A LA VISTA
› Por A. Paula Amarilla
Tor-ta-zo y la palabra partida ya te martillea la boca húmeda. La proyección termina, y sólo atino a repasarme los labios con mi lengua, miro a mi alrededor y huelo deseo, un vaho conchístico que nos sobrevuela y nos deja a todas un tanto hechizadas y hambrientas. Tanto que casi salto y me ofrezco de voluntaria para hacer cunnilingus a la gorra.
Pero, en cambio, salto a descargar para el baño. Ya habrá tiempo para mis servicios linguales, y en la cola me cruzo nada menos que a alta torta en sus 40. El encuentro es el espejo de miradas empañadas. Me vuelvo y sólo puedo decir: “Buenas, ¿mucho laburo?” al ver su cara de laburante sin tregua. Se ríe y sólo atinamos a unas sonrisas pícaras. No necesito más, me abalanzo hacia ella y a pesar de sus 40 y toda su hermosa experiencia nos estampamos en ese baño brandinio como dos tortas adolescentes para extinguirnos en un delicioso abrir y cerrar de ojos. Los besos de baño son así, duran lo mismo que un pipí.
Subo y, mientras estoy ahí, miro a mi alrededor. El lugar apesta a tortas, pero sobre todo apesta a conchas, conchas que se desean y lo muestran. Trompo-tortas giran por los sillones con impunidad y se me hace agua la boca con tan sólo verlas. Me tocan el brazo, y me largan un “a mi amiga le gustás” y de automático le sonrío a la portadora del mensaje y a su amiga o pareja, vaya una a saber, dos tortas apetitosas a 45 grados después de tremenda proyección. Me acerco a mi cortejante y la beso, apoyo ambas de mis manos en sus caderas, las presiono con fuerza y la atraigo hacia mí. El beso va bajando de a poco, pero me despego de ella al sentir una mirada clavada en nuestros labios rabiosos. ¡Dicha! Vislumbro al tercer par de labios que necesitábamos, tomo por el cuello a la celestina y triangulamos un mar de labios tentaculares. Es fiesta, es placer. Hasta que el beso agotado de aire se disuelve y empapada de fluidos salgo a fumar un pucho.
Bajo, y en la calle me cruzo con una conocida. No vio el tortazo pero está flasheada con ver a tantas tortas hablarse así, por el cariño que circula, las charlas, los abrazos, la buena onda. Y agrego yo: el deseo, deseo de visibilizar las ganas, los fluidos, deseo enrulado que salta de concha en concha. Me mira y me tira un tenés razón, al toque me sube al capot de un auto extraño y me come la boca y mientras lo hace sólo puedo pensar: “¡más tortazos ya!”.
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