NOTA DE TAPA II
Abel Sierra Madero, historiador cubano y doctorando de la Universidad de Nueva York, ha trabajado los cruces entre sexualidad y nacionalismo desde hace más de una década. Aquí explica por qué, según su óptica, las señales de una Cuba abierta a la diversidad están todavía lejos de ser una realidad.
Abel Sierra Madero es doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana y actualmente se encuentra realizando un doctorado en Literatura en la Universidad de Nueva York. Por más de una década se ha dedicado a estudiar las conexiones entre el nacionalismo cubano y la sexualidad en los procesos de construcción de la nación en Latinoamérica. Ha publicado una decena de artículos y dos libros entre los que se destaca Del otro lado del espejo. La sexualidad en la construcción de la sociedad cubana, que obtuvo el Premio Casa de las Américas en 2006. En los últimos años ha prestado especial atención al trabajo sexual masculino, un fenómeno que en Cuba se conoce como pinguerismo.
–El pinguero está muy lejos de todo lo que allá por los ’60 se pensaba del “hombre nuevo”. Representa el fracaso del megaproyecto socialista de crear un nuevo sujeto. El pinguero vive de convertir su cuerpo en mercancía en función del turismo internacional, una práctica cuya erradicación se ostentó por los funcionarios y las elites políticas como una de las grandes conquistas de la Revolución. Sin embargo, hoy el pinguero recurre al discurso de “la lucha” sobre el que se articuló la retórica de la Revolución Cubana. “La lucha” les sirve a los pingueros para negociar el estigma que adquieren sus prácticas: una metáfora del trabajo sexual como supervivencia y también una forma de “desidentificación” homoerótica (muchos de ellos no se consideran homosexuales). Implica prácticas de simulación: “la mecánica”, estrategias con las que en vez de pedir dinero directamente a los turistas desarrollan narrativas que los hacen parecer víctimas del sistema, con proyectos de emigrar, y hasta se inventan el amor. Entre ellos y el cliente hay un acuerdo tácito: ellos usan códigos de romance y el cliente no siente tanto que está pagando por sexo.
–Me interesa trazar una ruta de este concepto que permita entender el caso cubano en diálogo con otros modelos de control social, como el de la Unión Soviética e incluso en la Revolución Mexicana. El concepto de hombre nuevo es útil para entender las conexiones entre el nacionalismo y la sexualidad, tan importantes en el diseño del modelo cubano. Los grandes teóricos del nacionalismo (Ernest Gellner, Eric Hobsbawm, Benedict Anderson, entre otros) casi no tomaron en cuenta la sexualidad en los análisis. Sólo a partir de 1985, con Nacionalismo y sexualidad, del historiador británico George Mosse, estas conexiones adquieren una dimensión en la teoría del nacionalismo. Mosse demostró cómo en el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y el modelo de construcción del socialismo patentado por la Unión Soviética, el “hombre nuevo” fue fundamental en la construcción de estereotipos y en la imaginación de una masculinidad nacional.
–En Cuba, como en otros tantos países, el nacionalismo contribuyó a que la imaginación nacional pasara primero por el cuerpo humano. Esa analogía entre nación y cuerpo viene del siglo XIX: la nación fue representada generalmente por un cuerpo. Una serie de nociones sobre el acto sexual se integran al discurso del nacionalismo y la soberanía. De ahí que el colonialismo o el imperialismo sean interpretados como actos de penetración.
–Y la nación siempre como cuerpo de mujer. Con la revolución, la imagen de la nación como espacio femenino penetrado va a ser complementada por la figura de Fidel Castro y su traje verde oliva. Las prostitutas y los homosexuales son asociados a la decadencia y considerados enemigos del sujeto revolucionario. Al inicio, el proyecto de creación del hombre nuevo tenía una base religiosa. La retórica revolucionaria descansó en un primer momento en una lectura de la sociedad como un cuerpo corrompido por los vicios del antiguo régimen. Muy pronto, el discurso religioso se complementa con una lectura de la nación como un cuerpo enfermo. De ahí que disciplinas dentro de la medicina, como la psicología y la psiquiatría, se integren a los nuevos procesos de homogeneización para fundar una pedagogía de Estado. La nueva pedagogía quería construir un sujeto “sano”, disciplinado y trabajador. La isla se convirtió en un gran laboratorio y en ese espíritu se van a integrar las disciplinas médicas. Las publicaciones de esa época, como las del hospital psiquiátrico de La Habana, van a mostrar preocupación por el niño amanerado y culpar a la familia, para legitimar la intervención estatal en esos cuerpos, corregir posturas y poses. De ahí la obsesión de Fidel Castro no sólo con el discurso de la guerra sino también con el deporte desde la infancia.
–Continúa siendo muy conservadora a pesar de los cambios. Hace poco debieron reprogramar la telenovela La otra cara de la luna, que estaba en el horario estelar, porque mucha gente se ruborizó. Tenía un guión lleno de clisés y recuperaba la idea del homosexual como sujeto perverso que debe morir o irse del país, como el personaje de Diego en Fresa y chocolate. En el caso de la telenovela, el personaje tenía sida e interrumpía en un matrimonio hétero: un villano. Ese discurso higiénico es muy viejo, sin embargo, todavía hay mucha gente y funcionarios que piensan así. Esta pacatería es contradictoria si se piensa que, a la vez, la cubanidad se ha articulado históricamente sobre la exportación del mito de que los cubanos somos seres sexualmente muy activos. Esa imagen también ha sido recreada fuera de Cuba, como si los cubanos no tuviéramos que aportar nada más en el ámbito internacional que puro erotismo, esa postal que desde afuera arman: el paraíso sexoerótico tropical, que no es más que ron, tabaco, una mulata y un carro viejo.
–En los últimos años puede apreciarse un cambio en las aproximaciones de las instituciones y los funcionarios estatales con respecto a este tema. Sin embargo, con relación a los grupos trans hay todavía una serie de prácticas muy cuestionables. Existe un comité de expertos que decide quién cualifica o no para una reasignación de sexo a partir de exámenes médicos, psiquiátricos, psicológicos. Este proceso es supervisado por el Cenesex. Este centro ha hecho cosas positivas en los últimos años, pero también tiene contradicciones como proyecto político, entre otras cosas porque secuestra el discurso público sobre el tema y anula posibilidades de activismo fuera del Estado. Hace ya algún tiempo el Cenesex presentó una propuesta al Parlamento cubano para que se aprobara una ley de identidad de género, sin embargo esto no ha sido posible, lo que muestra las grandes tensiones que aún hoy generan estos temas en las estructuras de poder en Cuba. En cuanto a las reasignaciones, al inicio la operación era una condición esencial para que les permitieran a las personas trans cambiar el nombre y la identidad de género. Hoy ya no lo es más, pero el diagnóstico médico sigue influyendo en las decisiones.
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