Blitto, cantante, performer, escritor, defensor de los derechos de los animales y activista abolicionista vegano
› Por Sebastián Freire
Mi camino es simple, comencé comprando un perro. Hoy haberlo comprado y no adoptado me parece una decisión errónea. Gracias a ese perro, a quien llevo tatuado en mi muñeca derecha, he logrado acercarme muchísimo a los animales; luego rescaté a muchos animales y colaboré con hogares caninos y tuve en casa viviendo conmigo a varios amigos compañeros de ruta y otros en tránsito. Fui a dar de comer todas las semanas a 95 perros más en ese refugio. Y estuve en contacto con los fundadores de El paraíso de los animales (www.elparaisoanimal.org) en General Rodríguez, una granja-refugio donde se asiste a todo tipo de animales: perros, gatos, caballos, aves, ovejas, vacas, cabras, conejos, liebres, chinchillas y gran variedad de animales de granja y de corral. En total, son más de 700, todos recuperados de las calles, abandono, enfermedades o por ser maltratados o rechazados por sus antiguos dueños.
Soy de la teoría de que si “tenés” un animal como compañero de ruta, ya es parte de tu familia y debés darle todo, cuidarlo, y si no, no lo tengas.
Hoy todavía es difícil adoptar una ideología antiespecista porque vivimos absolutamente rodeados de actitudes especistas. Desde que nacemos, nuestros padres nos enseñan que los animales están a disposición para el consumo por parte de los humanos. La idea antiespecista supone un cambio absoluto en la forma de ver al resto de los animales. El antiespecismo supone dejar de ver a los animales como un recurso y pasar a verlos como seres con intereses y necesidades que deben ser respetados.
Este cambio de mentalidad también implica un cambio práctico. El primer paso es adoptar una forma de vida vegana. Si creemos que los intereses de todos los animales deben ser tenidos en cuenta por igual, no podemos utilizar a los animales como recurso alimenticio, como instrumento de laboratorio, como piezas de museo, como entretenimiento –circos, tauromaquia, hipódromos– ni como vestimenta. El veganismo supone no apoyar ninguna forma de explotación. Estamos absolutamente rodeados de explotación basada en la especie. Si salimos de nuestras ciudades, enseguida veremos granjas en las que hay cientos o miles de animales que son tratados literalmente como esclavos. Su vida acaba cuando su propietario lo considera más rentable.
Si realmente conseguimos rechazar el especismo y sentir empatía hacia un animal que sufre, no nos conformaremos con adoptar una forma de vida vegana. Ante una injusticia tan grande hay que actuar, no basta con no participar en ella. Precisamente el hecho de que la explotación basada en la especie esté tan extendida hace que el activismo antiespecista sea especialmente efectivo, en comparación con otras formas de discriminación.
Me doy cuenta de que el supermercado no me da nada, sólo marcas muertas. Nada de lo que hay ahí me sirve. Cuando uno está frente a la góndola de un supermercado no elige solamente un precio u otro: también está tomando decisiones políticas y sociales con cada cosa que elige comprar. Si dejamos de consumir cadáveres, dejaremos de ser “cementerios de animales”.
Hace años conocí a Eduardo López, quien me regaló un montón de videos de animales y con quien compartí largas charlas sobre estos temas. Luego conocí a los chicos del grupo Zoomorfosis (veganos abolicionistas) y gracias a lo que ellos me enseñaron como amigos empecé el cambio.
Empecé a conocer más personas, libros, películas y sobre todo a reconocer realidades que vivía a diario con respecto al buen y mal trato de los animales humanos hacia los animales no humanos. Luego pensé que no era sano, por millones de motivos y cosas que sentía, vivir hacinado en una departamento caluroso en plena ciudad, entre puteadas, contaminación, gente atropellada, por lo que comencé la búsqueda de un nuevo hogar. San Antonio de Areco fue mi guarida; ahora estoy finalmente más cerca del campo, en contacto con la naturaleza.
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