry con pasajeros a Cuba, lo que ocurre por primera vez en más de medio siglo. Por ahora los norteamericanos que quieran ir a La Habana deberán entrar en alguna de las doce categorías: visitas familiares, académicas, culturales, deportivas o religiosas. El turismo sigue estando prohibido para los estadounidenses, pero no por mucho tiempo. La palabra que más suena en torno al acercamiento (simbolizado por el apretón de manos entre ambos presidentes en la última Cumbre de las Américas) es “normalización”. Está por verse si el “orden normal” tiene la forma de un sometimiento sin chistar a las leyes del libre mercado –con las que también es ley que el que gana siempre es el Imperio– o si se trata de una “actualización” con signo propio. Por el momento Cuba viene ganando la primera partida: ha logrado salir de la lista negra (compuesta por aquellos países que, según Estados Unidos, patrocinan el terrorismo) sin hacer ninguna concesión. ¿Cómo se concilia el socialismo del siglo XXI con la paulatina liberalización de la economía, que es anterior a este deshielo formal (hoy, con excepción de salud, educación y defensa, en Cuba, todos los sectores están abiertos a capitales extranjeros)? ¿Qué va a pasar si se levanta el bloqueo, en caso de que así lo permita el Congreso estadounidense?
El cubano Amir Valle es el autor de los libros Habana Babilonia y Jineteras, en los que se ha dedicado a ahondar en las señas particulares de la prostitución cubana. Para Valle, aunque la postal de la Cuba hipersexual viene desde la Colonia –tiempos en los que el primer gobernador de la isla, Diego Velázquez, podría haberse llevado el título de primer proxeneta habanero–, fueron los ’20 y los ’30 los momentos clave. En esos años las mafias norteamericanas asentadas en Cuba empezaban a percibir la prostitución como negocio masivo y exportar mujeres con rumbo norte. También, la prostitución masculina empezaba a asentarse en las avenidas céntricas de La Habana. Aparece la figura del proxeneta de jóvenes gay que ofrecía, como dicen las crónicas de la época con folclórico racismo, “mulatos bien dotados” a turistas anglo. Cuenta Valle que “ya para los ’40 estaba bien exacerbado el mito del cubano como ‘animal de dar amor’. El boom prostibulario se da en los ’40 y ’50. Aún hoy, aunque todas las personas que se dedican a la prostitución están, junto con el chivato (delator), en un último peldaño de la sociedad, es tan fuerte el machismo que se censura más la prostitución femenina que la masculina, que corre por circuitos invisibles”. Con el triunfo de la Revolución recorrió el mundo la imagen de los machos barbudos y sudorosos que bajaban de Sierra Maestra: “Con la revolución la prostitución no desaparece pero disminuye –dice Valle–. Hasta los ’90. Con la crisis económica, de nuevo, el estallido del turismo sexual. Esta vez los consumidores no son norteamericanos, claro, porque no podían venir, sino canadienses y europeos. Muchos venían a la isla a buscar muchachos. Hoy con esta apertura existe el miedo de qué va a pasar si no se ejercen controles sobre el proxenetismo y los consumidores. El grueso del turismo aquí no es ‘turismo intelectual’ que viene a nutrirse de nuestra cultura, sino a gozar, y ese goce incluye consumir mulatos y mulatas”.
¿Qué formas adquiere la Cuba nueva para los cubanos que no viven ahí? Richard Blanco leyó el poema “One Today” en la asunción de Obama en enero de 2013. Fue el poeta más joven en la historia de Estados Unidos en mostrar lo suyo en un evento presidencial. Y no sólo eso: también, el primer inmigrante latino y la primera persona abiertamente gay. Blanco es un ciudadano del in between: hecho en Cuba, ensamblado en España y exportado a Estados Unidos. Este sentido de pertenencia difuso es lo que explora sin perder el sentido del humor en su novela autobiográfica The Prince of Los Cocuyos. Allí describe su infancia en Miami, su despertar sexual y la sensación de vivir entre dos mundos imaginarios. Uno: el de los ’50 y ’60 en Cuba, el de la comunidad de sus padres y abuelos, ese lugar donde nació y adonde recién volvió a los 26 años. El otro: el lugar en el que creció, Estados Unidos, visto a través de la lente de la comunidad excluyentemente conformada por cubanos, que “me hacía creer que América estaba en otro lado”. Cuenta Blanco que al escuchar “los anuncios de Obama sobre la normalización de las relaciones entre ambos países, para mi propia sorpresa empecé a temer que esta transformación pudiera lavar la autenticidad de la isla, que la desvencijada granja de mi abuelo fuera demolida, así como el resto de la historia de mi familia. ¿Sobre esas ruinas se construirían shoppings? ¿Se vería mi tío Chilo forzado a trabajar en Starbucks sirviendo café-lattes sabor mojito? ¿Cuáles serán los costos del cambio, qué cosas se tendrán que negociar en nombre de la prosperidad? ¿Y, yo? ¿Seré ya muy gringo para la Cuba del mañana o seré capaz de reinventarme, volverme un híbrido y fundir mis dos mundos imaginarios en uno?”.
La homosexualidad para las concepciones más reaccionarias de la izquierda latinoamericana de los ’60 y ’70 era sinónimo de decadencia burguesa y penetración colonial. De ahí, las estrategias de higiene social que fueron (la peor) parte de la construcción del hombre nuevo que llevó adelante el Partido Comunista cubano. Tristemente célebres fueron las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), campos de trabajo forzado donde se recluía a personas lgbtti. Después de 1971 se le prohibió a cualquier persona no heterosexual ocupar cargos relevantes. A partir de 1985, se implementaron los sidarios para recluir a las personas que vivían con VIH. Pero, si bien el conservadurismo, el machismo y la homofobia no se han barrido, Cuba hoy no es lo que era. Las tensiones entre masas y minorías sexuales se están recalculado gracias al trabajo de Mariela Castro Espín, nieta de Fidel, hija de Raúl, y conductora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex). Mariela Castro ha declarado al asumir su banca en la Asamblea Nacional que peleará por una ley de identidad de género que siga los pasos de la argentina y por el matrimonio igualitario. Desde 2007, cada mayo se celebran las Jornadas contra la Homofobia. Y con dosis iguales de activismo y fiesta, cada año tiene lugar en las calles principales de La Habana una conga diversa, gracias a Mariela pero con el visto bueno de su tío. Un punto de contacto, predeshielo, que acerca a Obama y Raúl Castro: ambos, con más o menos eufemismos, se han manifestado a favor de la ampliación de derechos lgbtti.
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