La B de la sigla BDSM proviene de “bondage”. Es una técnica de ataduras en la que la inmovilidad y una suspensión momentánea de la voluntad del atado son, al mismo tiempo, lo que atemoriza y lo que excita. Aquí, un relato de entrega y sumisión de alguien que incursionó en el mundo milenario de las cuerdas –donde encontró tanto éxtasis como dolor– y por ahora no las ha soltado.
› Por Pauleska
Cuando empecé a salir con A, lo había visto hacer cosas de bondage en el local donde nos conocimos pero no sabía nada acerca del tema. Cuando propuso que quería suspenderme fue toda una decisión decir que sí. Aquel primer día fue un verdadero desastre, había armado una estructura en su casa para poder hacerlo tranquilamente y a los 5 segundos de levantar los pies del piso me dio mucha impresión, me sentí mal y le pedí que me bajara inmediatamente.
Pero rebobinemos un poco, lo que yo lo vi hacer en el local era una “Karada”, que es una atadura decorativa, en general sólo del tórax y sin atar las manos, que también se puede usar para jugar, pasando una cuerda por la parte de los genitales y apretando más o menos, según la intensidad deseada. Es la práctica de bondage más suave que se puede hacer, luego ya vienen las restricciones, de manos, piernas, por el pelo, cuerpo entero, etc. Estas pueden ser con cuerdas de diferentes materiales, pero también con correas de cuero, bridas, telas, etc. Lo más peligroso que se puede hacer son las suspensiones, que significa que te atan y esas mismas ataduras sirven para elevarte del piso y quedar literalmente “suspendida”. Para realizar esa práctica se necesita tener mucha experiencia y cuidado, ya que puede ser bastante peligroso. Al sostener todo el peso de tu cuerpo en unos pocos puntos, hay peligro de pinzar músculos, cortar la circulación de venas y arterias, y más cosas aterrorizantes.
Yo en ese momento no sabía nada de esos peligros, simplemente no me sentí cómoda perdiendo el control, no poder moverme ni controlar nada de la situación, ni del dolor que me causaban las cuerdas. No fue hasta que vi a otras personas hacer una suspensión en una performance que lo encontré atractivo. Lo que me atrajo en ese momento fue justamente lo mismo que me había puesto nerviosa, ese entregarse, no poder decidir si moverte o no, si bajar o subir. Las expresiones de placer de esa chica me hicieron entender de qué se trataba. La siguiente vez que lo probé, ya sabía qué debía hacer: relajarme, respirar, sentir y nada más. Ahí sí que disfruté, y mucho.
Le tomé el gusto, y seguí, y lo que me resultaba más curioso y nuevo es que si me preguntaban cuál era la sensación de estar atada y colgada de un gancho al techo sin poder moverme, una palabra que se acercaba muchísimo era “libertad”. En ese rato que duraba la sesión me entregaba a la sensación de las cuerdas y no decidía. Suelo ser una persona muy inquieta, siempre preocupada sobre qué tengo que hacer en el momento siguiente, y el hecho de no poder moverme me tranquiliza. Esa suspensión de la voluntad acompaña a la suspensión del cuerpo y crea una combinación poderosa. Es un trance, algo muy parecido a una meditación, donde las sensaciones se amplifican y la mente se acalla. La conexión con la persona que te está atando es muy fuerte, y según los maestros japoneses es una manera íntima y única de comunicación e intercambio de energía entre atador y atado.
Momento de rebobinar otra vez: el bondage es la práctica occidentalizada del arte japonés del shibari. El bondage tiene que ver con juegos sexuales donde lo excitante es la restricción de movimientos y la dominación del atador sobre el atado. De ahí viene la B de la sigla BDSM. El shibari, en cambio, es más estricto en muchas cosas (se usan sólo cuerdas de material natural, por ejemplo) y muy ceremonial, al estilo japonés. Muy pocas de todas las veces que practiqué o vi practicar el shibari hubo contacto sexual previo o posterior. A pesar de esto es una experiencia que todos los que la practican consideran tremendamente sensual, sexual por momentos, espiritual en otros, de autoconocimiento, de éxtasis, de dolor, un poco de todo y según el momento y la persona con quien compartes.
El shibari, a su vez, es la transformación del arte japonés del hojojutsu, que en principio sólo practicaban los samurais y que nació alrededor del siglo XVI. Era el arte de las ataduras para identificar y transportar a los presos. Los atadores tenían que procurar que las ataduras resistieran largos trayectos sin desatarse pero también no causar daños permanentes, por lo que los nudos debían tener la doble particularidad de no desatarse pero tampoco ajustarse. Al poder controlar la presión que hacen las cuerdas y los puntos del cuerpo que pueden tocar o no, se usaba como método de tortura. También las formas de la atadura servían para identificarlos, según si el trasladado era ladrón, asesino, etc. A finales del período Edo, llegando al 1900, se empezó a transformar, agregándole ese matiz erótico que no tenía el hojojutsu, pero utilizando la técnica de nudos de esa práctica antigua.
Volviendo a A y yo, fuimos haciendo cosas cada vez más comprometidas y creando un código silencioso en el que interactuábamos, le podía decir qué partes me molestaban, cuánto más podía aguantar en una posición o otra. También fuimos encontrando una conexión cada vez mayor, a eso lo notaban las personas que miraban cuando hacíamos performances o compartíamos con gente la práctica. Para los japoneses esa conexión energética también sucede con el que mira, que se convierte en parte de la ceremonia. También fuimos juntos a un maestro de shibari, Alfil. Al maestro de shibari se le llama Nawashi y la definición es algo así como “artista de las cuerdas”, pero también define al que siendo maestro no deja nunca de ser discípulo y de aprender. Como todo arte japonés, el shibari consta de estructuras muy definidas que se van aprendiendo, una vez que las sabés y que dominás la forma, es momento de darle a la atadura tu impronta personal, tu estilo, aprendiendo a combinar esas formas ya establecidas de una forma única.
Alfil aprendió esa técnica de Osada Steve, un alemán que fue a vivir a Japón y que se dio cuenta de lo que necesitaban los occidentales para entender este arte tan complejo. Primero empezó a recibir alumnos allí y luego comenzó a dar seminarios en Europa, por lo que es uno de los impulsores del crecimiento de ese arte fuera de Japón. Los japoneses tienen un sentido de la ceremonia, la tradición y el aprendizaje que hace muy difícil entender una técnica sin antes entender estos conceptos.
Camelia, la discípula argentina de Osada Steve, tiene una página (www.kinbakumania.com) donde difunde la enseñanzas de Steve y de otros maestros, como Yuki Mura, que fue quien le puso su nombre en japonés, Haru Tsubaki. Ella me fue contando su experiencia como discípula y como maestra y así es como entendí mejor lo que pasaba en esas clases en las que acompañaba a A en su aprendizaje del shibari. Me decía: “Una vez que se dominan los nudos ya se te crea una memoria de los dedos, recién ahí es cuando podés no pensar más y dejar a los dedos moverse, te despegás de la técnica y empezás a crear tu estilo. Mientras estás pensando en los nudos, la imaginación se te va pero te vas encontrando con problemas técnicos. La realidad no te permite volar”. Cuando me habla de las técnicas aprendidas con Yukinaga Max para lograr esto, me impresiona lo parecido que es a bailar: “Hay que trabajar mucho el poder fluir, manejar el ritmo, las distancias, la percepción del otro, y desde ahí trabajar la imaginación. Todos los cuerpos son diferentes y llega un momento en el que es muy difícil enseñar las sutilezas, ya no se puede decir un centímetro arriba, cuatro dedos abajo, hay que sentirlo”. Para eso muchas veces los discípulos son atados, aun cuando no quieran ser modelo de cuerdas, para poder sentir en el propio cuerpo las sensaciones.
Cuando no estuvo más A para atarme, me quedó ese gusto por las cuerdas y me fui juntando con gente para poder practicar. Si buscás un poco, podés encontrar quien se reúne a practicar y quien da clases. Aunque se pueden encontrar tutoriales en Internet, y también existe el autobondage, creo que es mucho mejor tomar clases o juntarse con gente. Atar es una actividad que requiere mucha paciencia si lo querés hacer bien y que necesita de otra persona si querés profundizar. Por mi parte, aunque aún no tuve paciencia para ponerme a aprender la parte formal, me quedaron de las clases en las que participé como modelo las enseñanzas sobre las tensiones, algunos nudos, algunos conceptos. Con esto y con mucho cuidado y respeto pude empezar a probar ser la atadora. Estar del otro lado, y ser yo la que abraza, acaricia, comprime y domina con las cuerdas. Me gustó mucho también, y fue así como conocí a M...
www.kinbakumania.com
copenhagenshibaridojo.dk/en
www.osadasteve.com
www.apassionplay.com
www.tentesion.com/BONDAGE.htm
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